Narrador
Débora molesta por saber con detalles lo que su amiga pasaba en realidad, se encerró en el baño a llorar de la impotencia que sentía, pero una pequeña llegó dando toquecitos a la puerta para hacerla olvidar todo. Bastián por su parte conducía a todo el kilometraje, había estado tan absorto en su propio mundo que nunca se percató del verdadero caos que se desataba en su empresa. La tormenta de pensamientos lo abrumaba y en un rincón de su mente, resonaba la decepción que sentía hacia Arabella. Al mismo tiempo, su móvil estaba invadido de mensajes de texto enloquecidos de ella.
Bastián llegó a la oficina, percibió las miradas temerosas de sus empleados. El ambiente estaba cargado de tensión, como si todos esperaran la tormenta. El vigilante se le acercó, titubeando, con la intención de hablar sobre las niñas, pero Bastián levantó una mano en un gesto que llevaba implícita una orden de silencio.
—No tienes que darme explicaciones, nadie será despedido—dijo, su voz firme y sin titubeos, dejando al vigilante estupefacto.
Subió al ascensor, la luz del panel brillando en su rostro mientras contaba los pisos que ascendían, cada número subiendo como las pulsaciones de su corazón. En su interior, una parte de él había sospechado siempre del tipo de mujer que era. Sin embargo, jamás imaginó que se convertiría en el centro de entretenimiento de una madre que luchaba por salir adelante por el bienestar de sus hijas.
Al llegar a su oficina, se encontró con su asistente, quien le recibió con una mirada preocupada, informándole que había decidido no venir por sentirse mal. No dudó en dirigirse al penthouse que utilizaba para sus encuentros casuales, estaba seguro que estaría allí.
Al llegar, Arabella estaba de espaldas, acomodando un plato de frutas con una delicadeza exagerada. Llevaba un babydoll, con sus cabellos rubios estaban recogidos en una cola alta. Bastián se detuvo en el umbral, sus ojos recorriendo su figura.
Respiró hondo y su voz emergió, baja pero cargada de ira.
—Ara...
Ella giró lentamente, su sonrisa encantadora encajaba a la perfección con la escena, pero en cuanto sus ojos se encontraron con los de Bastián, esa fachada se desvaneció.
—Oh, hola, amor. ¿Dónde estabas metido? ¿Quieres algo de fruta? —preguntó, su tono melodioso contrastaba dramáticamente con la tormenta que se sentía en el aire, mientras sostenía la bandeja con una picardía inquietante.
Bastián avanzó un par de pasos, la tensión en sus manos era palpable, sus nudillos blancos por la presión.
—¡Deja de actuar! ¡Joder, Ara, no conoces la empatía! ¿No puedes ser humana por una vez en tu vida?
Arabella parpadeó, su expresión de confusión era exageradamente teatral.
—Perdón, pero…, no sé de qué hablas —dijo, como si la ignorancia fuera una estrategia.
Bastián sintió cómo la frustración hervía dentro de él.
—No te hagas la inocente —soltó y la rabia resplandecía en sus ojos como una tormenta a punto de estallar—, pero como tienes amnesia, te hablo de Andrea, la cocinera que humillabas cada día y a la que le lanzabas la comida en la cara. A la misma que le descontabas el sueldo…
Arabella palideció, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Intentó acercarse, su mano temblaba un poco mientras se extendía hacia él, pero Bastian retrocedió, expresión de asco esbozada en su rostro, como si su contacto le diera náuseas.
—Sin añadir los recados falsos que supuestamente venían de mí…
—¿En serio vas a creerle a ella? ¡Esa mosquita muerta está mintiendo! No puedo creer que seas tan ingenuo —contestó Arabella, su voz tensa, aguda como un silbido, intentando aferrarse a su última defensa.
Bastian, dio un paso más hacia ella. Sus ojos estaban fijos en los de Arabella, como dos espadas en el calor de una batalla.
—Esto se trata de respeto. ¿Cómo pudiste? ¡Ella no te hizo nada! ¿Estás tan aburrida de tu vida que tienes que envidiar la felicidad de los demás? —El reproche se deslizó por sus palabras como un veneno que dejaba cicatrices.
Arabella se llevó una mano al pecho, su expresión fue de un dolor profundo, como si cada palabra de Bastian la atravesara. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero en su rostro había algo más: una mezcla de desafío y victimización.
—¿De verdad piensas que yo haría algo así? ¡Yo solo quería que esa mujer entendiera su lugar! —se defendió, la indignación tiñendo su voz—, se pasaba por los pasillos con su delantal horrendo, coqueteando a todos en la empresa al darle panecillos rellenos de calorías asquerosas. Solo quería proteger lo mío, porque sabia que algun momento llegarian a tu estómago esas asquerosidades.
—¿Proteger lo tuyo? —Bastian dejó escapar una risa amarga, una carcajada llena de desprecio—, ¿de una madre soltera que lucha todos los días por sus hijas? ¿De alguien que no tiene una pizca de la arrogancia que tú llevas encima?
Las lágrimas de Arabella caían ahora con más fuerza, pero había un destello de determinación en sus ojos. Era como si su llanto fuera una tormenta de distracción, una manera de ocultar la verdad detrás de sus acciones. Nunca había visto a Bastian así y temía que se alejara de ella.
—¡Siempre me juzgas! —gritó, su voz temblorosa y desafiante—, pero cuando te complasco, soy la mejor, ¿o no? Y por lo que noto, sabes hasta que tiene hijas. Es que se ve lo…
Sin poder contenerse, Bastian lanzó la bandeja al suelo; el estruendo resonó, cortando la tensión en el aire. Se sostuvo la sien, el dolor de cabeza punzante crecía hasta volverse insoportable, y tuvo que apoyarse en la encimera.
—Arabella, te lo voy a decir claramente: si vuelves a tratarla así, no habrá llantos ni disculpas que te salven. Porque ella seguirá en la empresa, y con sus hijas… ¡Respétalas! Estoy harto…, no entiendo por qué seguimos siendo amigos si somos tan distintos.
Las palabras golpearon a Arabella y su rostro se contorsionó de ira y vulnerabilidad.