Emma
Emma pasó la mañana tratando de concentrarse en su trabajo, pero sus pensamientos seguían regresando a Daniel y a la conversación que habían tenido la noche anterior. Había sido un paso significativo, uno que no había previsto dar tan pronto. No era que no quisiera abrirse a él, sino que el miedo a exponerse seguía siendo una barrera demasiado difícil de superar.
Sus dedos se movían mecánicamente sobre el teclado de su computadora, pero las palabras que aparecían en la pantalla no tenían ningún sentido. Intentó enfocarse, forzarse a ignorar la confusión que sentía, pero era inútil. Sabía que la incomodidad que la perseguía no desaparecería tan fácilmente. Había permitido que Daniel se acercara, y ahora tenía que lidiar con las consecuencias de su propia vulnerabilidad.
Se levantó de su escritorio y caminó hacia la ventana. Desde su departamento, las vistas de la ciudad se extendían como un vasto mar de edificios grises, atravesados por calles llenas de autos y peatones que parecían pequeños puntos en movimiento. En otro momento, esa vista podría haberla relajado, recordándole que su vida era solo una pequeña parte de algo mucho más grande. Pero hoy, ese pensamiento solo la hacía sentirse más atrapada.
Emma apoyó la frente contra el vidrio frío y cerró los ojos, tratando de ordenar sus pensamientos. Había tanto que no había dicho, tanto que seguía escondido detrás de las paredes que había construido a lo largo de los años. Pero con Daniel, sentía que esas paredes se estaban desmoronando lentamente, y eso la asustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Sabía que en algún momento tendría que hablar sobre su pasado, sobre las cicatrices que había tratado de ignorar durante tanto tiempo. Las relaciones habían sido siempre un terreno peligroso para ella. En su juventud, había caído en el error de confiar demasiado, de entregarse completamente a alguien sin considerar las consecuencias. El resultado había sido devastador, dejándola con una herida tan profunda que, incluso ahora, le resultaba difícil hablar de ello.
Con Daniel era diferente. Él no la había presionado, no había exigido que se abriera de inmediato. Le había dado espacio, y eso la hacía sentir aún más culpable por seguir manteniendo distancia. Lo último que quería era repetir los errores del pasado, pero la realidad era que el miedo seguía ahí, acechando cada vez que pensaba en dejarlo entrar por completo.
No podía evitar preguntarse qué pensaba él en ese momento. ¿Habría notado lo frágil que era su resolución? ¿O estaría tratando de lidiar con sus propios demonios, como le había confesado la noche anterior?
Emma sabía que Daniel también tenía cicatrices, aunque diferentes a las suyas. Las expectativas familiares, las presiones sociales, todo eso lo había marcado de maneras que probablemente él aún no comprendía del todo. Y sin embargo, seguía adelante, intentando ser fuerte para los demás. ¿Sería justo que ella le pidiera que fuera fuerte también para ella?
"Tienes que dejarlo ir”, se dijo a sí misma, intentando calmar la tormenta que se agitaba en su interior. "Tienes que dejar ir el pasado si quieres construir algo nuevo".
Pero, ¿cómo podía hacerlo? ¿Cómo podía dejar atrás algo que había sido tan fundamental en su formación como persona? Las cicatrices del alma no se desvanecen fácilmente, y las suyas seguían tan presentes como el día en que se habían formado.
Se apartó de la ventana, inquieta, y decidió salir a caminar. Quizás el aire fresco le ayudaría a aclarar sus pensamientos. Se puso una chaqueta ligera y salió del apartamento, dirigiéndose hacia el parque cercano. El cielo seguía cubierto de nubes, pero la lluvia había cesado por completo, dejando un ambiente húmedo y fresco.
A medida que caminaba por los senderos del parque, rodeada por árboles cuyas hojas empezaban a cambiar de color con la llegada del otoño, Emma trató de concentrarse en lo que Daniel le había dicho la noche anterior. "A nuestro propio ritmo, sin presiones", había dicho. Y aunque en ese momento había sentido alivio al escuchar esas palabras, ahora le resultaban insuficientes. Había cosas que no podían esperar, y lo sabía.
Daniel merecía más de lo que ella le estaba ofreciendo. Merecía alguien que pudiera compartir todo con él, alguien que no temiera enfrentarse al pasado. Y aunque Emma quería ser esa persona, había algo que la frenaba, una especie de autopreservación que no lograba controlar.
"¿Estoy siendo egoísta?" se preguntó mientras se detenía junto a un pequeño estanque. Los patos nadaban tranquilamente, ajenos a la tormenta interna que la consumía. Emma se sentó en un banco cercano y observó el agua, tratando de calmarse.
Los recuerdos de su última relación inundaron su mente, como lo hacían a menudo cuando intentaba dejarse llevar por el presente. Había sido una relación intensa, llena de pasión, pero también de dolor. En ese entonces, había creído que había encontrado a la persona con quien compartir su vida, alguien que la comprendía y la aceptaba tal como era. Pero todo había cambiado rápidamente.
Las promesas rotas, las palabras hirientes, la traición... Todo eso la había destrozado, dejándola sin saber quién era realmente. Había tardado años en reconstruirse, en encontrar una forma de seguir adelante sin dejarse consumir por el rencor o la tristeza. Pero incluso ahora, cuando creía que había superado todo eso, el pasado seguía apareciendo, recordándole que las heridas no siempre cicatrizan por completo.