Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 5. " El Ceniciento". Elvira.

Después de una noche repugnante que pasé entre recuerdos, de repente quise hacer algo bueno en mi vida para no convertirme en Victoria en absoluto. Decidí ir a Rusia, donde no había estado durante casi veinticinco años, y ayudar a mi familia. Después de esa noche, como que me vino en la cabeza:” Vaya, tengo una familia”.

Lo primero que hice, fue encontrarme con Megan, mi asistente y mano derecha. Ella, al enterarse de mi decisión de irme por tiempo indefinido a Rusia para resolver los problemas familiares, abrió la boca. El estilo de vida estadounidense "Cada uno a por lo suyo", no le dio la oportunidad de comprender el motivo que me conmovió.

- ¿Por qué quieres interferir en sus vidas? Son adultos y saben perfectamente como resolver sus problemas, con tu ayuda les romperás la vida que llevaban, - dijo Megan y seguramente tenía razón, pero ella no tenía esa dependencia rusa con el alma de sentimientos raros.

- Mi prima me pidió ayuda, no pude negarme. Estoy segura que llevaras bien el trabajo sin mí, y si ocurre algo de fuerza mayor, siempre estaré en contacto, - le aseguré.

Dos semanas después, con paso firme, la cabeza levantada y empujando por delante el carro de mi equipaje, yo entraba en la sala de llegadas del aeropuerto de Sheremetyevo. Olga me advirtió que enviaría a Aleksey a buscarme, así que mis ojos vagaban entre la gente, que estaban ansiosos de encontrarse con los llegados, intentando averiguar, quien podría ser mi ahijado.

 Eran cuatro jóvenes, pero una chica corrió hacia uno de ellos y se colgó en su cuello, diciéndome a mí y a todo el mundo, que ese estaba ocupado. El segundo en uniforme con traje negro y con la mirada que aseguraba complacerme en todo, se parecía más al chófer personal de una esposa de un alto gerente. También eché atrás a un gordo paleto, de aspecto descuidado y fui directo al último, el chico bastante agradable. Antes de que pudiera abrir la boca, escuché una voz detrás de mí.

- ¡Tía Elvira! Estoy aquí, - me di la vuelta y casi me caigo de la sorpresa.

El mismo tipo gordo con ropa gris informal y cabello grasiento me estaba mirando. ¡Ay, Dios mío! ¿Ese horror de hombre es Aleksey? El deseo de abrazar y besar a mi ahijado desapareció por completo. Es una pena admitirlo, pero después de vivir en Estados Unidos durante tanto tiempo y trabajar como creadora de imágenes, desarrollé el hábito de evaluar a las personas por su apariencia. La apariencia de Aleksey me dijo, que era vago, caprichoso y susceptible.

Obligándome a mí misma, le abracé sin ganas. Y que podría hacer, después de todo, era mi ahijado y mi sobrino.

- ¡Qué hermosa estás, simplemente impresionante! - mi ahijado me miró con admiración.

Sabía, que me veía espectacular. A mis cuarenta y dos años, nadie me echaba más de treinta. Tenía un cuerpo esbelto y bien trabajado en el gimnasio, cabello largo castaño recogido en una coleta alta y una cara joven y bronceada, gracias a mi cosmetóloga y buena genética. Me gustaba atrapar las miradas de todos y ser impresionante, aunque no siempre eran apropiadas a la situación.

- Sí, la apariencia debe corresponder al mundo interior, - dije, reflexionando en mi mente qué se puede hacer con este patán.

- ¡Pareces un hada del cuento! – Exclamó Aleksey, tomando mis maletas.

Sonreí ante esta comparación: "Bueno, Ceniciento, te pondré en orden y encontraré a la princesa adecuada, pero no tengo una varita mágica, así que tienes que trabajarlo tú mismo, cariño, como los siete gnomos en las minas".

- ¿A que te dedicas, de que vives? ¿Cuánto ganas? - pregunté directamente en la frente cuando entramos al coche viejo del año de su nacimiento.

En Estados Unidos esa pregunta seria en lo alto de la ignorancia y mala educación, pero estaba en Rusia con mi ahijado.

- Soy programador, escribo juegos de computadora, pero todavía no gano mucho, treinta mil al mes, - respondió con calma, como si todo le sentara bien.

- ¿Qué? ¿Treinta mil dólares? Es un buen dinero. - Empecé a respetarlo de inmediato y me alegré de haberme equivocado con su descripción a la primera vista.

- No, - se rio, - rublos, no dólares.

Ahora me reí yo. ¿Es realmente un desastre de hombre? Treinta mil rublos eran trescientos dólares. En Los Ángeles, los diseñadores gráficos ganan al menos doscientos mil dólares al año.

- ¿Y eso te conviene? – le pregunté, esperando escuchar las quejas al gobierno malo, lo que normalmente hacen los outsiders.

- Bueno, el horario es libre, trabajo desde casa, no necesito más, - dijo flemáticamente.

“¡Antes de cambiar de cuerpo, necesita corregir su cerebro!” - pensé.

- ¿Tienes novia o chica? – Continué con el interrogatorio.

- Sí, - contestó sin firmeza.

- ¿A mi me parece, que nunca has estado con una chica? - le pregunté y puse mi mano en el cabecero de su a asiento y pasé con los dedos su cuello.

¡Oh! ¡No debería haberlo hecho! Casi volamos a la cuneta.

- ¡Tía! ¡Déjeme conducir con tranquilidad, no me toque! - gritó Aleksey y empezó a tratarme de "usted".

Inmediatamente me quedó claro, que mi "Ceniciento" en sus casi veintisiete años seguía siendo virgen, o por lo menos, hacía largo tiempo no tenía relaciones sexuales. Pero debido a un sentido de autoconservación, permanecí en silencio durante el resto del camino y, para ser honesta, tenía que pensar por dónde empezar. Era necesario encontrar un aliciente, un estímulo real, que lo hiciera trabajar sobre sí mismo y quisiera cambiar su vida, porque vi, que Aleksey estaba completamente satisfecho con lo que tenía.




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