Cementerio de recuerdos

Capitulo-14-


Se sintió raro cuando puso los pies en el exterior, tres años en ese reformatorio le habían cambiado. La adolescencia la pasó entre paredes con ventanas de barrotes, nada de cumpleaños, nada de fiestas con amigos, nada de besos robados, ni amores rotos. Solo una rutina diaria con compañeros indeseables con los que tenías que rozarse día si y día también. Pero aún en ese lugar había encontrado cosas buenas, amigos que te curan, te cuidan y dan la vida por ti.
El claxon de un coche le avisa que ya está aquí, tiene que poner una mano delante de los ojos porque el sol le impide ver más allá de la acera, al verlo saluda con la mano en alto.
Una vez que el coche esta a su altura se detiene y se baja Felipe, su hermano mayor. Se abrazan, y ese abrazo es como si le calmase todos los sinsabores de este tiempo perdido.
—Hermanito, estas más delgado.
—¡Que dices!, si parezco un oso panda—Raúl se da pequeños golpes en la barriga. —¿Y mamá?
—No ha podido venir, algo de médicos. Pero no te preocupes está bien, es una revisión de esas de mujeres.
Nos vamos a ir a su casa, bueno a tu casa.
Pero sube ya, que seguro que quieres irte de este lugar.
—Sí. —dirige una última mirada al edificio.

La casa de su madre está a unos cien kilómetros de este lugar. Pocas fueron las ocasiones en que fue a visitarle una vez que se cambió de ciudad. Su hermano, Felipe, fue el que más se preocupo por él y vino en varias ocasiones a visitarle. Sebastián en cambio se había ido a vivir con su padre una vez que estos se hubieran separaron, y ninguno de los dos quiso saber nada del él, para ellos era un delincuente que estaba bien encerrado.
La mayor parte del viaje fueron en silencio, la música y el sonido del motor era lo que podía oírse en ese auto.
Felipe no sabía de que hablar, y Raúl estaba aún asimilando que iba a dormir fuera de la cárcel, como todos los que estaban  dentro lo llamaban.
En estos momentos circulaban por el barrio donde ellos se habían criado. 
—¿Podemos dar una vuelta por aquí?
—Claro.

A pesar de que había sido poco tiempo el que pasó en el reformatorio, la ciudad había tenido importantes cambios. El parque donde iban a jugar de pequeños ahora era un bulevar, una zona de copas. El colegio estaba mucho más cargado de grafitis. Ya ninguno de sus compañeros seguiría estudiando allí. En el tiempo que estuvo encerrado no tuvo ninguna visita, ni contacto con ellos, ni con ningún amigo de calle. Era la oveja negra de la sociedad, y aunque muchos fueran incluso peores que él, decir su nombre era significado de repulsión.
Nuevos edificios llenaban la calle donde ellos vivían. Algunos comercios habían cerrado y abierto otros. La vida de la ciudad no se detenía.

—Donde vas a vivir esta mucho mejor que esto.
—¿No te dio pena irte de este lugar?
—La verdad es que no tengo mucho apego a este lugar. Al empezar la universidad alquile una habitación, luego conocí a Sara y ya nos fuimos a vivir juntos.
—Sí, ya me lo habías contado.

Algunos vecinos paseaban en esos momentos por las aceras. Unos no se fijaban quien iba en el coche, pero otros si se dieron cuenta y cambiaban la actitud que tenían. Los señalaban para que otros se dieran cuenta y cuchicheaban entre ellos, pero ninguno les dirigió un saludo.
Felipe aceleró el coche para alejarse pronto de allí.
—¿Vamos hasta la bolera a tomar unas cervezas?
—No puedo hermano, ando con un poco de prisa. Tengo que dejarte en casa y enseguida volver que tengo turno de noche. Ya para el fin de semana quedamos todos juntos y salimos a comer. Sara tiene ganas de conocerte.
—Dejame allí entonces, tengo unas ganas enormes de tomar una fría cerveza.
—Ya quedamos otro día, te lo prometo. Le dije a mamá que te llevaría pronto.
—Venga, no te preocupes, ya cojo yo el autobús y voy. Llevo mucho tiempo con la idea en la cabeza de tomar esa cerveza.
—Hermano— Felipe se queda un poco pensativo, mira el reloj—Venga  una y nos vamos pitando para casa. ¿Vale?
—Claro que sí. Gracias.
—No me des las gracias y cumple con lo que hemos hablado.

