Emma
Emma se despertó antes de que sonara la alarma, algo que se estaba volviendo más frecuente en los últimos días. No era tanto por el ruido de la ciudad que solía filtrarse a través de las ventanas ni por el estrés acumulado de la semana, sino por esa sensación de vacío que la llenaba tan pronto abría los ojos. Era como si, en los primeros segundos de la mañana, cuando el cerebro aún no estaba completamente consciente, el peso de su propio ser cayera sobre ella de golpe.
Hoy no era diferente. Permaneció acostada unos minutos más, contemplando el techo, tratando de convencerse de que levantarse sería lo mejor. Sabía que Daniel vendría a buscarla, y aunque lo había pedido, una parte de ella se sentía insegura de lo que realmente necesitaba de él. ¿Compañía? ¿Respuestas? Ni siquiera ella lo tenía claro.
Con un suspiro profundo, se incorporó lentamente y dejó que sus pies tocaran el frío suelo de madera. La sensación la ancló momentáneamente a la realidad, pero no lo suficiente como para espantar la nube de pensamientos que la rodeaba. Pensó en la noche anterior, en cómo Daniel había acudido a su llamada. Había sentido alivio al verlo, pero al mismo tiempo, algo más profundo la mantenía distante, una barrera invisible entre ambos que no sabía cómo derribar. O quizás no quería derribarla.
Sabía que algo en ella no estaba bien. Sabía que había heridas del pasado que no había dejado sanar, cicatrices que había aprendido a ocultar tan bien que, a veces, hasta ella misma las olvidaba. O al menos, eso quería creer.
"No quiero que esto sea otro fracaso". Esa frase de Daniel la había golpeado más fuerte de lo que había esperado. No porque lo viera como alguien que pudiera fallar, sino porque ella misma vivía con ese mismo miedo. El miedo de que cualquier cosa que tocara se desmoronara entre sus manos, como había sucedido tantas veces antes. Pero, ¿cómo podría compartirle eso? ¿Cómo podría explicarle que la barrera no era él, sino ella misma?
Se levantó del borde de la cama y caminó hacia la ventana, observando cómo las gotas de lluvia, finas y persistentes, continuaban cayendo. Había algo reconfortante en el ritmo constante del agua, una monotonía que contrastaba con el torbellino en su interior. Sabía que, eventualmente, tendría que enfrentarse a la realidad. Que no podía seguir distanciándose ni de Daniel ni de sus propios sentimientos.
Sin embargo, había algo en la cercanía de Daniel que la hacía sentir vulnerable de una manera que no estaba segura de poder manejar. Él estaba dispuesto a ser honesto, a mostrarse tal como era, con todos sus miedos y fracasos a cuestas. Emma, por otro lado, había construido sus muros con tanto esmero que no estaba segura de cómo desarmarlos sin derrumbarse en el proceso.
Cerró los ojos, apoyando la frente contra el vidrio frío. "No estoy lista”, pensó, aunque sabía que era una mentira. No era cuestión de estar lista o no. Era cuestión de aceptar que el dolor y las cicatrices del pasado seguirían allí, pero no debían definir quién era ahora ni lo que tenía con Daniel.
Con un suspiro resignado, se apartó de la ventana y comenzó a vestirse lentamente. Sabía que él llegaría pronto, y sabía también que no podía seguir evadiendo la conversación que ambos necesitaban tener.
Daniel llegó puntualmente, como siempre lo hacía, y cuando entró al departamento, Emma no pudo evitar sentir ese mismo nudo en el estómago que aparecía cada vez que lo veía. Era una mezcla de nervios, anticipación y una vaga sensación de temor. Temor de lo que él podría descubrir si se acercaba demasiado.
"Hola", dijo ella con una sonrisa forzada, y notó cómo Daniel la observaba con esa mirada suya, profunda y analítica. Podía sentir que él no solo la miraba, sino que intentaba leerla, entender lo que sucedía en su interior. Y eso la hacía sentir aún más expuesta.
"Hola", respondió él, dejando caer su chaqueta en el respaldo de una silla. "¿Cómo te sientes hoy?"
La pregunta era simple, pero la respuesta no lo era. "Bien", fue lo único que salió de sus labios, aunque sabía que era una mentira piadosa. Daniel asintió, pero no parecía convencido.
Hubo un momento incómodo de silencio, uno de esos en los que ambos parecían estar midiendo sus palabras, intentando decidir cómo proceder. Finalmente, fue Daniel quien rompió el hielo.
"Emma, sé que hay cosas que no me estás diciendo", dijo, su tono firme pero comprensivo. "Y no quiero presionarte, pero... si vamos a seguir adelante, necesito que seas honesta conmigo. No podemos construir algo si no estamos dispuestos a mostrarnos tal como somos".
Ella lo miró, y por un instante, sintió el impulso de contarlo todo. De vaciarse de todo ese dolor acumulado, de las decepciones pasadas, de las heridas que aún no cicatrizaban. Pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. ¿Cómo podría compartir con él algo tan profundo, algo que ni siquiera ella había enfrentado del todo?
"Daniel, yo..." empezó, pero la voz se le quebró. Respiró hondo, buscando fuerzas donde ya no quedaban. "Hay cosas de mi pasado que... que no son fáciles de hablar. No sé si estoy lista para eso".
Daniel asintió, dando un paso hacia ella. "No tienes que contármelo todo de una vez, pero quiero que sepas que estoy aquí. No tienes que enfrentarlo sola".