Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 24. La gente infeliz. Elvira.

Mientras esperaba un taxi, Irina me hizo otra pregunta difícil: 

- Elvira, ¿cómo hacer feliz a una persona? 

Yo misma no sabía la respuesta a esta pregunta. Se podría responder, como suelen hacer los psicólogos, que la felicidad es un sentimiento subjetivo y cada uno lo percibe a su manera. Pero me di cuenta, de que Irina necesitaba una respuesta específica. 

- No lo sé. Creo, que, solo amando sinceramente, se puede hacer feliz a una persona, - le respondí, pero yo mismo no estaba segura de eso. 

Amaba a mi padre, pero mi amor no fue suficiente para él y encontró a Victoria. Amaba a Kirill, pero mi amor no era suficiente para él, necesitaba el dinero de mi padre. 

- Pero lo más importante, es entender, si quiere ser feliz esa persona, - agregué, abrazándola. 

De repente, el coche de Vasiliev entró en el patio. Salió del coche, y vi una auténtica sorpresa en su rostro. No esperaba verme aquí de nuevo. Para nada. 

- Papá, invité a Elvira a comer con mis amigas, pero su auto se averió, ¿no puedes llevarla? - preguntó Irina. 

- No hace falta, ya llamé a un taxi - me negué. - Tu padre debe estar muy cansado. 

- Está bien, no pasa nada le llevaré a casa, - respondió amablemente, pero noté, que estaba molesto. - ¿Y el auto? ¿Qué le pasó? 

- No lo sé, - respondí desconcertada. – No se arranca. 

No entendí por qué él tomó mi presencia en compañía de su hija con tanta hostilidad. Vasiliev se acercó a mi Škoda, abrió el capó y miró algo allí. “Bueno, ¿qué quería ver allí? ¿Nervios, tejido muscular? Es neurocirujano, no mecánico. ¿O quiere demostrar, que es un hombre?” - pensé. 

- Suba a mi coche, le llevaré, - ordenó Vasiliev, claramente queriendo mostrarme, que cuanto antes se deshiciera de mí, mejor. 

- Le dije, que ya llamé a un taxi. Si está tan molesto con mi presencia en su finca, entonces puedo esperar fuera de la puerta, - respondí y me dirigí a la salida. 

- Papá, ¿por qué estás así? ¡Entonces dame las llaves! Me la llevaré yo misma, - Irina estalló. 

- Aún no has aprobado el examen de tu licencia de conducir, - espetó y se volvió hacia mí, -  Elvira Vadimovna, lo siento, no quería ofenderle. Por favor, suba al auto. 

Entré en su auto, no porque no quisiera esperar un taxi, sino porque no quería ser un pretexto para una bronca entre padre e hija y también, estaba terriblemente interesada en saber por qué él se puso tan nervioso cuando su hija le pidió, que me llevara. 

- Digame, Dimitri Nikolaevich, ¿qué le disgustó tanto? ¿Que su hija me invitó a comer, o que le pidió a llevarme? - le pregunté, cuando entramos en la autopista. 

- No tiene que burlarse de mí. Ya entendí, que fue mi hija, quien le pidió, que me prestara atención, - respondió alterado. - Lleva un año cortejándome a sus conocidas. 

- ¿Para qué? - Pregunté, sin entender nada. 

- Ella piensa que soy infeliz, - respondió. 

“¡Así que era su padre a quien Irina quería cambiar y hacer feliz!” - me di cuenta. 

- Perdóneme, pero me parece, que hoy le hice un flaco favor, - le dije, recordando lo que le había respondido. 

- Ya veo, otra vez tengo que ayudarle, - dijo sarcásticamente. 

 - Conmigo no se equivoca, - entendí, que estaba acusándome de conspiración. - No estoy involucrada en ninguna trama contra usted. 

- Entonces, explíqueme lo de nuestros "encuentros casuales" - preguntó burlonamente. 

- Por supuesto, puede que no me crea, pero en realidad fueron todas al azar, - respondí. 

- ¿las tres? - preguntó. 

- Si, para ser precisa, este encuentro es el cuarto, - dije con una sonrisa, en verdad, fue una casualidad divertida. 

- Esta bien, - dijo y se quedó en silencio. 

Pasamos todo el camino en silencio. Ahora entendí, por qué Irina estaba tan preocupada por él. Podría estar de acuerda con ella en que él era infeliz y que de él emanaba un escalofrío de desconfianza. Sí, tenía un trabajo favorito, tal vez tuviera amigos, bienestar material, pero eso no era suficiente. Para la felicidad hacía falta el amor, sin que el vacío en el corazón no se llena con nada. "Lo mismo que yo. Tenemos miedo de ser felices. Pero al menos él tiene una hija, y yo ...", - pensé. 

- Gracias por traerme, le pediré a mi sobrino el número del teléfono del mecánico y él recogerá mi auto de su jardín, - le dije. 

- Adiós. - Vasiliev se despidió y se fue. 

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.