ANDREA MENDOZA
Han pasado tres días desde que esta gran verdad salió a la luz. Tres días en los que he intentado asimilarla, aunque todavía me cuesta. Lo que más me desconcierta es escuchar cómo Bel no deja de llamarle “papá” a Bastian. Y él… él parece florecer cada vez que lo oye. Sus ojos verdes brillan como si se hubiera ganado el premio más preciado del mundo.
Yo, por otro lado, me siento fuera de lugar. Sí, Bel es su familia, pero no puedo dejar de pensar en la ironía de todo esto: tengo frente a mí al hermano de Bruno, y a pesar de todo lo que me ha ayudado, siento una incomodidad constante que no puedo controlar.
Mis pensamientos vagan mientras preparo el desayuno. Mis ojos caen en Bel, que está jugando en la sala con el peluche que le regaló Débora. Ese detalle me produce un dolor punzante, pero sé que no puedo seguir postergando lo inevitable. Hoy quiero ver a Débora. Es el momento.
—¡Mami! —grita Bel desde la sala, interrumpiendo mi tren de pensamiento. Corre hacia mí con su peluche apretado contra el pecho, su sonrisa iluminando toda la cocina—, papá ya es mi papá, ¿cierto? Bueno, no respondas, ya lo sabemos. Ahora solo falta que sea tu novio y después tu esposo. ¿Quieres, mami?
El mundo se detuvo. Por poco dejo caer a Mía, a quien acababa de levantar del suelo. Sentí cómo el calor me subía al rostro, quemándome las mejillas como si hubiera estado demasiado cerca de una hoguera.
—¿Qué…? —empecé a decir, pero mis pensamientos estaban tan desordenados que no pude articular nada más.
Giré la cabeza hacia Bastian, quien estaba sentado en la mesa con el periódico en las manos. Había levantado la mirada, y su expresión era…, divertida. Su sonrisa pícara y esos ojos que parecían leer cada pensamiento que cruzaba por mi mente no me ayudaban en lo absoluto. Desde aquel día en que me llamó “vida”, no lo ha vuelto a hacer, pero siento cómo sus labios parecen tentados a repetirlo cada vez que me habla.
«¿Por qué tuve una hija tan directa?» pensé.
—¡Mami! ¡No me hagas repetirlo! —Bel estalló en risas, mientras yo sentía que el suelo bajo mis pies podría abrirse en cualquier momento para tragarme entera—, mi papá es muy guapo y siempre nos cuida. Además… —hizo una pausa dramática, girándose hacia Bastian con ojos llenos de emoción y una teatralidad que podría haber impresionado a cualquier actriz de telenovelas—, tú siempre lo miras como en las telenovelas de tía Débora. Así, mira…
Y entonces lo hizo. Belinda me imitó con una exageración brutal. Entrecerró los ojos, apoyó la cabeza en una mano y puso una expresión soñadora que parecía sacada de un drama cursi de televisión.
Si hubiera podido derretirme en ese momento y desaparecer entre las baldosas de la cocina, lo habría hecho sin dudarlo. Mi cara ardía tanto que seguramente parecía un tomate humano. Miré a Bastian de reojo y lo encontré observándome con una mezcla de asombro y… ¿diversión? ¿Estaba disfrutando esto?
Bastian dejó escapar una carcajada que resonó en toda la cocina, profunda y contagiosa, yo sentia que me desmayaria solo con oirla, mis corazon latia rapido muy rapido.
—¿De verdad me miras así, vida? —preguntó con una voz cargada de humor y una ceja levantada, mirándome directamente a los ojos.
Ahí estaba de nuevo. Vida. Lo dijo otra vez. Esa palabra que hacía que mi corazón se descontrolara.
—¡Por supuesto que no! —respondí demasiado rápido, y mi tono nervioso no ayudó a convencer a nadie en la habitación.
—Sí lo haces —insistió Bel, cruzando los brazos y mirándome como una pequeña detective que acaba de resolver un caso importante. Mía, mientras tanto, se reía en mis brazos como si todo esto fuera una comedia especialmente diseñada para ella.
—Y mi papá también te mira asi como cuando el príncipe es rescatado por la princesa.
—¡Belinda! —exclamé, llevándome las manos al rostro, deseando que mi dignidad tuviera un botón de reinicio.
Bastian sonrió, inclinándose un poco hacia adelante.
—Bueno, no estoy seguro de ser rescatado por una princesa… —dijo, con una chispa de humor en la voz—, pero me siento halagado. Gracias, cariño.
Bel asintió, encantada con su propia lógica.
—En mis cuentos, las princesas rescatan a los príncipes.
Si mi dignidad no había salido por la ventana antes, ahora se estaba despidiendo con una nota de despedida. Más aún cuando Bastian se acercó a tomar a Mía en sus brazos. Sus gestos eran tan naturales, tan llenos de ternura, que me hicieron sentir un nudo en la garganta. Todo esto se sentía tan bien… tan correcto, que casi me dieron ganas de llorar.
—Mami… —dijo Bel, adoptando un tono más serio y poniendo una mano en mi brazo y otra en la de Bastian—, deberías casarte con él. Así ya tendría un papá de verdad y no de mentira.
Mis ojos se abrieron de par en par, y esta vez fue Bastian quien pareció un poco incómodo.
—Basta. No puedes decir cosas así —le dije, aunque mi voz salió más débil de lo que quería.
Cuando levanté la mirada, me encontré con Bastian observándome. Su expresión era serena, pero había algo más en sus ojos que no supe descifrar. Me quedé allí, de pie, incapaz de moverme, mientras él seguía sosteniendo a Mía con una facilidad que me hacía preguntarme si algún día este caos terminaría siendo lo que más había deseado en mi vida.
—Pero es verdad —insistió Bel, cruzando los brazos con la terquedad que solo un niño podía tener—, y Mía también lo quiere de papá. Mira, siempre lo mira como si fuera su favorito.
Mis ojos volaron hacia Mía, que estaba tranquilamente mordisqueando un trozo de pan. Su pequeña boca se movía lenta, casi con concentración, mientras sus ojos redondos y brillantes estaban fijos en Bastian con una expresión que solo podía describir como adoración.
«Genial. Incluso mi bebé estaba conspirando en este desastre.»
—Creo que a Mía le gusta más el pan que yo —intentó bromear Bastian, aunque su sonrisa se tambaleó un poco, como si estuviera evaluando si debía sentirse halagado o abrumado.