El aire de la sala estaba cargado de tensión y un leve aroma a desinfectante. Mientras estábamos solos, la niña no dejaba de mirarme con esa mirada grande e inquisitiva que parecía traspasar cualquier barrera. Su intensidad me incomodaba, tanto que desviaba la vista hacia el suelo o cualquier otro rincón. Pero su atención no se detenía. Sostenía mi mano con sus pequeños dedos mientras analizaba minuciosamente cada uno de ellos, como si mis manos guardaran secretos que solo ella podía descubrir.
Intenté disimular mi incomodidad enviando un mensaje a Débora en mi teléfono, pero incluso al bajar la mirada, no pude evitar notar cómo una débil lágrima bajaba por su mejilla.
—Pequeña…, ¿cómo te llamas? He sido un maleducado por no preguntar antes —dije rompiendo el silencio. Limpia su lágrima de prisa, como si temiera que la viera. Pellizco con suavidad la punta de tu nariz con mis dedos. Ella suelta una sonrisa tímida y sincera que iluminó su rostro.
Se puso de pie, sujetando su vestido con ambas manos y cruzando los pies en una pequeña reverencia. La escena era tan inesperada y dulce que no pude evitar soltar una carcajada..
—Belinda Mendoza para servirle… —dijo con un tono ceremonioso, claramente buscando recordar algo más, como mi nombre.
—Bastian Verne —la ayudé, y sus labios repitieron mi nombre con una dulzura deliberada. Luego se quedó pensativa, su pequeña frente fruncida mientras seguramente procesaba algo en su mente—, Belinda… —dije suavemente, pero ella me interrumpió con una corrección urgente.
— ¡Bel! ¡Dime Bel —pidió mientras se dejaba caer nuevamente a mi lado, su vestido esparciéndose a su alrededor como un abanico.
—Bel… —repetí, dándole gusto—, el señor que estaba afuera de mi…, la empresa, ¿era tu padre?
La pregunta pareció golpear un punto delicado en ella. Su rostro, que hasta entonces había estado iluminado por la curiosidad, se oscureció. Bajó la mirada y sus labios temblaron.
Sentí un nudo formarse en mi estómago al verla.
—Es…, es… —sus palabras quedaron atrapadas en su garganta. Su manita soltó la mía, como si sostenerla fuera un peso que no podía soportar en ese momento. Entonces gritó—: ¡Tía!
Antes de que pudiera reaccionar, salió corriendo por el pasillo. Me quedé mirando su diminuta figura mientras mi mente se llenaba de preguntas. Débora apareció al instante, y la niña corrió hacia ella como si fuera un refugio seguro.
Débora la tomó en brazos con una facilidad que demostraba la cercanía entre ellas. La niña se aferró a su cuello con fuerza, hundiendo su rostro en el hombro de Débora mientras susurraba palabras que no pude alcanzar a oír.
—Bastian… —la voz de Débora era suave pero cargada de una mezcla de culpa y algo que no pude identificar. Me acerqué lentamente, observando cómo la pequeña se refugiaba en ella. Mi mente daba vueltas. Débora no tenía hermanas. Su familia, al menos la que yo conocía, no parecía encajar con ellas.
Algo no cuadraba.
—Hola, cuñada. Veo que se conocen muy bien —dije, mi tono era neutro, aunque la situación me inquietaba más de lo que quería admitir.
La niña levantó la cabeza lo justo para hablar.
—Ella es mi tía. Tía, él es el buen hombre que ayudó a mi mami y la protegió del CEO Malo.
Débora, por su parte, pareció atrapada entre la necesidad de explicarme y su instinto de proteger a la nena.
—Bastian, puedo hablar contigo luego. Ella necesitaba el trabajo, le dije sobre las niñas, pero todo iba muy bien… No pensó que te darías cuenta.
—Shhh, no importa —la interrumpí con suavidad, aunque mi voz dejaba entrever mi impaciencia—, anda a ver cómo está la bebé. Espero aquí con Bel.
Le pido silencio al ver cómo la pequeña me mira con esos ojos llenos de confusión. Es increíblemente inteligente para su edad, pero no puede saber quién soy realmente, ¿o sí? ¿Cómo podría entender que yo soy el “CEO malo” del que habla? No entiendo por qué me llama así, ni por qué su madre estaba tan molestandome. La forma en la que miraba a Dan…
Débora se marcha y por un momento, con todo lo que ha sucedido, me doy cuenta de que no he pensado en mis propios problemas. Esa pequeña, con su manera de hablar y esa tristeza en sus ojos, ha logrado hacerme olvidar todo.
— ¿Qué tienes? —preguntó con suavidad, inclinándome un poco hacia ella—, ¿podemos ir por algo de comer o un helado?
Ella sacude la cabeza, y su voz, tímida pero firme,
—No puedo sin permiso de mi mami.
Me froto la nuca, incómodo. Su inocencia es como un espejo que me enfrenta a lo que siempre he evitado.
—Mmm, ya… ¿Y no me dirás qué tienes? —insisto, intentando que confíe en mí.
Baja la mirada y comienza a jugar con sus pequeños dedos, entrelazándolos nerviosamente. Hay algo en su expresión que me aprieta el pecho.
—Es que te mentí… —confiesa en un susurro, su voz apenas audible.
—¿Me mentiste? —Suelto una risa suave, intentando aliviar su tensión. Sin pensarlo, tomo sus manitas entre las mías. Su piel es tan pequeña, tan frágil, y al hacerlo, siento cómo un rayo me impacta el pecho cuando sus ojos me buscan. No puedo soportar la intensidad de esa mirada. Inclino mi rostro hacia el suyo, levantando su barbilla con delicadeza para que no se esconda. Necesito verla—, ¿en que, dime?
—Te dije que sí podías ser el papá de Mía… —hace una pausa, su voz se quiebra y veo cómo las lágrimas empiezan a acumularse en sus ojos—, pero ella ya tiene papá. Era el señor que estaba con mi mami.
Mi corazón late con fuerza. «¿Cómo puede ser tan pequeña y tan valiente a la vez?» Permanezco en silencio, mi garganta seca, incapaz de interrumpir
—Yo soy la que quiere un papá…, porque no tengo —dice, con la voz entrecortada—, así mi mami estará feliz…, y Mía tendrá uno cuando crezca. Ese señor no es bueno…
Quedo mudo, conmovido por su honestidad y madurez. Su pequeña mano tiembla en la mía, pero ella no aparta la mirada, decidida, incluso con sus ojos llenos de lágrimas. Respiro hondo, tratando de procesar lo que me está diciendo. «¿Qué clase de vida te ha llevado a pensar así? ¿Cómo he llegado yo a este momento, siendo el receptor de un deseo tan puro y desgarrador?»