Chispa de Oscuridad

2: Pedófilo

—Ya cierra la boca, Verónica —gruño a la espera de su silencio.  Lamentablemente, tengo que hacer una tarea con ella, pero es insoportable en todo el sentido de la palabra y yo me encuentro de mal humor a causa de mi período menstrual.

—¡Pero te estoy hablando de una gran hazaña! —exclama con incredulidad por mi forma de actuar ante sus palabras.

—Te aseguro que el canto de un ave es una mejor hazaña que tu vida sexual. Además, traumarás a los niños con tus cuentos eróticos.

—Lo dices como si nunca te has masturbado —ella murmura cruzándose de brazos.

 —Cállate, joder —detengo mi caminar para enfrentarla y cerrar el tema—. A ti ni a nadie le interesa lo que yo haga, como tampoco interesa lo que haces tú.

Corto la conversación cuando continúo caminando, haciendo uso de pasos apresurados, dejándola con la palabra en la boca.

Llegar a mi última clase debería ser mi objetivo, pero mi visión se nubla y un mareo gira todo a mi alrededor, causando que me apoye contra una de las columnas del pasillo. Suspiro y cierro los ojos con la esperanza de que vuelva a la normalidad, y como espero que sea mi periodo, no le doy mente a estos síntomas.

Sin embargo, mis pies me guían para bajar las escaleras del edificio A y me dirijo a la parte trasera de la edificación de cuatro pisos, donde una sensación diferente recorre mi cuerpo, guiándolo sin mi consentimiento a una dirección desconocida para mí. Pero no soy consciente de lo que hago en este estado; me siento sedada y mi cuerpo se gobierna por sí solo, aunque no es la primera vez que pasa.

Desde los diez años he sido testigo de cómo mi cuerpo toma vida propia y me dirige a lugares en el cual se está dando un acto de violencia, ya sea verbal o físicamente. Es como si yo estuviese en un viaje astral y algo o alguien toma posesión de mi cuerpo hasta que llego a mi destino. El lugar donde se desenvuelve la violencia que llama mi ser.

Cuando me encuentro a unos pasos de una esquina del edificio, mi visión se aclara. Vuelvo a poseer mi cuerpo, apoyándome de la pared a mi costado. Pero como ya sé que no es consecuencias de la menstruación, me concentro en lo que me rodea, no veo a nadie, pero escucho un forcejeo. Es silencioso, no quiere que sepan lo que hace, así que avanzo con precaución para asomar mi rostro y ver qué pasa.

En segundos, la rabia e ira corren por mis venas mientras siento como mi cara se caliente por la escena que se presenta ante mis ojos y, aunque me traiga problemas, no voy a permitir tal atrocidad en mi presencia.

Uno de los más grandecitos del orfanato, tiene a una niña entre sus brazos, la cual es un mar de lágrimas y forcejea débilmente para liberarse de su agarre sin éxito alguno, mientras él la obliga a guardar silencio.

A pasos enfurecidos, me acerco al bastardo, impactando mi puño en su mejilla y, al mismo tiempo, alejo a la niña de su alcance. Cuando cae sobre el césped del jardín un poco desorientado por mi fuerte golpe, aprovecho para ver que Susi esté bien, tiene apenas once años y se encuentra físicamente bien, aunque está temblando y en shock ante mi acto.

No obstante, al ver su rostro lleno de lágrimas, su camisa con los primeros botones sueltos y su falda arrugada por las sucias manos de aquel individuo que no se puede llamar ser humano, mi ser se llena de todas las emociones negativas que pueden existir. Ira, rabia, odio, furia y enojo son una de aquellas emociones, pero la impotencia y miedo no están en la lista.

Tomando el asunto personal, me devuelvo hacia donde él que sigue tumbado en el suelo y, sin pensarlo dos veces, azoto mi zapato en su rostro y estómago, pegándole a sus manos cuando también se interponen entre mi pie y su cuerpo. Distrayéndolo con los golpes en la parte superior de su debilucho cuerpo, le doy el golpe final y más fuerte en su entrepierna.

Escuchar sus gritos y quejidos a causa de mis golpes es música para mis oídos. Me siento ansiosa y entusiasmada, pero cuando se queda en silencio siento que no es suficiente, así que el silencio me incita a seguir castigándolo.

—¡Alaska! Detente, por favor.

Varias patadas más y veo como el idiota se queda inmóvil, me detengo para retomar aire en mis pulmones y darme cuenta de que unas manos temblorosas jalan mi brazo izquierdo.

Con la respiración agitada por mis bruscos movimientos, me giro para confirmar que Luna sostiene mi brazo y suplica que me detenga.

Me controlo un poco para poder hablar.

—Lleva a Susi a la enfermería. Me quedaré con el pedófilo hasta que vengan los de la dirección —ordeno soltándome de su agarre, mientras ella asiente, acatando mi orden.

La pequeña Susi se sostiene de los delgados brazos de mi compañera con miedo a que suceda lo mismo o algo similar, cuyo descuido le reclamaré a la Directora Tonya. Doy media vuelta para ver al maldito bastardo tendido en el suelo todavía, con la diferencia de que ahora tiene los ojos bien abiertos y me lanza una mirada llena de odio.

Sonrío con descaro antes de acercarme a él con una lentitud mortificante. De inmediato, su mirada cambia a una de terror mientras que yo planeo deleitarme con sus gritos de dolor.

***

Por suerte, cuando se dan cuenta de los gritos que el pedófilo emitió, ya yo me estaba yendo de allí, pero me encontré cara a cara con la directora que, dándose cuenta de todo, me dio una mirada severa y me dijo que la esperara en su oficina.




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