Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 26. Impresionismo provoca impresiones. Elvira.

En mi cabeza, hambrienta de venganza, no del amor, surgió un buen plan. Dado que incluso, los estudiantes de diseño de una academia conocían a Elvira Brown, asumí que los tentáculos publicitarios de Megan habían llegado a la élite de la sociedad. Tenía muchas ganas de acercarme a Victoria. "Si ahora no puedo conseguir la compañía de mi padre, entonces, al menos, le quitaré la galería", - decidí.

Me acerqué al espejo y me miré. En esta mujer hermosa, elegante y segura de sí misma, no quedaba nada de la niña ingenua y afligida. Lo único que podría llevarla a pensar que yo, la hija de su difunto esposo, era el nombre. Pero junto con mi apellido actual y la empresa de Los Ángeles, existía la posibilidad de que ni siquiera lo pensara.

Ir sola a la inauguración de la exposición no me pareció decente. Necesitaba un acompañante y preferiblemente un estadounidense. ¿Dónde podría encontrar uno en un pueblo pequeño? En ese momento pensé en Aleksey. Hablaba bien el inglés, su apariencia después de tres meses y medio cambió mucho y se volvió como un estadounidense promedio con una barriga pequeña. Pero después pensé, que eso no funcionaría. Necesitaba un hombre fuera de lo común, que se notara de inmediato.

Pensé en Vladimir, pero habiendo estimado, que después de eso Olga me miraría como una loba, decidí no tentar al destino. Llamé a Megan, mi salvavidas, y le pregunté. si alguno de los actores estaba en Moscú ahora. Ella respondió que no había nadie.

- Recibí dos invitaciones a nombre de Elvira Brown. - me dijo Alex, habiendo entrado en mi habitación.

- Está bien, vendrás conmigo a la exposición. Así que mañana iremos a Moscú y te compraremos un esmoquin. - La decisión vino por sí sola, le llevaré a él.

Yo pensaba poner mi vestido preferido para ocasiones sofisticadas como esa, que en el último momento metí en la maleta, pensando, por si acaso lo necesitaba. Esa ocasión llegó. El vestido de color arena con unas líneas doradas de lentejuelas en la parte de arriba, ajustado y con la espalda abierta, me gustaba muchísimo.

- ¡Pero tengo un trabajo! - Protestó.

- Olvídate de este trabajo. Si lo logramos, en una semana tendrás uno diferente y mucho más interesante, - le aseguré. - Y tengo una petición más, - traté de hablarle del coche, pero el sonido del teléfono me interrumpió.

Pensé que fue Megan, quien me encontró a alguien para acompañarme, por eso cogí el teléfono sin siquiera mirar la pantalla.

- Sí, Megan, ¿lo encontraste? - Le pregunté en inglés.

- Disculpe, soy Dimitri Vasiliev, le llamo para informarle que entregué su coche a mi mecánico, cuando esté listo, se lo devolverá. Le enviaré su número de teléfono con un mensaje, - dijo.

- No debería haber estado tan preocupado, pero gracias de todos modos, - Agradecí.

- Una vez más, perdóneme por el comportamiento inapropiado otro día. – Añadió Dimitri.

- No estoy enojada. Buenas noches, - dije, y colgué.

No estaba a su altura ahora, para una conversación amable, estaba sumergida en la venganza.

Dos semanas después, un joven afable con una pequeña barba, que le sumaba un par de años de más, y yo entramos en la galería de Victoria Carter. Mostré nuestras invitaciones a los de seguridad y entramos.

Siempre me ha gustado el impresionismo, para mí era comparable al soplo del viento, al temblor de las hojas, al resplandor del sol sobre las ondas del mar. La esencia de ese método creativo es reflejar la variabilidad de la realidad circundante y su actitud hacia ella. Quizás, por eso Alfred Sisley, se convirtió en mi pintor impresionista favorito. En sus cuadros había una especie de melancolía y soledad, que solo yo podía comprender.

Pero hoy vine a la galería no para disfrutar de la pintura, sino para disfrutar de la venganza en un futuro cercano.

Antes de llevarme a Aleksey, le di unas instrucciones estrictas, sobre cómo comportarse y qué decir. Al principio no se veía muy bien con un esmoquin, pero después de que, la chica de la tienda nos aconsejó a un buen estilista, quien decidió que, con un poco de barba, la cara redonda de Alex se vería más delgada, acepté y no me arrepentí. Alex ahora tenía un aspecto muy decente.

La galería de Victoria era un lugar impresionante y ocupaba todo el primer piso de un antiguo edificio histórico. En tres grandes salas, se presentaban cuadros con conocimiento del tema, con estilo y combinación de colores. El ambiente era suave, relajado y acogedor para quedarse aquí por tiempo indefinido. En la sala más grande hubo una exhibición de un cierto "GGG". Se le ocurrió una idea muy interesante: para llegar a ella, primero, había que pasar por un pasillo con otras pinturas y un gran vestíbulo, donde se colocaron mesas con canapés y bebidas. Me gustó. No esperaba ver esto, o más bien, no esperaba ver su éxito. Pero tuve que admitir, que Victoria llevaba bien el negocio.




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