Chicago Burns: Ella amaba a su escritor favorito

Capítulo 20

Los restos de vidrio crujen bajo mis zapatos mientras me deslizo hacia el interior de la casa. La oscuridad y el silencio son casi palpables, cada sombra parece ocultar un peligro. Respiro hondo, con mi mano firme alrededor del atizador de la chimenea que he tomado como arma. Este lugar es peor de lo que imaginé, cargado de un olor a hierro y humedad que me revuelve el estómago, las cosas han cambiado demasiado a cuando estuve por la mañana. Todo en mí grita que ella está aquí y que no hay vuelta atrás.

El ruido de la picadora de carne se ha detenido. La casa está en completo silencio y eso solo hace que mi ansiedad crezca. Camino con cautela, tratando de hacer el menor ruido posible. Entonces, una figura se refleja en un espejo en el pasillo y sospecho que mi corazón se detiene por un segundo. Mirk está ahí, de pie en la sala, cubierto de sangre, llevando una sierra en su mano.

Siento un impulso visceral, una furia que me dice que cargue contra él, que le haga pagar por cada cosa horrible que pudo haberle hecho a Lily. Pero respiro, cerrando los ojos un segundo. Si quiero ayudarla, si quiero que salgamos de aquí vivos, no puedo dejarme llevar.

—¿Hola?—habla él desde el otro lado—. Dudo que haya caído una piedra inocente en el vidrio de mi sala… ¿Quién anda ahí? ¿Jake?

Ca…ray…

—Vi que le estuviste llamando a Lily. Ella no podía responder, estaba un poco ocupada. No me imaginé que vendrías a buscarla.

Cielo santo, estoy jodid…

Recuerdo la última foto que ella me mandó. De ella en el estudio de Collins, leyendo el manuscrito, sumida en su mundo, en esa pesadilla que él ha creado para ella. Me aferro a esa imagen como a una brújula y decido que tengo que llegar ahí, que ese es el único lugar donde puedo empezar a buscarla.

—Lily me estuvo compartiendo algo de inspiración, verás, todos los escritores necesitamos quien nos inspire sino ¿cómo crees que escribimos nuestras historias?

Intento alejarme de este retorcido tipo.

Mirk sigue en la sala, observando los vidrios rotos, con una expresión alerta y cada fibra de su cuerpo tensa. Intento rodearlo, moviéndome en dirección contraria, pegado a las sombras, esperando que no detecte mis movimientos hasta que encaro en dirección a las escaleras y los peldaños están bien mantenidos así que no crujen demasiado bajo mis pies.

Encaro por un pasillo y unos golpecitos me llegan desde una puerta cerrada con ingreso eléctrico.




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