LILY
Las llamas bailan a mi alrededor y el calor me llena los pulmones mientras observo a la familia entera gritar, encogidos en la esquina de la sala. Sus ojos se clavan en mí, suplicantes a través de las llamaradas, pero solo siento satisfacción.
—¡Vamos! —les grito, levantando los brazos hacia el fuego que ruge como una bestia salvaje—. ¡Griten más fuerte! Que el Diablo escuche su dolor, está ansioso por hacerles pagar.
El padre intenta cubrir a los niños, inútil, patético. Doy un paso hacia ellos, sin apartar la mirada de sus rostros aterrorizados. El fuego los rodea con un apetito infinito y los gritos se elevan como una canción infernal. La madre se quiebra, sus manos siguen aferradas a sus hijos, mientras el humo llena el cuarto y el fuego empieza a devorarles. Siento cómo mi pecho late con una euforia bestial.
Sigo leyendo con el horror a flor de piel: mis ojos están fijos en las palabras de Chicago Burns, intentando leer a pesar del dolor en mis manos, de la incomodidad en mi cuerpo. Mirk ha perdido toda paciencia, su voz me retumba en la cabeza, sus insultos me han dejado sin aliento y el miedo me impide pensar con claridad. Me ha obligado a leer en voz alta, sin detenerme, sin permitirme ni un segundo de descanso y ahora mi voz se quiebra, ya no puedo seguir. Ojalá hubiera escuchado a Jake.
—¡ERES UNA INÚTIL!—me grita, con su tono tan lleno de desprecio que casi siento que cada palabra es una bofetada—. ¿No eres capaz de hacer una cosa tan simple como leer?
—Mirk… por favor… estoy cansada… no puedo más —trato de suplicarle, mi voz apenas un murmullo mientras mis ojos intentan evadir los suyos.
Pero mi petición no le importa. Al contrario.
Antes de que pueda reaccionar, siento su mano agarrándome por el cuero cabelludo, un tirón que me hace gritar de dolor y juraría que me cruje el cuello ante su sacudida. Me levanta de la silla con una fuerza brutal, arrastrándome sin cuidado hacia la puerta.
—¿Sabes, Lily? Si no puedes serme útil con el texto, entonces quizá solo sirvas para otra cosa—escupe las palabras con un sadismo que me hiela la sangre—. Eres igual que las demás, decepcionante… Mejor como inspiración que como lectora.
—¡Mirk, espera! ¿Qué estás haciendo?—intento detenerme, pero el dolor en mi cabeza es tan intenso que siento como si arrancara mi piel con cada paso que da.
Él sigue arrastrándome por el pasillo, y mis pies apenas tocan el suelo mientras intento mantener el equilibrio. Lo único que veo es la puerta que se va acercando, esa puerta cerrada que me prohibió abrir, su “biblioteca personal”, como la llamó. Ahora no parece una biblioteca, parece una amenaza, un lugar al que ya no quiero entrar.
Llega a la puerta con un detector del pulgar, la abre de un golpe y me lanza al interior con una fuerza que me hace caer de rodillas en el suelo frío. Apenas hay una luz tenue, pero lo suficiente como para ser consciente de lo que hay aquí.