Cero

CAPÍTULO XII

Al abrir mis ojos, pensé que todo lo que había pasado en los últimos días había sido un sueño. Tenía que serlo. Clay y yo no habíamos sido descubiertos. No me había inscrito a la Colecta. No terminé elegida junto a mi hermana y mi novio. Aunque en el fondo sabía que al final no era verdad. Todo había sido real y era mi culpa. ¿Cómo había permitido que termináramos así? Sentía que de alguna manera había terminado siendo mi culpa. Había sido descuidada y mi madre nos había descubierto a Clay y a mí. No vigilé bien a Sofi y terminó llenando el formulario y entregándolo. Le conté a Clay lo que ocurría y terminó inscribiéndose. Me volteo en la cama soltando un gruñido contra la almohada. Todo se había salido de control y justo ahora no tenía ni idea de qué iba a hacer. Escucho la puerta abrirse seguido de los pasos de mi madre. —Cassandra —murmura moviéndome ligeramente el hombro—. Tienes que levantarte. Sofía dijo que te levantara, ella se está bañando. Respiro profundamente tomando todas mis fuerzas para levantarme. Era lo último que quería hacer. Le doy una mirada rápida al reloj para ver la hora. 6:03. Aún era temprano, aunque tenía que empezar a arreglarme si quería tener tiempo de desayunar. —¿Te sientes bien? —pregunta mi madre sentándose a mi lado en la cama. Apoya el dorso de su mano en mi cabeza verificando que no tenga fiebre, como cuando era pequeña—. Si te sientes mal, tal vez no tengas que ir, puedo avisar que estás enferma. Sonreí agachando la mirada. Me agradaba ver a mi madre en tan buen estado, pero me estaba consumiendo que solo la tendría por dos horas más. —Descuida, estoy bien —respondo dándole una sonrisa tranquilizante. Ella sonríe inclinando la cabeza. —Bueno, apresúrate. Iré a prepararles el desayuno. Se levantó y salió de mi cuarto tranquilamente. Pensé en ir con ella y asegurarme de que estuviera bien, solo me bastó una mirada al cuarto para saber que tenía otros asuntos que atender. Salí de la cama, quité todas las sábanas y las cobijas doblándolas una por una. Tenía que dejar listo todo. Ayer en la noche, después de que Fer nos dió los regalos, nos dedicamos a divertirnos, como en los viejos tiempos. Antes de irnos, le pedí a Fer que pasara por mi casa después de que me fuera, que cuidara de mi mamá hasta que pasaran por ella. Después de eso, la casa era suya. Tuve que persuadirla para que aceptara quedarse con la casa, no había nadie más que se quedara con la casa y era la única persona en la que confiaba para darle un buen uso. Pasé al cuarto de mi hermana y de mi madre haciendo lo mismo. Asegurándome que todo quede en su lugar. Volví a mi cuarto para sacar mis maletas y dejarlas en la entrada; no había podido guardar mucha ropa, por lo que la mayoría de mis cosas se tendrían que quedar aquí. Por alguna razón, se sentía como que iríamos de viaje por unos días y volveríamos, a pesar de que sabía que no era así. El olor a huevo comenzó a hacerse presente por la casa. Me asomé hacia la cocina viendo a mi madre cocinar; por lo que se podía ver estaba preparando omelettes. Sonreí para mis adentros, regresando a mis deberes. Al subir, me encontré con Sofi medio vestida cubierta con una toalla yendo a su cuarto. —¿Ya tienes todo listo? —pregunto antes de que entre y cierre la puerta. —Creo que sí —menciona evitando mi mirada. Probablemente se sentía igual de mal que yo. —Vale, iré a bañarme. Mamá está preparando el desayuno. La dejo yendo hacia mi cuarto por la ropa que había preparado desde el día anterior. Un vestido corto color rojo completamente liso, unas mallas negras, unos zapatos bajos color negro y una chamarra de cuero también negra. Fue Fer quien tuvo la idea de que me vistiera así, dijo que sería mi manera de decir que no quería ir