Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 28. El fracaso. Aleksey.

Yo en solitario vagaba por los pasillos y salas, fingiendo que miraba las pinturas con interés, pero en realidad tenía muchas ganas de salirme de aquí. Para ser honesto, ya me estaba empezando a sentir mal de toda esa sociedad bohemia, a parte con el esmoquin no me sentía muy a gusto. Volví a mirar a Elvira, estaba hablando libremente con un calvo. "Bueno, ¿cuánto tiempo más pue estar aquí? A ella no le importaba, pero yo tengo que ir a entrenar mañana", - me quejé en silencio.

- ¿No me digas que te gusta este embadurnamiento? - Escuché una voz de niña disgustada detrás de mí.

- ¿Cómo terminaste aquí? - Pregunté con sorpresa.

- Andando, - respondió ella, y se colocó un mechón de cabello despeinado detrás de la oreja.

- Quiero decir, si no te gusta, ¿por qué viniste? - Corregí mi pregunta.

- Sí, yo he decidido ver cómo el arte genera dinero", sonrió con sarcasmo. - ¿Y tú? No pareces un amante del impresionismo.

- Tienes razón, no entiendo nada de eso. Acompaño a mi tía aquí. Ahí está ella con un vestido beige - le respondí y le la mostré a Elvira.

- ¿De verdad es tu tía o, alguien más? – preguntó la chica desafiante.

- Lo adivinaste, no es solo una tía mía, - hice una pausa a propósito para jugar con ella, - también es mi madrina.

- Pues bien, es comprensible, la persona más cercana, - se rio.

- ¿Entonces tampoco te gusta estar aquí? - Yo pregunté.

- No, pero puedes cenar gratis, - respondió, y tomó mi mano. - Vamos, hazme compañía. Por cierto, mi nombre es Stella.

- Y yo Aleksey. - Respondí.

Fuimos al vestíbulo donde estaban colocadas las mesas con canapés y bebidas. La niña tomó un plato y comenzó a llenarlo de bocadillos.

-No seas tímido, estos snobs no comerán aquí, así que esto es todo para nosotros. - dijo alegremente.

Miré los platos ofrecidos y no encontré nada, que pudiera comer no prohibido, así que solo tomé un vaso de agua.

- ¿No quieres nada? - Ella me preguntó.

- No, gracias, no tengo hambre, - mentí, porque el hambre yo tenía siempre, pero si mañana en la báscula no aparece el número mágico de cien kilos, mi vida se complicaría. - ¿Y tú a qué te dedicas?

- Me estoy buscando a mí misma, - respondió, metiéndose otro canapé en la boca, - pero en realidad soy una artista.

- Genial, ¿y tú también haces exposiciones? - pregunté.

- No, todavía no, no todo el mundo entendería mis obras, - explicó, - hay que sentirlas. Son como los sentimientos.

Extraño, pero por primera vez después de la universidad hablé con una chica y no me sentía incómodo, ni asustado de que se riera de mí. Me sentí muy bien y libre con Stella.

- ¿Puedo ver tus trabajos?

- Es fácil, mi taller está a dos manzanas, - respondió, y agarrándome de la mano me llevó hacia la salida. Ni siquiera tuve tiempo de averiguar nada, cuando me encontré en la calle.

- Espera, tengo un auto estacionado allí, - dije, esperando regresar rápidamente por Elvira.

- ¡Vaya! ¡Tienes un caballo! Claramente, eres un Príncipe, - se rio, pero esta comparación no me ofendió en absoluto, sino que me divirtió.

Pero cuando vio mi viejo coche, añadió.

-Mejor, yo pensaba, que eres uno de esos ricos, que estaban en la fiesta, pero veo, que me equivoqué. Eres un chico normal y aun debes tener el corazón abierto. – no entendí de que estaba hablando, pero no me preocupó en absoluto.

Su taller estaba realmente muy cerca, en el último piso de un edificio de gran altura. Entramos y recordé las contundentes palabras de Elvira sobre mi habitación. Esto no era un pantano, era el Mar de los Sargazos. Todas las cosas estaban esparcidas en un lío artístico: los cuadros enmarcados, los cuadros no acabados, libros, álbumes, ropa, muebles y un gran marco con una sábana blanca en el centro.

-Adelante, no seas tímido, - dijo Stella sin encender la luz, y me empujó por la espalda. Di un paso y, al darme con el pie en algo, me habría caído si ella no me hubiera sujetada del brazo. – ¡Cuidado “Príncipe”!

Me presioné junto a ella y ella abrazó mi cuello. No sé cómo pasó todo, pero un segundo después estaba besándola y ella me estaba quitando la chaqueta. De repente, el teléfono sonó en mis pantalones. Me aparté de ella y lo saqué de mi bolsillo. Era Elvira. Yo mismo no entendí cómo le respondí que debía irse sola a casa, porque estoy ocupado. Ni siquiera preguntó por qué y colgó.

- ¿Te gustaría algo de vino? - Preguntó Stella cuando colgué el teléfono.

- No, no quiero vino, quiero ... - Ella no me dejó terminar y de nuevo me hundió en sus labios con un beso.

Estaba como en una nube, el cerebro no quería trabajar, solo quería sentir sin entender porque y para qué. Esa sensación era nueva para mí y yo me emborrachaba de ella. Perdí la noción del tiempo, nunca me había sentido tan bien, tan tranquilo y tan ajetreado a la vez. Sus cálidas manos tocaron mi piel, estimulando cada célula de mi cuerpo.

De repente ella totalmente desnuda, abrió un bote de pintura roja y lo echó encima de la sabana enmarcada y se puso por delante.

-Píntame un cuadro de tu pasión, - dijo.

La quería, el deseo palpitaba en mis pantalones, pero cuando, al verla tan extraña, como pintada en una sábana blanca manchada de sangre, algo hizo clic en mi cabeza y surgió una imagen de mi pesadilla, cuando en el primer año de la universidad los compañeros se burlaron de mí y acabé borracho en la cama con una chica. Sentí el mismo miedo y deseo de huir de aquí rápidamente.

-Lo siento, no puedo, - dije, cogí mi ropa y salí corriendo por las escaleras, sin esperar el ascensor. Quería salir de esa casa lo antes posible. Me tranquilicé solo en el coche. Marqué el teléfono de Elvira, pero estaba desconectado. Fui a casa. Y cuando llegué, una increíble autocompasión y el miedo de nunca convertirme en un hombre normal se asentaron en mi alma. "¿Por qué todo esto? ¿Por qué cambiar mi apariencia, si sigo siendo el mismo cobarde y perdedor por dentro?" - pensé y una lágrima caliente rodó por mi mejilla.




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