BASTIAN
Las palabras de Bel no salían de mi cabeza, resonaban como un eco incesante, y unos celos incontrolables se enredaban en mi pecho, apretándolo con fuerza. Andrea me ha dicho que son solo amigos. Traté de ahogar mis dudas en su mirada, pero me conozco demasiado bien. No quise continuar con ese interrogatorio absurdo, ni arriesgarme a que mis inseguridades nos alejaran. Además, tengo que pensar: mi salud. Sin embargo, todo parece entrelazarse, como si resolver una cosa dependiera de la otra.
Mientras camino por los pasillos de mi empresa, mis pasos resuenan con un peso que no debería tener. Paso por el espacio de las niñas y me detengo unos instantes. Bel, mi pequeña, me mira de reojo con una tristeza que me desgarra. Cada vez que nuestras miradas se cruzan, la sombra en los suyos se profundiza. Su confianza en mí se tambalea. Lo sé, lo siento. Le cuesta mentir, y vive atrapada en ese miedo que cree que Dios la castigará por no decir la verdad.
Yo también estoy atrapado. Pero no puedo decirle nada a Andrea todavía. No quiero ser una carga para ella, ni para las niñas. Respiro hondo y continúo hacia la cocina.
Cuando entro, el ambiente se congela. Es como si alguien hubiera apretado un botón invisible que detuviera el tiempo. Mis ojos recorren el lugar, buscando algo que no sé nombrar, hasta que los encuentro: Andrea y Esteban. Ella está riendo con él, una risa ligera, despreocupada. Pero entonces me ve, y sus ojitos se iluminan. Su sonrisa es cálida, acogedora, como si el mundo se resumiera a ese instante entre nosotros.
<<¿Será que siente lo mismo que yo? Esa chispa que me enciende cada vez que la tengo cerca. Esa electricidad que me quema y me calma al mismo tiempo>>
Mi mandíbula se tensa, y mis pensamientos me empujan hacia Esteban. Hago una señal con la mano para que me siga. Lo espero en el pasillo. Cuando lo tengo frente a mí, lo detallo con frialdad. No es para nada agraciado: su rostro común, su postura que intenta parecer firme pero no lo logra del todo. Mi altura lo sobrepasa, y eso me da una ventaja que aprovecho con cada palabra.
—¿Qué tipo de relación tienes con Andrea? —mi voz sale baja, cargada de una amenaza contenida.
Por un instante, parece que va a sonreír, pero se detiene. Ese amago me irrita aún más.
—No entiendo por qué debería responderle esa pregunta, señor presidente —replica con una calma que roza lo insolente.
<<Imbécil>> La palabra cruza mi mente, pero la mantengo ahí, atrapada. Aprieto los puños dentro de mis bolsillos, tratando de no perder el control. <<Andrea es mía. Ellas son mías>>
—Te lo dejaré claro, Esteven —gruño, su nombre casi saliendo como un escupitajo.
—Es Esteban —corrige, siseando como una serpiente.
—¡Sí, como sea! Andrea tiene una relación conmigo. Es…, complicada. Pero eso no te incumbe. Si deseas mantener tu trabajo, mantente a raya. No lo repetiré. Y mide tu comportamiento, sobre todo cuando Bel esté presente.
Un destello de burla cruza sus ojos. Chasquea la lengua antes de acercarse un paso más, violando ese espacio personal que no le pertenece.
—Claro, complicada… —su tono es ácido, casi burlón. Mira a ambos lados, como si se asegurara de que nadie nos escucha, y añade con un susurro cargado de veneno—, la tiene como amante, ¿verdad? Porque, según los rumores, la señorita Arabella es su mujer.
<<¡Imbécil!>>
La rabia explota en mi interior como una tormenta. Lo agarro del delantal con fuerza, levantándolo apenas. Mi mano tiembla, lista para estrellarse contra su rostro, cuando escucho la voz de Andrea.
—¿Todo está bien aquí? —pregunta con suavidad, aunque noto un leve temblor en sus palabras. Su tono dulce, temeroso, me detiene. Lo suelto de inmediato y giro hacia ella con una sonrisa que sé que no llega a mis ojos.
—Mejor que nunca, vida —respondo, suavizando mi voz mientras me acerco a ella. Sus mejillas se tiñen de rojo ante el apelativo, y aprovecho la oportunidad para marcar mi territorio. Doy un paso más, acortando la distancia entre nosotros, y acaricio su mejilla frente a los ojos de Esteban.
Quiero que le quede claro: ella es mía.
—Bastian… —susurra mi nombre, y su mano se alza para detener mi caricia. Sus dedos rozan los míos, y ese simple contacto es suficiente para sentir cómo su corazón late apresuradamente como el mio. Está tan cerca que deseo besarla. Pero no puedo. No aquí, en lugar de eso, tomo su mano y deposito un beso en sus nudillos.
—Recogeré a las niñas y nos vamos a casa, vida. Hoy noche de películas en familia.
Lo último lo digo mirando fijamente a Esteban, que parpadea con desconcierto. Sus cejas casi tocan el nacimiento de su cabello de la impresión.
<<Me parece que alguien no sabía que vivían bajo mi techo>>, pienso con cierto deleite, pero sin mostrarlo. No me molesto en quedarme a observar más. Andrea me está mirando, lo siento como un calor abrasador en mi nuca, pero no me detengo. No giro la cabeza. Salgo del lugar con paso firme, sintiendo una satisfacción silenciosa.
Una pequeña victoria, pero victoria al fin.
En mi oficina, me instalo tras el escritorio y me esfuerzo en concentrarme. La lista de invitados para la inauguración de la nueva sucursal está frente a mí, pero mi pensamiento sigue atrapado en Esteban, en Andrea, en la forma en que ella me miró. Esa mezcla de desconcierto y algo más que no alcanzo a descifrar. Me reclino en la silla, apretando los dientes.
La puerta se abre de golpe, sacándome de mi ensimismamiento. Dan entra con su habitual cara amargada, arrastrando los pies. No dice nada, simplemente se deja caer en el sofá como si hubiera corrido una maratón. Se frota el rostro con las manos, un gesto de puro agotamiento emocional.
—No quiere hablarme…, y tampoco recibirme en su casa —gruñe al fin, sin levantar la cabeza.
Lo observo en silencio unos segundos, notando el cansancio en su voz. Finalmente suelto un resoplido, apoyando los codos sobre el escritorio.