Cementerio de recuerdos

Capitulo-13-

Un mármol blanco con vetas rosas, al fondo de un largo pasillo central, cobijado bajo un triste chopo, que tiene el honor de presidir este cementerio, es el lugar donde reposan los restos de:


María José De Ávila Martínez (Maje)

23 de Abril de 1952

15 de Marzo de 2013

 

Se acercan a la tumba, revisan la placa, y dejan sobre ella un ramo de rosas rojas.

—¿Puedes dejarme un rato a solas?—Se lo pide a Sor Sofía.

—Sí niña. —y diciendo esto la monja se aleja camino de la iglesia.

 

Un sentimiento de angustia invade su cuerpo, un sentimiento de no haber llegado a tiempo, un sentimiento de notar una falta en esa parte de nuestro cerebro donde guardamos los recuerdos. La única familia que tiene yace bajo tierra. Su madre, su abuela, su padre. Está como vino al mundo...sola.

Hace dos años y dos meses de su muerte,  ese es el tiempo que ha llegado tarde. Conocer a su abuela era la forma que hubiera tenido de conocer su historia, de conocer su pasado, de no estar abandonada en este mundo.

 

Su momento se ve invadido por la llegada de un hombre que a su espalda le habla.

—A ella le gustan las flores azules, y también las rojas.

¿Es tuyo ese ramo?

—Sí.

—Yo todas las semanas le traigo una rosa. ¿Qué eras amiga suya?—lo dice mientras la chica aún no se ha girado. —ella no tenía muchos amigos.

—Soy...—al girarse se dio cuenta de que era un mendigo el que le hablaba. Un hombre envejecido por el tiempo. Largas barbas cubren su rostro en el que destacan gruesas arrugas y una herida seca. Largos cabellos ya tomados por las canas y un cuerpo muy delgado comido por el veneno que lleva dentro. —la verdad es que no lo sé.

El hombre se queda paralizado, ante sí una joven de tez morena, enormes ojos negros y delgados labios. Vestía un hábito de monja y se la veía muy joven. Su rostro era muy parecido al de su madre.  Pero no podía ser…

—¿Le ocurre algo señor?, se ha puesto muy blanco.

Siéntese, no se vaya a caer.

—Sí, voy a sentarme un momento. — y diciendo esto se sentó en un lateral de la tumba.

—¿Usted la conocía?

—Digamos que un poco, era una mujer muy especial.

—La Madre Superiora del convento ha encontrado una documentación en la que dice que ella puede ser mi pariente. Pero lamentablemente ella no está viva para decírmelo, o darme más pistas para saber si tengo más familia.

—¿Cómo te llamas?—le pregunta a la joven sin dejar de mirarla.

—Mi nombre es Elvira.

—¡Elvira!, ¿y tus apellidos?

—Manrique Solís.

—¿Manrique Solís?, ¿tus padres son españoles?

—No los conocí. La Hermana Sofía me encontró en la calle y me llevó al convento. Si no es por ella no estaría viva.

¿Y usted no conocerá a ningún familiar vivo con el que pueda hablar?

 

El hombre se queda durante unos instantes mirando el suelo.

—Elvira, ¿nos vamos?—es Sor Sofía la que la está llamando desde la distancia.

—Ahora voy.

—Pues no me doy cuenta. Sé que tenía dos hijos, pero no les he visto desde hace años.

—¿Y no sabrá usted dónde viven?

—No lo sé, hace mucho tiempo que no tenemos contacto.

—Una pena. Ahora tengo que irme, pero me gustaría volver a hablar con usted y que me cuente cosas de esta mujer.

—Me parece bien. Yo vengo todos los martes sobre estas horas.

—Pues ya nos veremos. — lo dice mientras le responde a Sor Sofía.

Elvira se aleja y él se queda durante un rato sentado. —Madre, tu nieta ha venido a verte. —es lo que dice entre susurros.

Limpia las hojas que han caído, quita las flores secas y coloca la flor que le ha traído.

—¡Raúl!

Como si hubieran activado un resorte se levanta y empieza a caminar. La pierna le duele mucho desde esta mañana, pero aún así se dirige con rapidez a la salida.

—¡Hermano!, no te vayas, espera.

Pero él no se detuvo, ni giró su cabeza, hasta que desaparece del cementerio.



#2492 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor

Editado: 23.03.2022

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