Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 6. Caso perdido. Elvira.

Por fin llegamos hasta nuestro antiguo patio, que apenas había cambiado en los últimos veinte cinco años. Un sentimiento de nostalgia de una manera incomprensible me atrapó. Ya pensaba que tal turbidez me atacaba solo después de una botella de tequila, pero al parecer me equivocaba. Echaba de menos esto, lo que vi ahora.

- ¡Para el coche aquí! Quiero caminar, - pedí a Aleksey.

- ¿Ahora? Casi llegamos a casa, - no me entendió.

- ¿Es difícil para ti? – Comencé enfadarme. Nunca me gustaba repetir mis peticiones.

- No, como quieras, - detuvo el coche, - ¡Sal! Pero mamá ya nos está esperando.

- Es un momento, - respondí y salí del auto.

Caminé por el patio de recreo, donde solíamos jugar cuando éramos niños, y luego, cuando éramos adolescentes, nos sentábamos en los bancos y escuchábamos canciones de ladrones con acompañamiento de una guitarra mal afinada. Nada ha cambiado significativamente, solo el columpio se ha vuelto más bajo y el patio en sí, parecía, mucho más pequeño, de lo que era en mi memoria. Donde jugábamos al escondite, ahora había los autos estacionados, y en el lugar donde había un escenario, donde cada sábado tocaba una orquesta hecha por los vecinos, ahora estaba levantado un monstruo de "Lego".

Me senté en un banco, inhalando el olor de mi infancia. Tenía la sensación de haber vuelto a casa después de una larga ausencia. Solo que aquí no estaba mi casa. ¡Me la quitaron, como la felicidad! “¡Pues aquí estás! ¡Otra vez te aferras a viejos agravios! Estás aquí por otra causa, no por autocompasión.” - me ordené, me levanté y fui al portal de la casa de mi prima.

- ¡Elvira, querida! ¡Qué guapa y joven estás! - Me gritó una mujer regordeta desde la puerta de entrada.

- ¿Olga? - pregunté con incredulidad, porque esa persona, llena de salud, no se parecía en nada a una enferma terminal.

- Bueno, ¿quién más puedo ser? ¡Vamos, entra! - Me empujó hacia la entrada.

Aquí tampoco ha cambiado nada, las mismas paredes destartaladas, las puertas desalineadas cada una al gusto y poder adquisitivo de los vecinos y el olor indescriptible de todos los edificios viejos de cinco pisos del país: una mezcla de tabaco, de orina de gato y de humedad. Extraño, pero realmente me gustó todo. Era algo autentico, soviético, ruso, porque en mi portal de un edificio de lujo en Los Ángeles solo olía a “nenuco” y estaba prohibido poner el felpudo en desacuerdo del estilo general. Aquí estaba la “democracia”.

Entramos al apartamento y luego me di cuenta de que había cambios, por lo menos, en el interior. Olga hizo una remodelación y renovación más exitosa, compró muebles modernos.

-Pasa sin miedo, es tu casa, querida, ahora vamos a comer y luego descansarás, - me sugirió y gritó a su hijo, - Alex, lleva las maletas al salón grande.

Entré en la cocina y allí ya estaba puesta la mesa, como para una boda.

- Olga, ¿vendrá alguien más? - Pregunté, mirando la cantidad de comida.

- No, ¿porque piensas eso? Hoy estaremos solo nosotros, y mañana iremos a un restaurante, las chicas quieren verte. - explicó.

- ¿Qué chicas? - Pregunté, sin entender nada.

- ¿Cómo qué? Tus amigas de la escuela: Luba Tsvetkova, Tania Popova, Marina Savina. - explicó Olga.

- ¿Es necesario? - Pregunté con la esperanza, de que podía prescindir de esa reunión con las viejas amigas, con quien no tenía nada en común ahora.

- Bueno, ¿Por qué? ¡No te han visto en mucho tiempo! - respondió ella y me di cuenta de que era inútil decir algo en contra.

En este momento Aleksey se unió a nosotras. Nos sentamos a la mesa. Mi ahijado abrió una botella de champán y brindamos por nuestra unión de familia. No tenía mucho apetito, por el desfase horario me veía afectada: la diferencia en horas con Los Ángeles era enorme, pero no rechacé los encurtidos caseros y las papas fritas con setas. Al ver cómo mi hermana comía chuletas y chorizo, me asusté.

-Olga, pero ¿este tipo de comida es aceptable para tu estomago? ¿No te va a perjudicar? - Le pregunté, recordando cómo mi madre se retorcía del dolor solo de un trozo de salchicha.

- Sí, querida, ahora puedo hacer de todo, - dijo ella con toda la tranquilidad del mundo. - Pero tú come, come.

- No, gracias, ya no puedo más, prefiero ir a la ducha y dormir un rato. - Respondí y me levanté de la mesa.

Después de la ducha, me sentí un poco más despierta y volví a la cocina. Olga estaba fregando la loza.

- ¿Dónde está Aleksey? ¿Por qué no te ayuda? -  pregunté sorprendida.

- Él está trabajando ahora en su habitación, - respondió.

Fui a ver cómo su hijo estaba tan ocupado, que no pudo ayudar a su madre enferma. Al entrar en su habitación, entendí mucho. Ese sinvergüenza estaba sentado delante del ordenador y jugaba en un juego de guerra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.