Pasaron los días, unos más lentos y extensos que otros, hasta la llegada de hoy viernes. Este es mi último día en el orfanato, lugar que ha sido mi hogar desde siempre, pero que, de ahora en adelante, saldré de aquí para adentrarme a un nuevo mundo que no trae un libro con las indicaciones de cómo vivirlo.
Por otro lado, Ryder se ha desaparecido como la arena en el viento, escurridiza entre las manos de quien trata de poseerla, pero no le doy mucha importancia a eso; como tampoco considero relevante las palabras de Luna al decirme que él preguntó por mí o, al menos, eso quiero creer.
Mientras los pensamientos van y vienen, concluyo en mi compañera, ella sí que cumple con su palabra. Esta semana se ha esforzado en sacarme una sonrisa cada vez que se le presenta el momento, y es algo que le agradezco mucho, aunque no se lo diga directamente. Además, estoy segura de que ella es consciente de que me hace bien, ya que luego de la muerte de Susi mis cambios han sido radicales y más notables de la cuenta; agregando también las palabras que Ryder ha expresado la pasada semana, las cuales danzan en mi cabeza.
“Tu olor se queda impregnado en cada cosa o persona que toques. Te andan buscando, cariño”.
Suelto un suspiro y, mentalmente, sacudo mi cabeza para centrarme en el presente, y le vuelvo a prestar toda mi atención a lo que Luna y yo hacemos: organizamos la habitación por completo, mientras empezamos a recoger mis cosas con cierto disimulo, que es bastante obvio, a pesar de que mis pertenencias no son muchas.
—Es increíble como todas tus cosas solo alcancen a llenar una mochila —comenta Luna frunciendo sus labios, frustrada por algo tan simple y sencillo.
—No tengo muchas cosas —hablo mientras forcejeo la mochila para que los únicos zapatos negros que tengo entren en ésta, aunque ahora creo que son demasiadas cosas—. Además, solo llevo lo esencial y, al estar doblado en las porciones más pequeñas, deja espacio para más.
—Solo falta que tengas más —dice seguida de una pequeña risa de su parte, la cual me termina contagiando de igual manera.
Sin embargo, una combinación de nostalgia junto a la melancolía embarga mi cuerpo al estar consciente de lo que significa este momento, de lo mucho que la voy a extrañar. Ha sido la única compañera de cuarto que más me ha durado, soportado y compartido conmigo; no me juzga a pesar de que soy rara, concepto muchos aplicarían a mi persona, y eso no cualquiera ha sido capaz de lograr.
Mi pequeña Luna alumbrará las noches cuando esté sumida en mi oscuridad.
—Alaska.
En un susurro lejano, escucho aquel nombre por el que me llaman siempre, pero no le presto ni la más mínima atención, hasta que uno distinto y particular me trae devuelta al presente.
—Copito… —la escucho hablar más claro—. Ay, ¡¿Cómo no se me ocurrió antes?! —Su chillido emocionado hace que mis oídos tintineen y recibe una mueca de mi parte.
—Baja el volumen, no me quiero ir sorda de aquí —digo, al mismo tiempo que masajeo mi oído con pena fingida.
—Es que eres un copito muy frío —dice en un intento de broma—, pero disculpa —susurra antes de seguir reorganizando sus cosas por cuarta vez, mientras se ríe por mi pésima actuación.
***
Luego de finalizar el arreglo de la habitación, terminar de recoger mis cosas, tomo mi mochila para engancharla a mis hombros. Inhalo oxígeno con exageración al ver cómo llega el momento y ser consciente de que no estoy preparada para esto. Las despedidas siempre son amargas y muy pocos son tolerantes a ella, aunque no estoy incluida en ellos.
La mirada de Luna titubea e intenta no mirarme directamente al saber el significado de este silencioso momento. Una incomodidad palpable nos rodea y agobia nuestra existencia. Ella se queda parada en medio de las cuatro paredes blancas que compartimos durante unos años, el camarote está bien arreglado y, antes de salir de allí, ya se puede notar el vacío de la habitación.
—Vas a cumplir tu promesa, ¿verdad? —rompe el silencio con su dulce voz, y puedo jurar que trata de desatar un nudo en su garganta por la esperanza que reluce en sus ojos café.
—Sabes que sí —confirmo—. Primero muerta antes de quedarte mal —le brindo la mejor de las sonrisas que pueden salir de mí, y ella corre a abrazarme con fuerza.
—De verdad, no quiero que te vayas —Comienza a llorar sin guardarse llanto alguno, aferrándose a mí con más ímpetu.
Entonces, es mi turno de sentir un fuerte nudo en mi garganta. Mi pecho se oprime al sentirla tan triste y, a la vez, apegada a mi presencia, causando un agudo dolor dentro de mí; así que, sin pensarlo dos veces, le devuelvo el abrazo con tanta efusividad como ella a mí.
—Solo cuídate, ¿sí? —le digo con cariño—. En un abrir y cerrar de ojos, pasarán tes años y no te darás cuenta. Además, siempre te voy a tener presente.
Rompo nuestro abrazo, al mismo tiempo que mi corazón se une a ella, pero me alejo antes de acompañarla en su llanto. Le dejo un beso en la frente y acaricio su cabello castaño claro con ternura, a cuya acción ella inclina la cabeza para sentir mi tacto más cerca.
—No pensé decir esto —murmura mientras sorbe su nariz y suelta un profundo suspiro lleno de nostalgia—, pero te quiero muchísimo, Alaska.