JAKE
Apago los faros del coche en cuanto la casa asoma entre los árboles. La estructura de la casa donde estuve por la mañana se alza en la oscuridad como un animal acechante, siniestro y silencioso, cada ventana parece una trampa. Me detengo a unos doscientos metros, lejos, lo suficiente para no delatar nuestra presencia. Giro hacia Renzo.
—Quedate aquí y mantente en contacto con la policía. Llama y, si algo pasa, les dices dónde estamos. No te muevas del coche.
Renzo asiente, en sus ojos yace la misma preocupación que me atormenta. Le entrego las llaves, me bajo sin hacer ruido y mientras él se queda en el auto con el teléfono en la mano, yo comienzo a rodear la casa, evitando cualquier rayo de luz, cualquier sitio que me haga visible. Mi corazón late desbocado y cada paso que doy me recuerda lo que está en juego. Lily. No puedo fallarle bajo ningún concepto.
Me acerco al costado de la casa, moviéndome entre sombras y árboles, con mi mirada escudriñando cada ventana en busca de algo, cualquier cosa, algún signo de ella. Todo está silencioso, pero no puedo dejar de sentir que hay algo muy malo aquí. Lily no haría eso, me dio su palabra de que contestaría y no la hecho. Tampoco se acostaría con un tipo a la primera, jamás estuvo íntimamente con nadie.
Me asomo hacia una ventana trasera, agachándome, intentando escuchar cualquier sonido que pueda darme una pista.
Y entonces lo oigo.
El ruido me llega como un zumbido bajo, que se convierte en un rugido mecánico mientras avanzo con precaución. Suena como… ¿una motosierra? ¿O una picadora de carne? No sé cuál es peor. Mi respiración se entrecorta y el pánico se apodera de mí.
Necesito algo para defenderme, para enfrentar lo que sea que haya adentro. Mi mirada recorre el suelo a mi alrededor, buscando cualquier cosa: una piedra, una rama, algo que pueda usar para atacar o defenderme. Entonces lo veo a través de las puertas vidriadas de la sala: el atizador de la chimenea. Tengo que entrar.