Cero

CAPÍTULO II

Al entrar, lo primero que pude notar fue la euforia de todos los que trabajaban que entraban en el límite de edad para la Colecta. Verlos tan emocionados me hacía preguntarme si, de saber como es adentro, seguirían queriendo ir.

Cuando era joven, empecé a decirle a todos mis compañeros sobre lo que sabía de la Colecta, que era mala y no debíamos ir. Lo único que conseguí fue un reporte y una suspensión; aunque no todo fue malo, una chica sí me prestó atención, desde ahí empezamos a hablar y a ser amigas, desafortunadamente Fer siempre ha sido una persona que cree en cualquier cosa.

Seguí caminando hasta la puerta del fondo. Al cruzar, dí la vuelta a la izquierda llegando a los vestidores. Abrí mi casillero, tomé mi uniforme y empecé a cambiarme. El uniforme consistía en una falda amarilla y una camisa blanca con un delantal blanco, junto con unos zapatos negros de plataforma.

Terminé de vestirme y tomé mi celular para marcarle a la jefa de mi madre. Mi madre trabajaba en una empacadora de comida rápida; su jefa, la señora Verónica, estaba enterada de su condición mental y aceptaba que faltará las veces que fuera necesario; siempre y cuando avisará. Asimismo, la señora Verónica ha sido de las pocas personas que nos han ayudado a través de la situación de mi madre y de nuestra situación económica. El celular sonó un par de veces hasta que contestaron.

—Buenas tardes —respondió formalmente la señora Verónica, como siempre hacía—. ¿Quién habla?

—Hola, soy Cassandra, la hija de Rebeca García —dije mientras me sentaba en una de las bancas.

—¡Hola Cassandra! —contestó sonando más emocionada—. ¿Cómo has estado? —preguntó dulcemente dejando de lado las formalidades.

—Muy bien, señora —contesté haciéndole plática—. ¿Y usted?

—Lo mejor que puedo —dijo sonando algo cansada—. Dime, ¿para qué llamaste? ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?

—Sí, en realidad sí —respondí intentando pensar en qué decir. Escuché que la puerta del vestidor se abrió y Fer entró corriendo; en cuanto me vió, iba a empezar a hablar, pero le hice una seña para que no hablara, ella vio el celular así que se sentó a un lado mío a esperar—. Verá, mi madre no tuvo una buena mañana, estuvo actuando un poco fuera de sí y pensé que lo mejor sería que se quedará en casa —dije dudando un poco de cuántos detalles debería de dar.

—Es una pena tener que oír eso, pero no te preocupes, ahorita consigo a alguien que tome el turno de tu mamá y cuando se sienta mejor puede volver —la imaginé pegada al teléfono con una sonrisa del tipo que hace que intentes sentirte mejor contigo misma.

—Por supuesto, muchas gracias por entender —dije agradecida por la comprensión que tenía la señora Verónica.

—No te preocupes, cualquier cosa cuentan conmigo —respondió maternalmente.

—Muchas gracias, lo tomaré en cuenta —dije sonriendo mentalmente—. Hasta luego.

—Adiós —dijo emocionada y colgó.

Guardé el celular en la bolsa y después puse mi atención en Fer.

—¿Qué era eso de lo que querías hablar? —pregunté poniendo mi atención en ella.

—¿Qué no leíste mis mensajes? —preguntó cruzando los brazos intentando aparentar estar molesta.

—Tal vez, aunque ayudaría mucho si me lo dijeras —dije restándole importancia.

—Pues ya qué —resopló mirando hacia el techo. Volvió su vista hacia mí y pude notar en su mirada que algo la estaba preocupando—. Mis padres sugirieron que me inscribiera en la Colecta. 

Aquello me tomó por sorpresa. Ya había visto el mensaje pero supuse que solo lo decía para hacer que me diera prisa.

—Es una broma, ¿no? —pregunté dudando—. Fernanda, tus padres son demasiado comprensibles y amables; dudo que en verdad quieran que vayas.

—No los viste, Cass —susurró, noté que sus ojos se estaban llenando de lágrimas—. Se veían muy serios cuando me lo dijeron, no creo que estén jugando.

Me incliné hacia adelante y la abracé en un intento por consolarla. Ella me abrazó fuertemente y empezó a sollozar.

—Te aseguro que tus papás no te van a mandar —susurré cerca de su oído para calmarla—. Todo saldrá bien, ya verás.

Ella se separó y se limpió las lágrimas lo mejor que pudo, respiró profundamente y me miró.

—¿Qué pasó con tu mamá? —preguntó inclinando la cabeza.

La pregunta me tomó por sorpresa aunque casi inmediatamente recordé que ella había escuchado lo que le había dicho a la jefa de mi madre. 

—En la mañana empezó a actuar un tanto fuera de sí —suspiré apoyando mis codos en mis piernas y mi cabeza en mis manos—. Desde que dejó la terapia, no es ella misma.

Está vez fue el turno de Fer de consolarme. Se acercó y pasó su brazo por encima de mis hombros abrazándome.

No me gustaba hablar de la condición de mi madre con personas ajenas, pero Fer era como una segunda hermana para mí y sabía cómo era mi familia y que tipo de problemas habíamos llegado a tener en el pasado. Así como yo sabía todo sobre su familia.

—Si te hace sentir mejor —empezó a decir Fer viendo al suelo—, ya casi pasa la Colecta, después de eso, todo mejorará —levanto la mirada y veo que me dedica una sonrisa sincera. No pude hacer otra cosa que sonreírle de vuelta y abrazarla con mayor fuerza.




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