Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 10. La presión de la bruja de mi madrina. Aleksey.

Cuando me desperté y no encontré a mi madrina, la mujer más pesada y prepotente del mundo, mi corazón cantó un himno de alegría. Ya pensaba que se había ido a algún lugar y preferiblemente lejos, pero al ver su maleta en la habitación grande, mi buen humor se marchó. Demasiado temprano comencé a regocijarme.

Fui a la cocina, corté un trozo de pan, calenté las chuletas de ayer en el microondas y me preparé un poco de té. Al organizar un desayuno para mí, volví a mi habitación. Tenía que conseguir aumentar el nivel de protección de nuestro castillo con "Aciano". Tenía muchas ganas de sorprenderla, cuando ella entra al juego por la tarde.

Mientras luchaba contra todos los monstruos, que me atacaban sin descanso y piedad, Elvira regresó a casa. Ni siquiera la escuché entrar en mi habitación. Una vez más, no cerré la puerta con la llave, porque mis manos estaban ocupadas con los platos y el vaso de té. Mi madrina me tiró del hombro, y no tuve tiempo de esquivar el golpe de uno de los monstruos, y él me mató. "¡Maldita sea! Ahora tengo que empezar de nuevo" - pensé, maldiciendo a Elvira.

- ¿Por qué viniste? ¿Qué quieres de mí? - Yo empecé a enfadarme.

- ¿No estás cansado de vivir una vida virtual? – preguntó ella.

- No, no estoy cansado. - le contesté, - ¿y tú no estás cansada de espiar las cuentas de otras personas?

- Lo siento, pero lo necesitaba para saber cómo ayudarte, - se justificó mi madrina.

- ¿Quién te dijo que necesito tú ayuda? - Me indigné. ¿Que se cree?

- Por supuesto, estás feliz, sentado en esta pocilga perdiendo los mejores años de tu vida, - dijo con desprecio y señaló una taza de té y dos platos sucios.

- Lo limpiaré, cuando esté libre, - respondí con rudeza.

Ella se equivocó, vio dos platos y levantó una tormenta en un vaso. “¿Cuándo nos dejará en paz?” - recé a todos los Santos.

-A juzgar por ti, nunca serás libre de eso. Te has convertido en un rehén voluntario de esta habitación, esta computadora, este juego. Estas confundiendo la vida real con la virtual. Por eso no quieres trabajar como toda la gente, porque no quieres salir de este pantano. - ahora mi madrina estaba empezando presionarme más.

- ¿Crees que soy adicto a la computadora? ¿No me conoces en absoluto? ¡Ayer apareciste aquí y ahora me acusas de diablo quien sabe qué! ¿Quién te dio el derecho de interferir en mi vida? ¿Espiarme? ¿Qué sabes tu de mi vida? - grité, porque realmente me dolieron sus palabras, aunque tuviera razón.

- Interfiero, porque no eres un extraño para mí, - de repente, con mucha calma, respondió, confundiéndome.

- ¿Dónde has estado antes?

- Sí, tienes razón, he estado inmersa en mis propios miedos y resentimientos durante demasiado tiempo y no quería ver que mi familia necesitaba mi ayuda y apoyo. Me di cuenta de que estaba equivocada, así que ahora estoy aquí para ayudarte a ti y a tu madre. – hablaba ella y vi una especie de dolor en sus ojos, - Sabes, es de gente fuerte e inteligente, comprender sus errores y tratar de corregirlos.

- ¿Y de dónde sacaste la idea de que soy infeliz? - Pregunté desafiante, incrédulo.

- Sí, porque ni siquiera puedes reunirte con tus amigos, porque tienes miedo de que te vean y comprendan, que el genial "Astro" es en realidad un gordo y débil perdedor. Y no estoy hablando de tu chica, "Aciano", creo. ¿Tampoco te conoce realmente? - empezó a apretarme contra la pared.

- ¡No es asunto tuyo! No necesito tu ayuda. – le grité, porque estaba nervioso. Esa mujer me sacaba de quicio.

- Bueno, no te molestare más. Pero cuando querrás que ella te bese en la vida real, como Aleksey, y no como el Astro, cuando querrás que ella te abrace contra su pecho, para que sientas su calor y los latidos de su corazón, cuando querrás, que ella gimiera debajo de ti por el orgasmo y gritara tu nombre real en un arrebato de pasión, ven a mí, te ayudaré, —dijo Elvira en voz baja, pero en un tono tan firme y profundo, que cada palabra suya latía en mi cabeza como una alarma, y ​​dejó mi cuarto.

Me quedé solo en la habitación, sentí que sus palabras permanecían conmigo. Ella tenía toda la razón. No vivía mi vida, solo existía virtualmente. ¿Cuánto tiempo podría durar esto? Tenía miedo de no tardar mucho en volverme loco. Yo quería tanto a Irina, quería, como ese tipo en el estacionamiento de la academia, tenerla cerca de mí, abrazarla y sentir el latido de su corazón, al menos una vez.

Cogí los platos sucios y fui a la cocina a lavarlos.




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