Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 13. Los ojos de color del cielo otoñal. Elvira.

Cuando apenas salí del portal comenzó una lluvia tormentosa, que parecía a un diluvio universal, como le pasó al pobre Noe con su barco. No la recordaba, o más bien la olvidé, porque no había lluvias así en Los Ángeles. Tuve que regresar y pedir las llaves del auto de Aleksey. "Es un mal presagio: volver de nuevo a casa", - pasó por mi cabeza, pero no le di mucha importancia a esta superstición rusa.

No soy mala conduciendo un coche automático, que tengo en Los Ángeles, pero aquí en este trasto del año catapum, estaba completamente perdida con esta cosa en el medio. Para llegar a la clínica tenía que coger la autopista y después entrar en la segunda radial, que rodeaba la capital. Entre los pitos y claramente insultos, de alguna manera llegué a la clínica, pero no logré estacionar el auto bien. Por lo general, confío en mi coche, que se estacione, según los sensores, pero que en el viejo Škoda ni siquiera estaban a la vista. El coche nació antes de la era tecnológica.

 Bloqueé uno de los autos estacionados en batería. Era un Mercedes del último modelo. Pensé que se trataba de un coche de algún bandido, que estaba en un restaurante cercano, y no a un simple trabajador del centro, que tenía que acudir urgentemente a la ayuda de un paciente. Decidí dejar el coche como estaba, pensando que no iba a tardar mucho tiempo, y entré en el centro, respirando fuerte para tranquilizarme de un viaje complicado.

Pasé la puerta, pregunté al personal, donde estaba la consulta del doctor Vasiliev y fui directamente allí. Pero encontré la puerta cerrada. Miré mi reloj y me di cuenta de mi error. Con estos cambios de las zonas horarias, olvidé por completo que la gente no siempre trabaja las veinticuatro horas del día. No tuve más remedio que bajar a la recepción y cancelar la consulta de Olga para mañana.

Cuando salí de la clínica, escuché el sonido de una sirena del coche de policía, que marchaba del lugar y vi una grúa de tráfico, que arrancaba para llevar en su joroba el viejo Škoda de Alex. Sorprendida y no sé qué otros sentimientos espontáneos me conmovían en ese momento, pero corrí a encontrarme con ella por delante. Sentí un golpe en el abdomen, aunque no era fuerte, caí de culo en la carretera.

- ¿Eres completamente estúpida? ¿No ves nada? - Escuché las palabras del conductor de la grúa, aceptadas, y unas maldiciones obscenas ejemplares, que no entraban en la lista permitida de la academia de idioma.

Al parecer, me golpeé también la cabeza, y no solo el trasero, porque vi los ojos azules del color del cielo otoñal.

-Elvira Vadimovna, atiéndeme, ¿mire cuántos dedos hay? - Dijo la voz, que pertenecía a esos ojos.

- Dos, - respondí reflexivamente, sin entender, qué estaba haciendo el doctor Vasiliev aquí.

- Llevadla rápidamente a la sala de urgencias, - ordenó.

Mientras me cargaban en una camilla y me llevaban a la sala de urgencias, finalmente recobré el sentido y recuperé mi capacidad de pensar con seriedad. Entendí lo que había pasado. Me atropelló levemente la grúa que llevaba el coche de Alex. Pero, ¿de dónde salió Vasiliev? Quizás todavía estaba en la clínica y salió corriendo, escuchando los gritos del chofer de la grúa. "¡Dios! ¡Qué vergüenza! De nuevo lo estoy metiendo en problemas por mi culpa. Y mi intención era pedirle una disculpa," - pensé.

-Elvira Vadimovna, ¿siente náuseas, mareos, un sabor metálico en la boca? – Preguntaba el doctor con paciencia.

Entonces lo vi sin mascarílla. Una nariz recta, labios estrechos, barbilla fuerte y ojos, que no podía olvidar, su rostro me decía, que este hombre era digno de mi atención, incluso diría, despertó interés en mí.

- Nada, estoy bien. ¿Y mi coche? - pregunté lo primero, que me vino a la mente.

- Entonces, ¿era su coche? Ahora entiendo por qué usted saltó tan inesperadamente, - sonrió y su rostro cambió a mas agradable. – Diga, ¿Usted siempre actúa de una manera tan impulsiva?

“¡Podría enamorarme de él!” – no sé porque pensé, pero dije en voz alta:

- Nunca, pero no es mi auto realmente, lo tomé prestado por un tiempo.

- Me temo que con este asunto no puedo ayudarle en nada, lo llevaron al depósito de vehículos, - respondió sin quitar la sonrisa de su rostro.

- ¿Y ahora qué puedo hacer? Mi sobrino me matará, - suspiré, levantándome de la camilla.

- Cuidado, no haga ningún movimiento brusco, - me advirtió el médico.

- Me siento muy avergonzada delante de Usted. Ya me ha estado ayudando y salvándome dos veces en un día, - le dije, encendiendo la voz de vainilla y miel.

- Estoy empezando a acostumbrarme a sus problemas, - se rio.

- Quizás, me permita invitarle a una taza de café, para agradecerle las molestias causadas por mí, - propuse.

- Si Usted se siente bien, entonces, no me importa en absoluto - asintió, ayudándome a levantarme de la camilla.

Después de media hora ya estábamos sentados en un café y tuvimos una agradable conversación, hasta que me preguntó por qué había venido a la clínica.

- Verá, mi familiar quería tanto, que la visitara, que se le ocurrió inventar que estaba enferma de la misma manera que mi madre, que se descanse en paz, por eso le pedí que la aceptara para una consulta, y cuando me enteré de la verdad, consideré necesario disculparme personalmente con Usted y cancelar la cita, - Lo admití honestamente.

- ¿Cómo es esto? ¿Por qué inventó esto? ¡Esto es muy serio! - No entendió él.

- Estoy completamente de acuerdo con Usted, pero ella tenía motivos para hacerlo, - defendí a Olga.

- Recibo cada día a no menos de veinte personas, que están luchando contra la enfermedad, mi día está programado por minutos y normalmente no acepto gente de la calle, solo por referencias de otros centros médicos. Para usted yo hice una excepción, viendo lo angustiada que estaba, - dijo irritado, - arrebaté tiempo para su pariente, que inventó, que estaba enferma, a otra persona, que realmente necesitaba mi ayuda.




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