Narrador
Andrea observaba cómo el coche de Dan se alejaba, aún en shock. La conversación seguía retumbando en su cabeza, como un eco que no podía acallar. Sus palabras, sus acusaciones…, eran como puñaladas. ¿Cómo alguien que apenas la conocía podía señalarla de esa manera? Nunca había sido amante de Bastian. Y jamás lo fue de Bruno. Pero el peso de esas insinuaciones la hacía sentir sucia, pequeña.
Tragó saliva, un nudo apretándose en su garganta. No tenía tiempo para derrumbarse.
Entró a la empresa y dejó a Mia en la guardería, esforzándose por mantener una sonrisa para la cuidadora. Sin embargo, una presión se acumulaba en su pecho. Sabía que algo no estaba bien. Caminó hacia la cocina y comenzó con sus tareas diarias, pero las palabras de Dan seguían atormentándola.
Las horas pasaron como un castigo, y Andrea se ocupó de dejar el desayuno en el comedor de los trabajadores. Antes de volver a la cocina, se detuvo un momento en la guardería para echar un vistazo. De repente, el sonido seco de unos tacones resonando sobre el mármol fino la hizo girar. Andrea no necesitó mirar para saber quién era. Ese perfume caro, esa forma de caminar que exudaba arrogancia...
«Arabella» Andrea apretó los labios, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba instintivamente.
—Ah, ahí estás, Andrea —la voz de Arabella llegó con la misma frialdad que una ráfaga de viento invernal. Llevaba un vestido ajustado, impecable, que resaltaba su figura, y su cabello rubio caía en ondas perfectas sobre sus hombros—, me preguntaba quién había dejado la encimera en un estado tan deplorable. Pero ya me informaron que fuiste tú, la cocinera.
Andrea respiró hondo, tratando de mantener la calma. En su interior, una parte de ella se preguntaba cómo Bastian podía haberse fijado en alguien tan cruel y superficial.
—Señorita Arabella, lo limpié hace un momento. Pero puedo revisarlo otra vez si lo desea —respondió con una voz tranquila, aunque por dentro sentía cómo su estómago se retorcía.
Arabella ladeó la cabeza, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Revisarlo otra vez no, querida. Lo harás ahora mismo. Y asegúrate de que esta vez quede impecable. No queremos que el lugar donde comen los trabajadores se parezca a…, bueno, al lugar de donde vienes.
El golpe fue directo, y la sonrisa de Arabella se ensanchó al ver cómo Andrea intentaba ocultar su reacción.
Andrea apretó el trapo que tenía en la mano y sin decir nada comenzó a limpiar de nuevo, concentrándose en cada movimiento, como si eso pudiera protegerla de las palabras que seguían cayendo como dagas.
—Es curioso —continuó Arabella, apoyándose despreocupadamente contra la isla de mármol—, siempre me he preguntado ¿cómo alguien como tú terminó aquí?. En esta empresa. Porque, seamos sinceras, Andrea: no perteneces. Ni siquiera como cocinera.
Andrea sintió el ardor en su rostro, pero no respondió.
—¿Nada que decir? Oh, entiendo. Supongo que debe ser difícil ser tan…, insignificante. Bueno, no te preocupes. Afortunadamente, no necesitas mucha inteligencia para seguir órdenes simples.
Andrea cerró los ojos por un breve instante, intentando recuperar la compostura. No podía dejarse quebrar.
—Oh, ¿te incomodo? —Arabella levantó una ceja, fingiendo preocupación. Luego, con un movimiento deliberado, tomó una botella de jugo y vertió su contenido en la encimera que Andrea acababa de limpiar—, ups. Qué torpe soy. Pero bueno, ya que estás aquí, puedes volver a limpiarlo.
La risa de Arabella resonó mientras se alejaba, moviendo su cabello rubio de un lado a otro.
Andrea se quedó paralizada por un momento, mirando el desastre que Arabella había dejado a propósito. Respiró hondo y tomó un nuevo trapo, limpiando el jugo con movimientos rápidos pero tensos. Cuando terminó, se dirigió a su lugar de trabajo con los hombros pesados.
Minutos después, Esteban con una mirada preocupada y llena de preguntas, se acercó a ella con expresión seria.
—Andrea, el presidente te está buscando. Está con Bel.
El corazón de Andrea dio un vuelco. «Algo no estaba bien» penso.
Antes de salir, revisó su teléfono. Había varias llamadas perdidas de Débora y un único mensaje que hizo que su sangre se helara:
“Bastian sabe que Bel es hija de Bruno, Andrea… ¿Por qué nunca me dijiste que eras la amante de mi difunto esposo? Tal vez Dan tenía razón. Solo armabas bien tu plan. Fui tan ciega al no querer ver lo que estaba delante de mis ojos…”
Andrea sintió que el teléfono temblaba en su mano, pero esta vez no era el dispositivo. Era ella.
BASTIAN VERNE
No dudé en cargarla entre mis brazos. Sentí el pequeño peso de Bel contra mi pecho mientras con una mano guardaba la foto en el bolsillo interior de mi saco. Mi corazón latía con fuerza, pero no podía permitir que ella lo notara. Estaba asustada, lo veía en sus ojos grandes y cristalinos, que me miraban sin entender por qué no decía una sola palabra.
Bajé las escaleras con prisa, sujetándola con fuerza, como si con eso pudiera protegerla de todo lo que estaba ocurriendo. Al llegar al vestíbulo, Débora estaba ahí, esperando. Dan estaba a su lado, pero evitaba mirarme.
Y yo, que lo había creído mi amigo...
Débora dio un paso al frente. Su expresión era tensa, pero en cuanto vio a Bel, sus ojos se suavizaron. Sin embargo, Bel la miró con recelo, encogiéndose un poco en mis brazos.
—Bastian, debemos hablar —dijo Débora, pero su voz temblaba. Su mirada volvió a caer en Bel, y su tono intentó ser más suave—, Bel, mi pastelito. Ven conmigo, cariño.
Pero Bel, con toda la inocencia de sus pocos años, frunció el ceño y dijo algo que hizo que Débora palideciera y casi perdiera el equilibrio.
—No, tú te estabas dando besitos con el señor de mi mami.
No se porque senti un alivio que no lo llamara “papá”
Débora llevó una mano a su boca, sus piernas vacilantes, y Dan tuvo que sostenerla. Su rostro se tornó de un rojo intenso, miré a Dan. Tenía la mandíbula apretada, los ojos clavados en el suelo, incapaz de enfrentarme.