Ceo Malo

CAPITULO 12: Siempre

BASTIAN VERNE

Deseé, con todo mi ser, que Andrea no insistiera más sobre el episodio que tuve. Noté en sus ojos que no me creía del todo, esa mirada de duda me perforó el pecho. Solo espero tener el tiempo suficiente para demostrarle que no voy a fallarle. Me necesitan. Andrea y sus hijas ya son mi prioridad, y no pienso moverlas de ese lugar. Desde el momento en que Bel apareció fuera de mi empresa, algo dentro de mí se removió. Luego llegó Andrea, y todo dio un giro que no esperaba. Al principio, me convencí de que estaba ayudándola por una cuestión de principios, por humanidad. Viendo cómo una madre lucha por sacar a sus pequeñas adelante cada día, cualquiera habría hecho lo mismo.

Estaba con Bel, esperando a su madre. Todo parecía tranquilo hasta que, de repente, Bel se tensó. ¿Cómo lo supo? No lo sé. Pero sin decir nada, salió corriendo escaleras arriba. La seguí, con un escalofrío recorriendo mi espalda. Algo estaba mal, podía sentirlo. Cuando llegué, vi a Andrea. Su rostro, y lo supe al instante. Estaba asustada, temblaba, con su bebé apretada contra su pecho como si fuera lo único que podía protegerla del mundo. Sus ojos brillaban, reteniendo unas lágrimas que estaban a punto de romper el dique. Verla así me cabreó. Sentí una furia ciega, una necesidad visceral de hacer pedazos al culpable de ese miedo. Pero lo primero era ella. Tenía que estar segura.

Sin pensarlo, le arrebaté a la bebé. "No te vas a ir." Se lo dije de mil maneras, porque no iba a permitir que volviera a correr. Sabía que me estaba pasando, que cruzaba líneas que no me correspondían, pero no podía quedarme quieto. No esta vez. Andrea me miró con su mentón temblando, al borde de quebrarse.

—Mami… ¿nos vamos a ir otra vez? —preguntó Bel, con un hilo de voz. Su mirada era una mezcla de miedo y resignación, como si ya supiera la respuesta. Y ahí lo entendí. Esta no era la primera vez que huían.

«¿De quién escapaban? ¿Qué demonios estaba pasando? »

—No —Mi voz salió baja, tensa, casi un gruñido. Pero la cálida manito de Bel se aferró a la mía, pidiendo ayuda. Y algo en mí se endureció. Miré a Andrea directo a los ojos, esos ojos llenos de dudas y dolor. Una lágrima rodó por su mejilla, y mis palabras, aunque menos firmes, salieron con la fuerza que pude reunir —, no van a ir a ninguna parte.

Ella no apartó la mirada. Sabía que era un jodido extraño, alguien que había llegado de la nada y le pedía que confiara en mí. Pero ahí estaba, esperando que me creyera, que me dejara entrar en su caos.

—Déjame ayudarte. —Mi voz bajó, esta vez más suave, como un ruego. —Te lo pido por segunda vez, vid… Andrea. —Tragué saliva al darme cuenta de lo que casi decía. Solo quería abrazarla, que entendiera que, mientras estuviera yo, todo estaría bien. No sé si fue por la intensidad del momento o porque las niñas me hacen bajar la guardia, me ablandan de una forma que nunca creí posible

La bebé balbuceó algo y soltó una risita, como si mis palabras fueran una broma. Andrea bajó la cabeza, apretando los labios, mientras Bel se aferraba aún más fuerte a las piernas de su madre. Y ahí, en ese pequeño instante de silencio, supe que estaba dentro de este lío hasta el fondo. Y que no iba a dar un paso atrás.

No pude más. En dos pasos largos, acorté la distancia que nos separaba y la abracé, sentí su cuerpo temblar contra el mío, tan frágil, tan distinto a la imagen de fortaleza que mostraba frente a todos. Su aroma me golpeó como un susurro, una mezcla dulce que podía ser su loción o tal vez su propio olor natural, suave. Me estremecí. Andrea vibraba contra mi hombro, y sus lágrimas, calientes y silenciosas, empapaban mi suéter. Esa humedad calaba algo más profundo que la tela: me rompía verla así.

No sabía qué decir. No existía una palabra lo suficientemente fuerte para reparar lo que estaba destrozado en ella. La única certeza que tenía era que no quería que Bel la viera así, tan vulnerable. Andrea siempre había sido la madre fuerte, la roca, el refugio para sus hijas. No podía permitir que esa imagen se desmoronara frente a su pequeña.

—Shhh… —le susurré al oído, intentando que mi voz sonara tranquila, aunque por dentro todo en mí era un caos—, no estás sola. Voy a resolverlo todo, pero necesito que hables conmigo. Antes de eso, cálmate, ¿sí? Respira conmigo.

Sentí cómo se estremecía al escucharme, su cuerpo tenso se relajaba poco a poco contra el mío. Mis palabras no eran grandes promesas, pero al menos parecían darle algo de alivio. La sostuve con más firmeza y acerqué mis labios a su oído, más cerca.

—Cuenta hasta tres…, y sonríe por Bel. Hazlo por ella.

Andrea asintió, apenas un movimiento débil. Luego, comenzó a respirar profundamente. Una, dos, tres veces. Sentí cómo se levantaba lentamente de la curva de mi cuello, sus ojos rojos y las mejillas manchadas de lágrimas. Y a pesar de todo, estaba hermosa. Dolorosamente hermosa. «Es tan hermosa», pensé.

—Mami se quedará, pequeña —le dije a Bel, buscando que sintiera la seguridad que tanto necesitaba—, ¿por qué no vas con tu hermanita y le das el biberón mientras hablo con tu mamá?

Bel frunció el ceño, indecisa. Sus ojitos buscaron a su madre como si esperara su aprobación.

—Ve, cielo —Andrea le sonrió, aunque le costaba mantener la compostura. Era una sonrisa débil, pero honesta—, yo iré pronto. Todo está bien. Ah, y hoy podemos saltarnos el desayuno, come postre.

La cara de Bel se iluminó con esa sonrisa que solo los niños pueden tener. Esa alegría tan pura, tan efímera. Se volvió hacia mí y pidió que le entregara a su hermanita, que parecía pesar el doble que ella misma. Andrea observaba todo con una mezcla de ternura y agotamiento, mientras Bel se preparaba para bajar las escaleras.

—Creo que no podré bajar las escaleras con ella —dijo con una seriedad que me arrancó una media sonrisa.

Miraba a su hermana gordita como si cargara un saco de papas.




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