LILY
La verdad me golpea como una bofetada helada mientras examino lo que tengo alrededor: durante la cena he comido carne humana. He comido a alguien. Todo en mi interior se retuerce con asco y sin poder contenerlo más, me inclino hacia un lado y vomito en el suelo. Siento el sabor ácido en mi garganta, pero el alivio dura poco. Mirk sigue aquí.
—Tú… Tú has…
Antes de que pueda moverme, su mano se estrella contra mi cara. Es un golpe brutal que me deja viendo destellos de luz en la oscuridad de la habitación.
—¡Cierra esa sucia boca!—gruñe y su voz tiene un tono de disfrute, como si mi sufrimiento fuera musa de su poesía. Su voz se vuelve un murmullo enfermizo, recitando palabras que me hacen entender de dónde vienen—. “Del fuego naces y al fuego regresas. Como Chicago, todo arde, todo es ceniza y tu desolación también.”
Intento apartarme, pero su agarre es de hierro. Me retuerce el brazo, me empuja al suelo y su peso sobre mí se siente como una máquina pesada, como si toda la oscuridad de esta casa se concentrara en él. Mi mente grita por escapar, pero estoy atrapada en sus palabras, en sus movimientos, en la pesadilla que se despliega ante mis ojos. No soy más que un objeto para él, algo que puede manipular, quebrar, consumir.
—¿Sabes? Esto es perfecto, Lily. Te has convertido en parte de mi proceso. —Su aliento caliente en mi oído es como una quemadura y su risa me hace estremecer.
Pero no ha terminado. Él se levanta y en su mirada hay algo nuevo, una chispa salvaje y sádica. Su “inspiración”. Pasé de ser su lectora a su musa. Mira hacia las jaulas y mi corazón se congela al entender sus intenciones. Con un paso lento, casi ceremonioso, abre una de las jaulas y saca a una chica, delgada, temblorosa, apenas capaz de mantenerse en pie.
—Nada alimenta más el alma de un escritor que la carne fresca antes de escribir cómo acaba la historia en la que ha trabajado con tanto interés—declara y su voz es un susurro que retumba en el aire como un eco macabro.
La arrastra hasta una mesa de metal y con una precisión escalofriante, empieza a… a desmembrarla. Sus movimientos son fríos, precisos, como los de un carnicero en su taller. Conoce del tema. La sangre salpica, la carne se separa bajo el filo y no hay nada que yo pueda hacer.
Cada grito de la chica se convierte en un eco dentro de mí, en un recordatorio de la monstruosidad de este lugar, de este hombre. Y mientras él trabaja, su voz sigue recitando palabras de muerte, de fuego, de destrucción. Porque, después de todo, en su mente enferma, esto es solo el prólogo de algo más grande, algo aún más aterrador. Un prólogo. O un epílogo para el final aun no concluido de su libro.