LILY
El reloj marca la una de la tarde, y llevo ya un buen rato perdida en las páginas del fascinante Chicago Burns. La historia es intensa y oscura, llena de imágenes que parecen cobrar vida frente a mí, alejada de la versión tierna de algunos escritos que pude apreciar antes del mismo autor.
No obstante, ahora, el hambre me llama. He estado tan concentrada en leer que ni siquiera he notado el tiempo pasar y tampoco me he dado cuenta de que Mirk no ha mencionado nada sobre comer o beber algo. Es raro, considerando lo hospitalario que parecía al principio. Bueno, no, nunca me pareció hospitalario en realidad, me invitó a leer su manuscrito y es todo lo que hice desde que llegué hace algunas horas aquí: estar fija leyendo su manuscrito.
Decido hacer una pausa procurando dejar todo el manojo de hojas en orden. Me estiro en el sillón, dejando el manuscrito ya ordenado sobre la mesita y me levanto. Camino hacia la puerta y bajo las escaleras, esperando que la cocina no esté muy escondida. La casa sigue silenciosa y eso solo añade un poco más de misterio a todo. Pienso que quizás solo está en otra parte, ocupado en sus cosas, o será que solo me ha dejado tranquila para leer. De cualquier manera, decido que iré a buscar un vaso de agua por mi cuenta, dudo que no cuente con nevera que conserve algo helado. El calor en esta casa es sofocante y me hace falta algo que me refresque. Bueno, Chicago en verano suele ser un poco sofocante.
Llego a la cocina, pero justo cuando estoy por abrir el grifo, escucho un sonido extraño desde la habitación contigua.
Parece… un gemido.
No, en realidad, suena como alguien jadeando, como si estuviera haciendo un esfuerzo físico considerable. ¿Estará intimando con alguien? Caray, me tienta acercarme y me asusta, todo a partes iguales.
Frunzo el ceño, intrigada y camino en dirección al sonido, sin hacer ruido, siguiendo el eco de esos gemidos que se hacen cada vez más intensos. Apenas giro la esquina, ahí está él: Mirk, lleva puesto un short deportivo tan corto que apenas deja algo a la imaginación. Está en medio de una serie de ejercicios, su torso desnudo brilla por el sudor, sus músculos marcados y tensos bajo la luz tenue de la habitación. Su piel está húmeda y reluciente, y cada movimiento parece cargarlo de energía.
Me quedo mirándolo, paralizada. Es una obra de arte en sí mismo.
Tiene la respiración pesada y profunda, y los gemidos son más fuertes de lo que imaginaba, casi gritados, llenando el aire de esa sala improvisada de ejercicios mientras se mueve sin parar con las gotas chorreando por toda su piel.
Estoy tan absorta que ni me doy cuenta de que sigo allí, observándolo, con un vaso de agua en la mano.
No por mucho.
En un instante, él levanta la vista y me descubre. Mi corazón se acelera y un calor extraño se apodera de mí cuando veo sus ojos oscuros fijos en mi persona. Mirk se detiene y me mira atentamente, esa expresión de sorpresa mezclada con algo más, algo que me pone los nervios de punta.
El vaso se me resbala de las manos y cae al suelo, rompiéndose en mil pedazos con un estruendo que parece llenar toda la casa.
—¿Qué estás haciendo aquí?—me pregunta en un tono severo; su voz no es dulce en absoluto, es cortante, casi un grito.
—Lo siento… yo… bajé porque solo quería un vaso de agua—me explico, intentando sonar tranquila, aunque mi corazón sigue latiendo a mil por hora.
—¡Deberías estar leyendo!
¿Q-qué…?
Él me observa, su expresión ahora mezcla sorpresa y molestia. Se pasa la mano por el cabello, aún sin moverse, su respiración se vuelve aún más pesada e inunda el silencio entre nosotros.
—Te dije que estabas aquí para leer—dice reafirmando lo que creí escuchar antes y su voz tiene un tono que no había escuchado antes—. No para andar espiándome, quién rayos te crees que eres.
—¡No estaba espiándote!—me defiendo, aunque dudo que me crea porque sí, lo espiaba—. Yo solo…
—Lil —me interrumpe, su voz un poco más calmada, aunque no mucho, al tiempo que se acerca a mí—, si necesitas algo, solo dímelo. Pero no quiero que te metas en lugares donde no estás invitada. ¿Entendido? Confié en ti y en el acuerdo que quedamos antes, no hagas que me arrepienta.
Asiento, sintiendo cómo mi cara se calienta de la vergüenza.
—Lo siento, lo siento.
—Sigue con lo tuyo, por favor.
Sin decir nada más, recojo los pedazos de vidrio del vaso roto y los tiro en el tacho de basura de la cocina. Sin mirar atrás, regreso al estudio, intentando sacarme de la cabeza esa imagen de Mirk, sudado y jadeando, y esa mirada intensa que me ha dejado sin palabras. Su voz furiosa aun resuena en mi interior.