Ceo Malo

CAPITULO 7: Papá instantáneo

BASTIAN VERNE

Nunca imaginé que la dejaría sin palabras. Siendo honesto, esperaba que me lanzara algo, cualquier cosa, al revelarle que yo era el verdadero CEO. Pero no. En lugar de eso, Andrea parece procesar todo, atando cabos que desmoronan lo que ella misma asumía. Débora se acerca con la niña, y esta vez su expresión es más suave; siempre ha detestado las mentiras. Su mirada se cruza con la de su amiga, que sigue clavada en el lugar. La pobre no se mueve, como si el piso fuera a desaparecer si da un paso. Sólo atina a peinarse el cabello con una mano temblorosa, un gesto que delata sus nervios.

—Andre, me llevaré a Bel. Mañana vendré por ti y Mia. ¿Necesitas algo? —pregunta Débora.

—Estoy bien, pero no es necesario. Pasaré a buscar a Bel a tu casa.

Andrea evita mi mirada. La esquiva deliberadamente, como si mis ojos fueran un recordatorio incómodo de algo que no quiere enfrentar. Pero yo no puedo dejar de buscarla, de intentar encontrar su mirada. Mientras tanto, Bel tira de mi saco y me señala a su madre con picardía. Parece que ha visto demasiadas novelas románticas, lástima que aquí no hay nada de romántico.

—Yo la llevaré a tu casa y pasaré la noche aquí —digo al fin, intentando que mi tono no sea tan áspero como lo siento por dentro.

—¡Mi mami no puede estar solita! —exclama Bel, con la inocencia que sólo un niño puede tener—, le teme a la oscuridad, por eso dormimos juntas en la misma cama y...

—¡Bel! —la interrumpe Andrea, con las mejillas encendidas como un tomate.

—No digo mentiras, mami —replica la niña, llevándose un dedo a los labios en un gesto cómplice, pidiéndome que guarde el secreto.

Andrea respira hondo, sus estan hombros tensos.

—Gracias, pero no es necesario que ninguno de los dos venga. Ya han hecho mucho. Yo puedo buscar a mi hija —dice, con una firmeza que parece más destinada a convencerse a sí misma que a nosotros.

Débora sonríe, ignorando por completo la protesta de su amiga.

—Bueno, nos vemos mañana, cuñado —me dice, enfatizando la palabra con una chispa de diversión que Andrea no comparte—, pasa por mi casa. Tengo unas cosas de tu hermano que quiero entregarte, y de paso le das un empujón a Andre.

Andrea abre la boca, probablemente para protestar, pero Débora no le da tiempo. Le deja dos besos rápidos en las mejillas y se despide con un abrazo cargado de ternura que parece desarmarla por completo. Bel, por su parte, se aferra al cuello de su madre antes de girarse y mirarme. Su expresión, mezcla de inocencia y madurez prematura, hace que algo se quiebre en mi interior.

—Cuida a mi mami —dice, con esa seguridad infantil que no admite dudas—, es una joya muy brillante.

Asiento, sin palabras. Porque, en el fondo, no tengo dudas de ello.

Las observo alejarse tomadas de la mano y cuando giro mi rostro Andrea llega casi a la esquina, acelera el paso hasta casi correr. Suspiro, meto la mano en el saco y saco el teléfono. Borro el historial de llamadas de Arabella antes de marcarle a Dan.

—Dan… cálmate, amigo. No vayas a…

—¡No me hables, joder! —su voz me interrumpe como un rugido al otro lado de la línea—. ¿¡Viste cómo quedé!? ¿¡Cómo me dejó!? ¿Quién demonios es esa loca? ¡Y tú, con una bebé en brazos! ¿Por qué no dijiste que eras el CEO? ¡Yo no llego ni a secretario y me dejas que me humillen así! Más atención tuvo Arabella que tú.

Apenas puedo contenerme. Una carcajada me escapa antes de que pueda detenerla. Niego con la cabeza, sujetándome el puente de la nariz mientras intento recuperar el aliento.

—Lo siento, Dan. Pero para eso estamos los amigos, ¿no? No podía dejar que me hicieran eso a mí.

—¡¿Y esa niña?! ¡Me lanzó un biberón lleno de leche! —grita, y eso me hace reír aún más—, ya tengo la lista de todos los involucrados, Arabella está registrando los despidos.

—No hagan nada hasta que yo regrese a la empresa —le interrumpo, intentando sonar serio—, todo tiene una explicación, lo sé. Pero ahora necesito un favor.

Dan exhala con fuerza, y puedo imaginarlo apretando los dientes.

—Habla, que estoy por salir.

—Necesito ropa para bebé, pañales y leche materna. Ah, y también un abrigo, ropa cómoda, tal vez deportiva, y una cena bien rica.

«Silencio» Sé que está procesando la absurda lista.

—¿Me estás jodiendo? —pregunta finalmente.

—No, amigo. Estoy hablando en serio.

—Seguro que ni siquiera quieres explicarme.

—Exacto —respondo, sonriendo de lado.

—Eres un hijo de…

—Te envío la dirección. Pero, por favor, llámame antes de llegar. No entres a la clínica.

Cuelgo antes de que pueda lanzar otro insulto. Pobre Dan. Sé que es un buen amigo y no dirá nada cuando llegue, pero no quiero incomodar más la situación. Andrea ya está lo suficientemente vulnerable como para lidiar con alguien más.

Me dirijo al mostrador de la clínica y preguntó cuál es la habitación de la bebé. La enfermera, amable me señala la dirección. Respiro hondo y camino hasta la puerta, empujándola suavemente. Lo que encuentro al entrar me deja sin palabras. La pequeña duerme profundamente, envuelta en una manta que apenas deja ver su diminuto rostro y su madre está de rodillas en el suelo, inclinada hacia la cuna. Sus dedos rozan delicadamente los de su bebé mientras canta una canción que jamás había escuchado. Su voz es suave, quebrada, y cada palabra está teñida de emoción.

Lágrimas resbalan por sus mejillas, una a una, surcando un rostro agotado y marcado por el cansancio. «Es una mujer fuerte, pero solo en fachada» pienso al observarla desde el umbral. Sus ojos se levantan hacia mí, sorprendidos, pero no se mueve. Sigue cantando, sosteniendo la pequeña manita de la bebé, como si cualquier interrupción pudiera romper ese frágil momento. Su canción queda grabada en mi mente, tan simple y llena de ternura que me siento un intruso por estar allí.

La pequeña abre los ojos, grandes y brillantes, mirándome con una curiosidad inusual. Luego voltea hacia su madre, como si buscara confirmación, antes de girarse hacia mí con un gesto claro: quiere que la cargue.




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