Daniel
La lluvia cae lentamente, trazando caminos irregulares por las ventanas de mi departamento. Afuera, el bullicio de la ciudad parece amortiguado por el sonido constante de las gotas que golpean el pavimento. Es una noche de esas en las que todo parece detenido, como si el mundo esperara que algo importante ocurriera.
Estoy sentado en el sillón, mi mirada fija en la pantalla del teléfono, leyendo su mensaje una y otra vez. “Te necesito aquí". Tan simple, tan directo. Y, sin embargo, esas palabras tienen un peso que no logro sacudirme. Las leo y las releo, buscando el significado detrás de ellas, la verdad que Emma no me está diciendo.
Llevo semanas sintiendo su distancia, esa barrera invisible que parece surgir entre nosotros cuando menos lo espero. Y aunque quiero acercarme, hay algo en ella que me impide hacerlo del todo. Es como si ambos lleváramos una mochila invisible cargada de heridas y cicatrices que no nos atrevemos a mostrar. A veces siento que estamos tan cerca de cruzar una línea que podría destruirnos. ¿Es esto lo que quiero? ¿Es ella lo que necesito?
El eco de las expectativas que nunca cumplí me pesa. Me revuelvo en el sillón, incómodo. Mis padres tenían un camino marcado para mí, uno en el que la perfección era lo mínimo aceptable. Desde pequeño, siempre supe lo que esperaban: el hijo perfecto, el estudiante sobresaliente, el hombre exitoso. Y, de alguna manera, logré fallar en todos esos aspectos. Me convertí en una especie de sombra de lo que debía ser, y eso siempre me ha perseguido, especialmente cuando estoy con Emma.
La noche avanza, y la culpa comienza a asentarse en mi pecho. He dejado pasar demasiado tiempo. No quiero que la relación con Emma se sienta como otro fracaso, pero a veces me pregunto si estoy destinado a arruinar todo lo que toco.
Finalmente, me levanto del sillón, tomando la chaqueta que había dejado tirada sobre la mesa. El sonido de las llaves en mi bolsillo parece más ruidoso de lo normal, casi como una advertencia, pero no puedo ignorarla. Necesito verla. Necesito entender qué es lo que realmente estamos haciendo.
Cuando salgo del edificio, la lluvia me golpea el rostro, fría y directa, como un recordatorio de que nada de esto será fácil.
El camino hasta su apartamento es corto, pero cada paso me parece pesado. La última vez que estuvimos juntos, noté algo en su mirada, algo que me hizo sentir vulnerable de una manera que no puedo describir. Quizás porque, en algún punto, he llegado a depender de ella más de lo que quisiera admitir. Depender de alguien nunca ha sido mi fuerte. Mis padres me enseñaron que la independencia era la clave del éxito, que confiar en los demás te hacía débil. Pero con Emma, esa independencia se siente como una barrera que me aleja, y no sé cómo derribarla.
Al llegar a su puerta, dudo por un segundo. El sonido de la lluvia amortigua cualquier ruido exterior, y por un instante me pregunto si ella está preparada para esto. Pero antes de que pueda detenerme, ya he tocado el timbre. La respuesta no tarda en llegar; la puerta se abre lentamente, y ahí está ella.
Emma me mira por un momento, y en sus ojos hay una mezcla de alivio y algo más, algo que no logro descifrar del todo. Parece cansada, pero no de la manera en que lo estamos físicamente. Es un cansancio más profundo, uno que reconozco porque lo llevo dentro de mí.
"Gracias por venir", dice en voz baja, y sus palabras, aunque sencillas, me hacen sentir un peso en el pecho. Como si solo al decirlas, me estuviera confesando algo más.
La invitó a sentarse, pero ella prefiere quedarse de pie, mirándome con una intensidad que me incomoda y me atrae al mismo tiempo. Siento que hay algo en el aire, algo que ella está a punto de decir, pero que quizás no estamos listos para enfrentar.
"Daniel, yo... siento que estamos distantes", empieza, y su voz tiembla un poco al pronunciar las palabras. Me cruzo de brazos, como si esa postura pudiera protegerme de lo que está a punto de venir. "Sé que tienes tus cosas, y yo tengo las mías, pero no puedo evitar sentir que hay algo entre nosotros que no estamos hablando. Y eso me asusta".
Asiente lentamente, su mirada aún clavada en mí. "Lo sé. Y yo también lo estoy. Pero eso no cambia lo que siento, y creo que tú también lo sientes".
Hay una pausa en la conversación, un momento de silencio en el que ambos miramos al suelo, incapaces de sostener la mirada del otro. Las palabras que no decimos son más pesadas que las que han salido.
Me acerco lentamente a ella, tomando sus manos entre las mías. Siento el frío de su piel, y en ese simple contacto, una corriente de emociones reprimidas comienza a aflorar. "Emma", susurró, casi sin fuerzas, "yo también estoy luchando con esto. No sé cómo ser lo que esperas de mí. No sé cómo ser lo que espero de mí mismo".
Ella cierra los ojos por un momento, como si mis palabras la golpearan con la misma intensidad que sus sentimientos. "No espero que seas perfecto, Daniel. Solo quiero que seas honesto conmigo. Que podamos ser vulnerables el uno con el otro, sin tener miedo de lo que encontraremos".
Su sinceridad me duele, porque sé que tiene razón. He estado escondiéndome detrás de una fachada, intentando ser fuerte, cuando en realidad estoy tan roto como ella. El peso de las expectativas, de los fracasos, de las decepciones... todo eso me ha convertido en alguien que no reconoce sus propios miedos.