de todo al lugar, aunque sospechaba que era más por el hecho de que le gustaba como se veía todo junto. Me metí a bañar intentando hacerlo lo más rápido posible. Había supuesto que la limusina llegaría alrededor de las siete u ocho de la mañana, pero no había nada que lo asegurara. Terminé de bañarme y vestirme en menos tiempo del que había supuesto que tardaría. Lo que me dio suficiente tiempo para utilizar la secadora en mi cabello. Mi vista se dirigió a dos accesorios a un lado de mi cama. El brazalete que nos había dado Fer y el collar que me había dado Clay. Los dos eran demasiado importantes para mí que no dude ni un segundo en ponérmelos escondiendolos a la vista de los demás. En cuanto bajé, mi madre y mi hermana ya estaban desayunando. Le di un vistazo rápido a la entrada viendo las maletas de mi hermana junto a las mías. —Cassandra, ven a sentarte pronto o se va a enfriar —dijo mi madre en cuanto me vió. Se levantó de su lugar obligándome a sentarme; se pasó rápidamente por la cocina tomando un vaso con jugo de naranja y pasándomelo. —Gracias —respondo amablemente dándole una sonrisa. Se vuelve a sentar siguiendo su comida tranquilamente, igual que Sofi. De alguna manera, yo también comencé a desayunar de manera tranquila a pesar de que sentía como me derrumbaría en cualquier momento. Sofi terminó de desayunar y corrió a lavarse los dientes para guardar su cepillo. Apenas terminé, hice lo mismo que ella. Mi madre comenzó a lavar los trastes cuando alguien tocó la puerta. Sofi y yo nos miramos sabiendo que solo había una posibilidad de quién podía ser. Respiré hondo y me acerqué a la puerta para abrir. Afuera había un chófer de mediana edad vestido con un uniforme negro, detrás se alcanzaba a ver una limusina negra de tamaño mediana. —¿Cassandra Reyes García y Sofía Reyes García? —preguntó mirándonos fijamente. Asentí encontrándome incapaz de decir cualquier otra cosa. —¿Me permiten sus maletas mayores? Agarré mi maleta de mano pasándole la suya a Sofi; el conductor entró y tomó las dos maletas grandes. Salió yendo hacia la limusina y guardándolas en la cajuela. Las tres salimos de la casa avanzando hacia él. Nuevamente, pidió las dos maletas restantes y abrió la puerta del interior para que fuéramos subiendo. Miré a Sofi confundida pero ella solo pudo encogerse de hombros. Me asomé a la limusina viendo que había. Dentro era bastante simple, asientos acolchonados color negro de ambos lados y en el fondo, una televisión pequeña al fondo y un pasillo entre los asientos. También había ya dos personas más. Una era una chica de cabello corto, castaño de las raíces y rubio de las puntas, tenía los ojos azules y la piel blanca; vestía una blusa negra con encaje por los hombros y el cuello, jeans deslavados con cadenas por los bolsillos y botas militares de tacón color negro. La otra persona no era muy difícil de reconocer, se trataba de Clay. Estaba vestido con un esmoquin negro, una playera blanca debajo, una corbata azul marino y unos mocasines negros. En cuanto me ve, una sonrisa se dibuja en sus labios iluminando su rostro. Sujeto a Sofi ayudándole a subir a la limusina, rápidamente se da cuenta de la presencia de Clay y corre a duras penas hacia él. Me giro por unos segundos a ver el hogar de mi abuelo, podía sentir mi estómago encogiéndose ante la sensación de soledad. Aquella casa donde había vivido tantas cosas se quedaría completamente sola pronto. Aún cuando sabía que Fer podría darle un buen uso, no me agradaba la idea de alejarme de mi hogar. Mi vista viaja hacia mi madre por última vez, ella aún mantenía su enorme sonrisa en el rostro y, por primera vez en muchos años, sentí lástima por ella. Nada de lo que había pasado era su culpa. A pesar de que me obligó a