Ceo Malo

CAPITULO 15: Papá…

DAN

No soy un hombre cálido. No porque no quiera, sino porque la vida me arrancó esa parte mientras aún era un niño. Crecí en un orfanato, un lugar donde los padres sin corazón abandonaban a sus hijos. Recuerdo ese día como si lo estuviera viviendo de nuevo: el momento en que mi madre, sin compasión alguna, me dejó. Tenía los ojos secos, vacíos. Desde entonces, me prometí que jamás tendría hijos. Si mi madre no tuvo corazón, yo tampoco lo tendría. No iba a seguir su ejemplo.

Los años pasaron, y la vida me hizo fuerte a la fuerza. Trabajé en mil oficios para sobrevivir, hasta que un hombre, Bastian, me vio con otros ojos. Me dijo que tenía pinta de guardaespaldas, aunque, para ser honesto, con mi ropa gastada y el cuerpo en los huesos, más bien parecía un mendigo. Ese día me ofreció un almuerzo caliente y un lugar donde dormir. Conocí a su familia: sus padres amables, su hermano malcriado. Él me dio una oportunidad, me enseñó lo básico para que pudiera salir adelante. Y poco a poco, se convirtió en lo más parecido a una familia que he tenido.

A Bastian le debo todo. Me enseñó a vivir, a soñar, pero jamás reuní el valor para contarle lo que sabía sobre su hermano Bruno. Ese infeliz. Ni de mi obsesión por Débora, esa mujer que no me pertenecía pero que nunca pude dejar de mirar. Débora era mucho más de lo que Bruno merecía. Él no valoraba nada: ni a su familia ni a la mujer que tenía a su lado. ¿Cómo lo sé? Porque lo seguí. Bruno la abandonó incluso en su luna de miel, y yo fui testigo de todo. Mientras él viajaba con otras, yo trataba de convencer a Débora de que abriera los ojos. Pero su amor por Bruno era ciego, inquebrantable. Él no la amaba, era evidente. En ocasiones, inventaba excusas para dejar mi trabajo y seguirlo. Le decía a Bastian que necesitaba visitar el orfanato donde crecí, y él nunca me lo negaba.

El día que vi a Débora rota, más delgada, con el rostro agotado por las circunstancias de la vida, supe que Bruno la había destruido. Aun así, ella se negaba a aceptar la verdad. Yo también me rendí, me alejé, dejando que viviera en su fantasía. Pero nunca imaginé que ese poco hombre traería a su amante al país. Peor aún, que esa mujer armaría un plan para infiltrarse en la vida de Débora y Bastian, manipulándolos con el único objetivo de quedarse con su dinero. La niña lo cambió todo, ese dulce ángel que ahora lo llamaba "papá" a Bastian y también conquistó su corazón. Su madre la había traído con un propósito claro. Sin embargo, cuando vi a Bastian tan feliz, con los ojos llenos de vida después de recibir el diagnóstico de cáncer, supe que no podía arruinarlo. Bel llenó el vacío que lo consumía, dándole la fuerza que necesitaba para seguir adelante.

Mientras reflexiono sobre todo esto, sentado en el sillón, escucho el timbre sonar. Me pongo de pie. Aquí no hay trabajadores, así que me toca abrir. Cuando abro la puerta, me encuentro con unos ojos azules que me paralizan. Es Débora. Está ahí, de pie, con un oso de peluche enorme entre los brazos. Sus ojos recorren mi torso, y noto cómo da un paso atrás. Pero la sujeto de la mano antes de que se aleje. La hago pasar, cerrando la puerta tras ella y acorralándola.

—No esperaba verte… —murmuro, inhalando el aroma de su loción, que me nubla la mente. Sus ojos están fijos en mis labios, aunque su expresión trata de negar lo evidente—, estás hermosa, Débora.

—Aléjate, Dan... —Su voz tiembla, pero trata de sonar firme—, no puedes olvidarte de mí, ¿verdad? No te cansas. Nunca me fijaré en ti.

Dice esto mientras sus manos me empujan débilmente el pecho, pero sus ojos no se apartan de los míos. O de mi boca.

—Puedes repetirlo las veces que quieras, pero no borrarás lo que pasó aquella vez —Mi voz es baja, peligrosa. Miro el oso de peluche que trae consigo y cambio el tema con intención—, ¿un osito para la hija bastarda de Bruno?

Sé que lo sabe. El rostro de Débora se transforma: palidece primero, luego se tiñe de ira.

—¿Qué dices? ¡Estás mal, en serio! —Débora retrocedió un paso, su voz temblaba de rabia—, ¡aléjate de mí! No te lo voy a repetir. Y deja de ensuciar la memoria de mi esposo. Le diré todo a Bastian.

Sus palabras son como puñaladas, pero yo ya estoy acostumbrado al dolor. Me quedo quieto, observándola, sosteniéndome en la calma que solo da la verdad.

—Sigues viviendo en tu fantasía, Débora. —suelto una risa baja y mi tono cargado de intención—, Bastian no tardará en abrir los ojos, y tú lo sabes perfectamente. Aunque te duela admitirlo—Doy un paso al frente, invadiendo su espacio personal, y remato—: ¿Cómo pudiste caer en la trampa de esa venezolana? Sabes que es venezolana, ¿cierto? Dime, ¿le has preguntado alguna vez quién es el padre de Bel?

El impacto de mis palabras la golpea como un rayo. No responde, pero el dolor en su rostro es evidente. Su mirada se nubla, y por un momento parece que las lágrimas quieren traicionarla. Pero no. Débora siempre ha sido fuerte, incluso cuando el mundo la ha destrozado.

La voz de la niña rompe la tensión. Bel aparece en el umbral de la sala, automáticamente, ambos damos un paso atrás. Mi mandíbula se tensa mientras veo cómo Débora se apresura y se aleja, antes de salir, sus ojos se cruzan con los míos. No dice nada, pero hay tanto en su mirada: rabia, miedo, dolor…, y algo más que no puedo descifrar.

Mientras ellos se marchaban, observó a la falsa madre de Bel con su máscara de pena perfectamente colocada. Es experta en fingir. Pero yo no me trago su papel…, ella se sienta atrás con la niña, entreteniéndola con algún juguete. Yo conduzco en silencio, pero no puedo dejar de mirarla a través del retrovisor. Su belleza es innegable, y su mirada tiene una dulzura que desarma. Pero también sé lo que hay detrás: una mente calculadora. Una trampa envuelta en sonrisas y falsa inocencia.

—Bastian puede estar ciego, y Débora mucho más —digo, rompiendo el silencio—, pero yo no.




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