La bolera seguía como la conocía. Un gran letrero, con unos bolos y una bola tirándolos, indicaba que habían llegado. A estas horas, las cuatro de la tarde, apenas había gente en su interior. Era a partir de las nueve de la noche cuando se solía llenar. Sus tres pistas estaban muy solicitadas a esas horas.
La camarera estaba sentada mirando distraidamente una revista y no se dio cuenta de la llegada de los dos hermanos. Los otros clientes tampoco les presentaron atención, estaban charlando, o jugando a los dardos.
—¿Quién atiende aquí?
Esas palabras despertaron a la camarera que sin mucha prisa se levantó para acercarse a la barra—¿Qué les pongo?
—Cerveza.
—¡Hola, Felipe! ¿también quieres cerveza?
—Sí, ponnos un par.
—Hacia mucho tiempo que no te veía por aquí.
—Ando muy ocupado.
Abre las cervezas y se las acerca. —Pues a ver si te desocupas un poco, y te dejas ver un poco más que nos tienes olvidados.
¿Quién es este amigo que me traes?
—Mi hermano.
—No, a tu hermano lo conozco y este ... tiene un parecido, pero no es Sebastián.
—Es mi hermano Raúl.
—No sabía que tenias otro hermano, donde lo has tenido encerrado.
—En la carcel— le réplica uno de los que allí estaba también tomando una cerveza.—es un asesino. Lo que no sé es porque ya esta en la calle.

Raúl, que hasta ese momento había estado mirando a la chica y tomando la cerveza gira su asiento, dirige su mirada hacia quien acaba de hablar—¿Tienes algún problema por que este aquí?
—Claro que sí, los asesinos no deberían salir del agujero donde los meten, ya que las pobres víctimas no tienen esa oportunidad.

Raúl se levanta y hace intención de acercarse a quien lo está increpando—ya he pagado con la pena que me impusieron.
—¿Cuánto, dos, tres años por una muerte?, asesinando a una pobre mujer a sangre fría. Menuda mierda de pena.
—¿Eres tú juez?—Empieza a caminar hacia la mesa hasta que su hermano le sujeta por el hombro —Dejame que voy a decirle a este unas palabras.
—Déjalo, no te metas en problemas.
—Ven valiente, yo no soy ninguna indefensa ancianita.
—Jesús,.quieres callarte—le dice la camarera —aquí no quiero broncas, ni peleas.
—Pues echa a esa basura de aquí.
—Aún no ha hecho nada. Pero...—se queda mirando a Raúl —si seguís así os echo a la calle a los dos.
—Siéntate hermano, terminemos la cerveza que tenenos que irnos pronto.

Se sienta sin dejar de mirarle esperando una nueva réplica que no llegó.
Felipe y la camarera siguieron durante un rato más hablando sin que su hermano entrase en la conversación.

—¿Os pongo otra?
—No, voy a llevar a mi hermano a casa y luego me voy al trabajo.
—Pues nada, espero verte pronto, y a ver si tu hermano se digna a decir alguna palabra, también espero verle pronto.
—Supongo que si.
—Pues me alegraría. Y no te preocupes de ese, ladra más que muerde.

De viaje a casa de su madre, Felipe le aconseja que debe contener esas ganas que tiene de romper cráneos. Que hay gente resentida, pero que el tiempo hará que todo se vaya pasando. Además va a vivir en otro lugar donde nadie sabe lo que hizo.
Hablan también de lo buena que está la camarera, Felipe le comenta que fue con él al instituto. Fue uno de esos amores que no pasó de más allá de unos poemas, nunca salieron juntos.
Y de nuevo el silencio ensordecedor hasta que el coche se detiene delante de unos bloques de color verde. Raúl pensaba que su madre viviría en una casa como donde se crio, y no en un piso.
—Venga, recoge tus cosas y subamos.
—Sí.

Antes de que tocasen el timbre de la puerta, Coco ya los había sentido y estaba ladrando como loco al otro lado de la puerta. Apenas se había abierto, se lanzó sin miramientos a las piernas de Felipe, pero al ver a Raúl su actitud cambió totalmente. Primero se puso a olerlo, y como por instinto, se tumbó en el suelo boca arriba, y de sus ojos caían lágrimas de alegría. Le había reconocido y tomó la posición que tantas veces le pedía Raúl, y que tantas veces desobedecia, así que tenía que tumbarle con sus manos para después acariciarle la barriga. Esta vez el animal reaccionó de una manera que todos se quedaron boquiabiertos.
Mientras se agachó a darle las caricias se fijo que quien había abierto la puerta era su abuelo. Él también se alegró de verlo, pero ni por asomo con el sentimiento del animal que insistía con ligeros mordiscos cuando este dejaba de rascarle.
—Hola, abuelo.
—Hola hijo, te veo más alto y más mayor. ¿Dónde estuviste?

Como le había comentado en su momento Felipe. Después de la muerte de la abuela entró en una fuerte depresión. Con el paso del tiempo seguían pensando que la depresión era lo que hacía que se le olvidasen las cosas, pero al llevarlo al medico se detectó que lo que tenía era un principio de Alzheimer. Que por suerte avanzaba muy lentamente, lo que no evitaba que en momentos se perdiese aún en su misma casa, o que no recordara cosas.

— Venga, pasad a casa.

Igual que aparecio, Coco entró corriendo y chillando a casa proclamando la llegada del niño a su madre. Ella salía de la cocina, con el viejo delantal de la abuela, y con las manos manchadas de merengue.
—Habéis llegado muy pronto, aún no me dio tiempo a terminar tú sorpresa.
—No hacía falta.
—Claro que sí —y se fundieron en un caluroso abrazo.



#2492 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor

Editado: 23.03.2022

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