inscribirme, ocasionando que los tres fuéramos, estaba segura que no quería hacerlo intencionalmente. Todo lo que hacía… nada era intencional de ella, su situación médica no era su culpa. No era culpa de nadie. El conductor de la limusina carraspea llamando mi atención, hace un rápido gesto con la cabeza señalando hacia el interior de la limusina indicándome que ya era hora de partir. Tragándome el orgullo que tenía, ignoré al conductor y corrí hacía mi madre dándole un último abrazo. Pude sentir su cuerpo tensarse por el inesperado abrazo pero rápidamente se recompuso devolviéndome el abrazo. —Cuídate mucho, mamá —murmuré en su oído sintiendo mis ojos llorosos. Mi mamá no siempre había sido así, solía ser una buena madre velando al máximo por sus hijas y justo en ese momento, quería a esa madre de regreso. —Tú también, Cass. Y cuida de tu hermana —susurró a mi oído acariciando mi cabello con ternura. Parecía que mi deseo se acababa de hacer realidad porque no sentía a mi lado a la madre con repentinos cambios de humor, ni aquella que solo se preocupaba por sí misma. Si no que veía a la madre cariñosa que me había criado cuando era una niña. Sentí los brazos de alguien más rodeándonos y no me sorprendí al ver a mi hermana a nuestro lado. Separé mi brazo para poder abrazarla también. Deseaba que esto fuera un sueño y pudiera quedarme en este exacto momento para siempre; no me interesaba nadie más, solo este preciso momento. —¡Hora de irnos! —gritó el conductor hacia nosotras. Mi mamá fue la que se separó primero alejándonos de ella. —Será mejor que se vayan —digo limpiando las lágrimas que habían corrido por sus mejillas—. Odiaría si no pudieran ir por mi culpa. Ambas asentimos sollozando ligeramente. Ella nos obliga a dar la vuelta y nos da pequeños empujones alejándonos de ella. Sofi y yo nos tomamos de la mano y caminamos hacia la limusina. Vuelvo a ayudar a Sofi a subir y le doy una última mirada a mi madre. ¿Cuántas probabilidades había de que fuera a volver a verla? Muy seguramente ninguna. El conductor aclara su garganta llamando mi atención. Suelto un suspiro rendida y subo a la limusina. Él cierra la puerta en cuanto subo y camina de regreso al asiento del piloto. Volteo para mirar a mi mamá por la ventana. Se encontraba agitando una mano despidiéndose de nosotras. Una pequeña lagrima sale de mis ojos resbalando por mi mejilla. Sabía que pronto vendrían por ella y se encontraría bien, pero eso no cambiaba el hecho de que extrañaría a mi madre. Conforme la limusina avanzó alejándose de mi hogar, el peso de la situación cayó de golpe. No podía creer que me encontraba yéndome hacia el lugar que odiaba más, abandonando a mi madre y a Fer. Pero no estaba sola. Me giro para encontrarme a Clay y Sofí platicando sobre lo que estaba pasando. Camino hacia ellos tomando asiento a su lado, acurrucándome contra Clay. Ya no importaba si las personas se enteraban de nuestra relación, no había nada con lo que nos pudieran castigar más. Aunque me tranquilizaba un poco que no había policías a nuestro alrededor. Clay pasó su brazo por encima de mis hombros acercándome a él mientras seguía platicando con Sofí. Aproveché para observar a la otra chica dentro de la limusina. Se encontraba desviando su mirada de nosotros, claramente poco interesada en cualquier cosa que pudiéramos hacer o decir. —Hola, soy Cassandra —me presento con la esperanza de poder conocer a más personas que se encontraran dentro de la Colecta. La chica solamente voltea ligeramente observándome, poco después regresó su mirada hacia la ventana, ignorando mi presencia por completo. La limusina sigue su camino por las calles que solía conocer aunque, en determinado punto, dio una vuelta sacándonos de las zonas que solía transitar. Tardamos