Ceniciento. La historia de un hada.

Capítulo 47. Otras oportunidades. Elvira.

Una semana después, Alex me dijo la entrevista en el banco donde trabaja uno de sus nuevos amigos, acabo en un contrato del trabajo como un programador. Estaba en el séptimo cielo de felicidad, porque mi ahijado se había vuelto un poco amargado últimamente. Porque Bree no lo mimaba mucho e inmediatamente puso una condición:  el sexo a petición de ella y sin ningún romance. Y como el trabajo comía todo su tiempo, el chico solo recibió dos clases de práctica más durante toda la semana.

Confiaba en Bree y sabia, que lo hacía por el bien, para que Alex no se enganchara totalmente. Por eso yo estaba muy feliz recibir la noticia de que le aceptaran en el banco. Esperaba, que mi ahijado se relajara un poco.

De repente llamó Manu:

- Hola, amor, ¿dónde está tu ahijado? - Preguntó de inmediato.

- Va al banco, hoy su primer día de trabajo, pero ¿qué?

- ¡Qué diablos, el banco! ¡Rápidamente arrástralo a mi oficina! Es un gran especialista y conmigo será el más cool de todos”, - gritó.

- Espera, ¿has visto su juego? - Le pregunté.

- ¿Por qué crees, que te llamo temprano en la mañana? No es necesario repasar su juego, a mi cliente ya le gusta así, quiere lanzarlo a la venta. Y pagará un buen dinero por los derechos, - explicó Manu.

- ¡Para! ¿Tu cliente quiere comprar el juego y obtener los derechos para sí mismo? - Le pregunté.

- ¡Bueno, sí! - Respondió.

- ¿Para cuánto tiempo?

- No lo sé, podéis negociar.

- No, querido, la patente será para mi ahijado y tu cliente pagará el cuarenta por ciento de cada copia vendida, - le expliqué.

- Bueno, hablamos de eso más tarde. Lleva al chico a las cuatro, ¿de acuerdo? —Preguntó.

- Está bien, - estuve de acuerdo.

Luego llamé a nuestro abogado y a Alex. Le dije, que no aceptara nada en el banco, que le tenía una sorpresa. El chico, por supuesto, no entendió nada, pero me obedeció.

 A las cuatro en punto yo con mi ahijado y el abogado estábamos sentados en la oficina de Manu. El comprador estaba tardando y eso no me gustó para nada. No me pareció muy serio, llegar tarde a una reunión importante.  Manu se disculpó por su cliente, que estaba atascado en el tráfico. Mientras mi abogado y yo hablábamos de temas normales: cómo redactar un contrato lucrativo, qué puntos incluir, qué exigir y cosas por el estilo, Manu y Alex llevaron la conversación a su idioma y discutían vívidamente sobre algo.

De repente, un hombre de un aspecto respetable de unos cincuenta años entró en la oficina. En él, sin duda, fluía la sangre italiana. Solo los italianos, al entrar en una habitación, ocupaban toda su superficie y sin importar el tamaño que tenía. “Hay que tener cuidado con hacer el trato con italianos.”- pasó por mi cabeza.

- Permítanme presentarles a Alberto Tinelli, mi viejo amigo y socio, - dijo Manu.

- Estoy encantada de conocerle, señor Tinelli, - como única mujer, fui la primera en extender mi mano, - soy Elvira Brown.

- Usted tiene un nombre de la realeza, Elvira, - dijo amablemente y me besó la mano.

Luego le presentaron a mi abogado y a Alex.

Primero, Alex respondió lo que preguntaron, luego el abogado entró en el juego y yo me senté al margen y crucé mis piernas con indiferencia. Sólo que no era así en absoluto, seguí el rostro del italiano y le di imperceptibles señales al abogado para que supiera, cuándo presionar, y cuándo era mejor no exigir. Como resultado, dos horas después firmamos un contrato preliminar. Conseguimos todo lo que queríamos.

El italiano elogió al abogado y me invitó a tomar una taza de capuchino. Estuve de acuerdo. Me despedí del abogado, que todavía tenía trabajo por hacer, le di las llaves de mi auto a Alex, diciéndole que conducir mi coche sería mucho más fácil, que su Škoda, porque es automático. Di un beso a Manu y salí con Alberto. Al menos se merecía una conversación casual con una hermosa mujer.

Alberto me llevó al restaurante italiano más famoso de la ciudad. En mis veinte años, que yo vivía en Los Ángeles, nunca estuve allí. ¡Qué pena! Era un sitio digno por la decoración, la cocina y el ambiente.

-Me gusta mucho este restaurante. Tengo que admitir, que no lo conocía antes, - dije yo, tomando un maravilloso capuchino.

-El dueño de este local, es mi sobrino. – respondió el italiano.

“¿Quién lo dudaba? Las grandes familias italianas son como una piña,” – pensé.

Nosotros pasamos un buen rato, porque Alberto resulto ser un buen comunicador, su sobrino me regalo una cajita de los postres famosos y le prometí que vendrá por aquí otra vez con mi sobrino. Después de una hora y media, Tinelli me llevo a casa en su lujoso coche. Cuando me abrió la puerta y me ayudo a salir, me pareció que yo vi a Vasiliev.

“¿Como podría él estar aquí?” – pasó por mi cabeza, - “Son mis fantasmas”

Alberto me acompañó hasta el portal.

-Elvira, ¿permítame invitarle mañana a una cena? - preguntó.

- Lo siento mucho, señor Tinelli, pero mañana, pienso, que será imposible para mí, - me negué y vi su cara desgastada, por eso rápidamente añadí, - pero el fin de semana encontraré un tiempo para Usted.

Agradecido, me besó la mano y prometió llamarme el sábado.

No entraba en mis planes un lio con el italiano, aunque estaba de muy buen ver, pero como el contrato con Alex aún no estaba firmado, tenía que ser amable con Tinelli.

 

Echo de menos vuestros comentarios, mis dulces corazones, abiertos al amor. Quiero sentir vuestro apoyo. Estoy ansiosa. Solo faltan unos capítulos para acabar la historia de Elvira. 




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