Ceo Malo

CAPÍTULO 20: ¿Ya no soy tu tio?

DAN

La observo desde mi coche. Su cabello rubio, lleno de ondas perfectas, cae con naturalidad hasta sus hombros. Cada movimiento suyo me atormenta; quisiera arrancarla de mi pecho, borrarla, liberarme de esta obsesión enfermiza. Pero no puedo. Nunca he podido. Si tan solo supiera lo que fui capaz de hacer por ella… Se alejaría más, mucho más. No solo perdería a Débora; perdería también a Bastian, la única persona que me queda en esta vida. Mi única familia.

El teléfono suena, es Arabella. Respondo con el manos libres, la mirada fija en cómo Débora sube a su coche. Acelero, la rabia y la resignación compitiendo por dominarme. Debo recoger a Bastian. Hoy comienza el tratamiento. Por fin. Es lo mejor que pudo decidir; no puede seguir sacrificándose por esa mujer y sus hijas, dejando su propia vida a un lado.

Intento justificarla, no puedo evitarlo. Sé que no es mala persona. Eso lo entendí después de que me llegara toda la información sobre ella. Lo que ha pasado…, su vida no ha sido fácil. Pero nunca le conté a Bastian el nivel de oscuridad en el que estuvo sumida. Las cosas que ese tipo la obligó a hacer…, eran horribles. Y mira que yo no me escandalizo fácilmente, no después de todo lo que he visto, todo lo que he hecho. Pero ninguna mujer debería terminar así por necesidad y menos por culpa de un ser como Bruno.

Todavía tengo grabada en la memoria su mirada esa noche. Una mezcla de terror cuando me vio en esa moto. Sabía que su matrimonio con Debora se terminaría por completo, pero por más que tuviera a Andrea en su vida, Débora era su mujer. Su pilar en ese mundo podrido de ricos. No podía permitir que siguieran viéndole la cara.

Pero, lo admito: lo único que me consuela es que Andrea no estaba con él. No habría podido cargar con eso también. Es por eso que evito a Bel; su mirada me estremece, sus palabras me golpean y me hace sentir culpable. Y no debería. No tengo por qué carajos sentirme así.

—¿Qué necesitas, Arabella? —mi tono es más frío de lo habitual, casi un gruñido.

—¡Holis, cariño! ¿Sabes si Bastian está en su casa? No logro contactar con él. Me dijo que comenzaba el tratamiento hoy, y mi papá quiere ir a darle apoyo. Yo también, claro.

Su voz chillona me saca de quicio.

—No creo que sea lo mejor. Invéntale una excusa a tu papá. Lo que menos quiere Bastian ahora es lástima.

—Tienes razón… Pero, Dan, cariño, una preguntita más. ¿Qué relación tiene con esa cocinera? Son amigos, ¿no? Tú debes saberlo…

Suelto una risa seca, amarga.

—Una relación muy especial: jugar a ser papá. ¿Por qué crees que no te buscó más?

Arabella guarda silencio por un momento. Puedo imaginar cómo le hierve la sangre al otro lado de la línea. Siempre ha sido una loca, pero no puedo negar que ama a Bastian desde que eran unos mocosos.

—No me digas que esa mujercita y él están… ¡Dios, no! Bastian no puede hacerme esto. Yo soy, yo…

—Una más de las que calentaban su cama. Nada más.

—¡Eres un…!

Cuelgo antes de que termine su insulto. Estoy frente a la mansión. Suspiro, cansado y la niña aparece, vestida con un impecable vestido rosa, su cabello en dos coletas que la hacen ver tan tierna que cualquiera pensaría que no tiene esa lengua viperina que ha heredado de su padre porqué su madre no dice mucho.

—Hola, Dan. Buenos días y bendiciones para ti.

Bel entra al coche con esa elegancia teatral que solo alguien de su edad puede ejecutar sin tropezar. Se sienta como si acabara de llegar a una recepción de gala, con las coletas bien peinadas y esa actitud de quien se sabe importante.

Bastian, mucho más informal, me da una palmada en el hombro al subir al asiento del copiloto.

—¿Qué tal, viejo? —me saluda con una sonrisa ladeada, como si esto fuera un día normal.

Yo la miro a través del espejo retrovisor, achicando los ojos y dejando salir una media sonrisa burlona a Bel.

—¿Ya no soy tu tío?

<<Vamos, Dan, ¿qué te importa si te dice tío o no?>> Pero algo en su actitud me pica, como si estuviera probando cuánta cuerda puede darme antes de que explote.

Bel frunce el ceño y cruza los brazos, claramente ofendida. Luego lanza una mirada rápida hacia su padre —okey, bueno, hacia Bastian— como buscando apoyo. Y aquí estoy yo, cuestionándome si realmente estoy participando en este show o simplemente viéndolo desde las gradas.

—Las personas que hacen llorar a mi familia no son mi familia —dice, con una firmeza que me deja momentáneamente mudo.

<<¿Culpa? Quizás>> Pero la niña tiene un talento especial para meter el dedo en la llaga.

—Qué mal… Y yo que pensaba comprar helado de fresa mientras esperamos en la sala de espera. Pero bueno, como no soy tu familia… —Lanzo el comentario con calma, aunque por dentro ya estoy preparando el contraataque.

Bel abre los ojos de par en par, como si acabara de descubrir que Papá Noel no existe, y se inclina entre los asientos, apoyando los codos en mi respaldo. Su perfume a chicle se mezcla con el aire acondicionado.

—Yo pensaba convencer a mi tía Débora de que te perdone por ser un hombre malo… Pero qué mal, porque no sabes separar una cosa de la otra cuando eres tan viejo.

<<¿Viejo? ¿Viejo yo? >> Mi mandíbula se tensa automáticamente.

Bastian no puede contenerse y suelta una carcajada tan fuerte que tengo que echarle una mirada rápida.

—¡Esta mocosa! —mascullo entre dientes, volviendo la vista al frente mientras intento mantenerme serio. Pero por dentro estoy… bueno, no sé si irritado o impresionado.

Bel me observa con una sonrisa maliciosa, como si hubiera ganado la batalla del día. Sus ojos brillan con una mezcla de picardía y autosuficiencia que, para mi desgracia, me resulta hasta divertida.

—Vamos, chicos, dejen de discutir —interviene Bastian, aún riéndose, mientras se gira hacia Bel y le pellizca la mejilla, ganándose un chillido exagerado de protesta. Pero, por la forma en que ella lo mira, es obvio que lo adora.




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