un par de minutos más hasta llegar a otra colonia. La reconocí como una de las colonias de clase media; no eran suficientemente ricos pero tampoco demasiado pobres. La limusina se detiene enfrente de una de las casas y el conductor baja, de ella sale un chico considerablemente alto que a primera vista, parecía padecer de sobrepeso. La chica enfrente se asoma para verlo mejor, pero rápidamente le da lo mismo y pone su atención en su celular. El chico se despide de sus padres. Parecía no importarle mucho, como si fuera a un campamento y volviera a la siguiente semana. Pobre iluso. El chofer sube sus maletas en la parte trasera y después abre la puerta para que el chico. En cuanto él entra nos da una sonrisa a todos. —¡Buenos días a todos! —dice emocionado agitando su mano. Rápidamente se sienta a un lado de la chica y nos ve a todos—. Mi nombre es Andrés, Andrés Carreón Arredondo. —Hola —decimos los tres casi a coro, para después presentarnos. La chica sigue sin prestarnos atención. Andrés se da cuenta de eso y se acomoda en su lugar viéndola. —¿Y tú eres? —pregunta intentando buscar su mirada. Parece que la chica se molesta y baja su teléfono forzando una sonrisa. —¿De qué te parece que tengo cara? —pregunta inclinando la cabeza. Andrés parece pensárselo por unos segundos hasta que responde. —Tal vez, de Carla —sugiere dudando. —¿En serio? —pregunta ella fingiendo sorpresa—. Yo creo que tengo cara de que no me importas. Ella vuelve a sonreír exageradamente y vuelve a su celular. Andrés nos voltea a ver confundido pero solo podemos encogernos de hombros. Andrés se vuelve a acomodar ahora viendo hacia otro lado. El camino sigue por otros metros, no muy largos, hasta que llegamos a otra casa. Reconocía la colonia, era aquella en la que vivía cuando era una niña. De la casa enfrente nuestro salieron dos chicos junto a otras tres niñas y los que probablemente eran sus padres. El conductor realizó el mismo procedimiento de llevar las maletas a la cajuela y después indicarles que subieran a la limusina. Los dos chicos que parecían ser los mayores se despidieron de su familia y entraron tomando asiento en la parte de atrás, cerca de la cajuela. Los chicos parecían ser gemelos, lo único que los diferenciaba era su cabello, uno lo tenía lacio y el otro lo tenía exageradamente chino. El chico de cabello lacio iba casi igual de arreglado que Clay, con una camisa formal, zapatos y pantalón de vestir; mientras que su hermano iba vestido con una playera casual, pantalones de mezclilla y tenis. —Buenos días, mi nombre es Arturo y este es mi hermano Carlos —mencionó el chico de cabello lacio. —No tienes porque presentarme —se quejó su hermano saludándonos con una mano, aunque se veía ligeramente incómodo. Andrés y Arturo comenzaron a hablar mientras Molly y Carlos se encontraban en su mundo. Sofi y Clay murmuraban cosas sobre lo que veían afuera, por lo que solo me enfoqué en seguir viendo el camino. La limusina avanzaba ahora hacia otra colonia, muy diferente a la que acabábamos de visitar, me hizo pensar que todo tipo de personas se inscribían en la Colecta. Pasaron varios minutos hasta que se volvió a detener en una casa considerablemente grande. Afuera de la casa solo se podía ver a una chica rubia vestida con una blusa floreada, unos pantalones de vestir azules, zapatos planos rosas y un abrigo largo también rosa; se encontraba sentada en las escaleras de la entrada a un lado de sus maletas. En cuanto vió que la limusina se estacionó, se levantó rápidamente y tomó sus maletas acercándose a ella. El conductor le abrió la puerta y se llevó sus maletas a la cajuela, mientras que ella subió a la limusina. Se sentó a un lado de Arturo y nos dió una sonrisa. —Hola, mucho gusto, mi nombre es Selene, es un