Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 16. Un nivel imposible. Aleksey

Yo, a pesar de que, con mi estatura de ciento ochenta centímetros, pesaba ciento treinta kilogramos, nunca me preocupé por perder peso. Recuerdo, que una vez mi madre decidió ponerse a la dieta y se negó a comprar cosas sabrosas en el súper, para no caer en la tentación de, al levantarse por la noche y, como por accidente, cortar un trozo de salchicha o abrir un paquete de galletas. Así que tuve que sobrevivir por mi cuenta. Un mes después, mi madre volvió a la vida normal, como la salchicha en el frigorífico. 

Y nunca había tenido tal cosa en mi cabeza como practicar deporte. Desde la escuela, donde odiaba las lecciones de educación física con todo mi corazón, no pisaba ni un gimnasio. Así que, sin mucho entusiasmo, fui con mi inquieta madrina a encontrarme con mi entrenador personal. 

Cuando vi a Vladimir, pensé de inmediato, que no me dejaría con vida. Su cuerpo inflado, o más bien entrenado, cabeza rapada y voz de mando repugnante me recordó a los mismos monstruos con los que luché en el juego. El hombre de repente se quitó la camisa y se quedó en pantalones de chándal. Al principio pensé, que de esta manera él quería llamar la atención de Elvira, lo entendí, porque mi madrina era una mujer muy atractiva, pero escuché: 

- ¡Quítate la camisa! 

- ¿Para qué? - Yo no entendía. 

- No di la orden de abrir la boca. La primera y última vez que repito, quítate la camisa, - ordenó el entrenador en tal tono que tuve miedo de discutir y me quité la camiseta. 

Me llevó a la pared de espejos y miré nuestros reflejos. Nunca me había sentido tan repugnante. Fue, como si me hubieran empujado al baño con la cabeza. El disgusto que sentía por mi cuerpo blanco, gordo y flácido, en el contexto de su escultural figura, me abrumó. No era primera vez que me veía desnudo, me abrumó la comparación. 

- Ahora comprende la diferencia entre trabajo y pereza, - ordenó Vladimir. - Entrenarás todos los días, una falta y estarás en la calle. No soy tu niñera. Si quieres tener un cuerpo hermoso, trabaja duro. ¿Entendido? 

- Bueno, sí - respondí, cayendo en un extraño estado de apatía y liberación de energía al mismo tiempo. 

- Te pregunté, ¿Entendido? 

- Entendido. 

- Ahora veinte veces alrededor del perímetro. ¡Correr! - gritó y yo corrí, maldiciendo el día, en que Elvira apareció en mi casa. 

Después de hora y media de torturas, el entrenador se compadeció y me soltó, cuando ya no sentí ni piernas, ni brazos, todo, hasta la cabeza, me dolía. 

-Sabes, el hombre es un animal de hábitos. Hoy has dado el primer paso y verás que en tres meses ya no podrás vivir sin entrenamiento. – dijo Elvira, subiendo al coche. 

No tuve fuerza siquiera para responderle o simplemente enviarla al infierno. 

- Y ahora iremos a casa y prepararemos la cena, como aconsejó el médico, pero primero iremos al super, necesitamos comprar algo de comida. - prosiguió alegremente, por supuesto, a ella, este monstruo no la estaba torturando en el gimnasio. 

Ella no me dejó quedarme tranquilamente en el auto y tomar un poco de respiro y me arrastró a la tienda, cuando regresé a casa, apenas movía las piernas. La madrina no se calmó y me hizo ayudarla a preparar la cena. Mamá me miró con lástima, pero no tuvo el valor de discutir con su prima. El único momento de controversia que generó en ella, cuando vio a Elvira sacar nuestros alimentos favoritos del refrigerador y meterlos en una bolsa grande, fue interrumpida con solo una mirada. Ella guardó silencio y nadie más pensó en detener a la madrina. 

Pero mi tormento no terminó ahí. Después de la cena, me arrastré hasta la cama y me caí. ¡Ni siquiera encendí la computadora! Por primera vez en mi vida, no encendí la computadora, cuando entré a la habitación. Tan pronto como me relajé, Elvira apareció en la puerta de nuevo. 

- ¡Vamos a caminar! - ella dijo. 

- ¡Tú que! ¿Estás completamente loca? No puedo mover ni un dedo. - grité. 

- Aleksey, te lo advertí, tú mismo viste, cuánto tiempo tenías que trabajar para convertirte en lo que quieres. - comenzó a amonestarme, sentándose en el borde de mi cama, - Pero tú insististe, sin tomar en cuenta mis comentarios. Por lo tanto, llegué a la conclusión de que fue tu decisión bien pensada y firme. Entonces, ¿por qué actúas como si no te importara el resultado? 

- ¡Sí, porque estoy cansado como un caballo agotado! - exclamé indignado, - ¿Entiendes eso? 

- Sí, lo entiendo - respondió ella, sin levantar la voz, - pero hoy Vladimir te lo explicó todo muy claramente. Debes entender que la pereza no es solo la impotencia, sino también el carácter. ¿Por qué uno se rinde y se cae, y el otro, apretando los dientes, se levanta y toma altura? Cuando te matan en el juego y tienes que pasar un nivel difícil de nuevo, no te rindes. Vas a la victoria una y otra vez. Entonces esto es casi lo mismo, pero en la vida real. Lo principal es llegar a la victoria, pasando ese nivel difícil. 

Imaginé que era muy posible que seria más fácil más adelante, como suele ocurrir en los juegos, y me levanté de la cama. 

Yo como tonto pensaba que el día mas duro era el primero, pero me equivoqué. Lo peor vino al día siguiente. Me dolía todo el cuerpo, sobre todo los muslos. Intenté levantarme de cama y me caí con un grito de nuevo en ella.  

En un segundo en la puerta apareció Elvira con un vaso de un líquido turbio. 

-Toma esto. Vladimir dijo, te calmara el dolor de agujetas. - dijo ella, como si no pasara nada. 

Detrás escuche la voz de mi madre: 

- Eli, ¿qué está pasando? 

- No pasa nada, - dijo mi madrina con tranquilidad y me acercó el vaso. 

En ese momento estaba dispuesto a tragar cualquier cosa para quitar el dolor y la verdad, me ayudo. Ese nivel imposible de mi juego “Quiero ser “Astro”” duró un mes de sufrimiento y sino fuera por Elvira, no lograría pasarlo. 




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