placer conocerlos. La chica no se veía mucho mayor que Sofi; hablaba rápidamente, mostrando lo nerviosa que estaba. Uno a uno, todos se volvieron a presentar, a excepción de la otra chica. Comenzaron a platicar y se notaba como se iban sintiendo cada vez más cómodos. —¿Y tú eres? —le preguntó Selene a la otra chica. Nuevamente, ella no hizo ninguna señal de haberla escuchado, o de que le importara que le hablaran. —Oye, yo te conozco —mencionó Selene señalando a la otra chica, ella fingió no haber escuchado nada regresando su mirada a la ventana—. Sí, estuviste conmigo en primaria, te transferiste en segundo año. ¿No tus padres eran ricos? Conforme hablaba, se levantó de su asiento yendo a sentarse a un lado a un lado de la chica. Esta se mostró sorprendida y ligeramente molesta. —¿Te llamas Molly, no? En el segundo en que lo dijo, la chica se molestó en verdad y sujetó fuertemente el brazo de Selene. —¿Selena, no? —preguntó viéndola fijamente—. Mejor no te metas en los asuntos de los demás, te salvarás de muchos problemas. La chica, Molly de acuerdo con Selene, la soltó dándole un pequeño empujón. Todos nos quedamos mudos sin intentar hacer algo. Selene abrió la boca para decir algo, pero Molly rápidamente se levantó como pudo alejándose de ella. —Cassandra, espero no te moleste, me sentaré a tu lado —dijo en el momento en que se sentó junto a mí. Voltee a ver a Clay y a Sofi sorprendida pero ninguno de los dos supo qué decirme. Apreté los labios haciendo un ademán con la mano dándole a entender que el lugar era todo suyo. Selene no volvió a intentar hablarle, aunque podía ver como se sobaba el brazo cada cierto tiempo. Todos nos quedamos callados en lo que quedó del trayecto. En un punto, deje de distinguir las calles en las que íbamos deduciendo que ya no nos encontrábamos cerca de mi hogar. La limusina siguió avanzando por varios largos minutos más, hasta que finalmente se detuvo y el conductor bajó del auto. Todos nos asomamos por las ventanas, pude distinguir varias limusinas idénticas a la nuestra, e igual que nosotros, ninguno de los demás seleccionados había bajado. A lo lejos se veían lo que parecían ser edificios no muy altos, del otro lado, alcanzaba a ver lo que creía eran las piernas de un avión. En una de las limusinas, el chófer designado se acercó para abrirles la puerta; casi al mismo tiempo, la nuestra también se abrió. Arturo y Andrés mostraron su emoción queriendo bajar pero el chófer rápidamente los detuvo. —Escuchen las instrucciones que van a seguir a continuación —explicó recargándose en el marco de la puerta—. Primero que nada, voy a colocarles esta pulsera de papel —levantó la mano enseñando unas tiras de papel, similares a las que te colocaban en los museos—, tienen prohibido quitárselas hasta que se los indiquen. Está incluye un número designado para ustedes cómo grupo; junto a varios otros grupos. Se les va a guiar a uno de los aviones, sus maletas ya van etiquetadas con sus nombres, no se tendrán que preocupar por ellas. En cuanto lleguen allá, tendrán que mantener la calma, comportarse ordenadamente y seguir las instrucciones que se les de. ¿Entendieron? Todos asentimos sin dudarlo. El conductor se alejó de la puerta y dejó que uno a uno fuéramos bajando; conforme salíamos de la limusina, nos colocaba la pulsera. Era de color azul y tenía escrito el código ZB-3. Había tenido razón, era igual a las pulseras que te entregaban en los museos. Uno a uno avanzamos en fila siguiendo al conductor hasta las escaleras que guiaban al interior del avión. Varias de las personas a nuestro alrededor también estaban haciendo fila. El conductor se hizo a un lado y todo el grupo que venía en la limusina subió al avión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.