Cicatrices en el Alma

Capítulo 10: El peso de la incertidumbre

Daniel

La llamada con Emma terminó más rápido de lo que esperaba, pero no me dejó en paz. Su voz, aunque tranquila, llevaba un peso que no podía ignorar. Sabía que algo en ella había cambiado desde la conversación de anoche, y mientras me dirigía al parque, no dejaba de preguntarme si lo que sentía por ella era suficiente para atravesar el muro que la separaba de mí.

El parque no estaba lejos de su apartamento, y en días normales, la caminata me habría relajado. Pero hoy, mis pensamientos eran un torbellino. Las palabras de Emma resonaban en mi mente, esa mezcla de temor e incertidumbre que la atormentaba y que, de alguna manera, también empezaba a afectarme a mí. Quería ser su refugio, pero ¿cómo podía hacerlo si ella no se lo permitía? ¿Cómo podía romper la barrera sin imponerme? Todo lo que quería era verla feliz, pero sabía que su felicidad no dependía de mí.

Al llegar al parque, la vi sentada en uno de los bancos cerca del estanque. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia adelante, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas, como si estuviera sosteniendo el peso de algo invisible pero inquebrantable. A su alrededor, la calma del parque contrastaba con la agitación que seguramente sentía por dentro.

Me acerqué despacio, como si temiera romper la burbuja de reflexión en la que estaba inmersa. "Emma", dije suavemente cuando estuve lo suficientemente cerca.

Ella levantó la vista hacia mí, con una sonrisa tenue que no alcanzaba sus ojos. "Gracias por venir", murmuró.

"Claro", respondí mientras me sentaba a su lado. "Me preocupo por ti".

Un breve silencio cayó entre nosotros, mientras ambos mirábamos el agua en silencio. El viento mecía suavemente las ramas de los árboles, y el movimiento rítmico de las hojas proporcionaba un telón de fondo tranquilizador para la tensión que se cernía sobre nosotros.

"Anoche..." empezó Emma, rompiendo el silencio. Parecía dudar antes de continuar, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta. "Lo que dijiste me hizo pensar mucho. Sobre nosotros, sobre mí, sobre todo lo que he estado evitando".

No dije nada, dándole el espacio para continuar. Sabía que presionarla no serviría de nada, que Emma necesitaba encontrar su propio ritmo para abrirse.

"Me cuesta confiar", admitió finalmente, con un suspiro que parecía llevar consigo años de dolor. "He pasado tanto tiempo construyendo barreras, que ahora no sé cómo derribarlas. No sé cómo dejar que alguien más entre sin sentir que voy a salir herida de nuevo".

Sus palabras no me sorprendieron, pero la sinceridad detrás de ellas me golpeó con fuerza. Quería decirle que no tenía nada que temer, que yo nunca sería como aquellos que la habían lastimado. Pero también sabía que esas eran solo palabras. Prometer no lastimar a alguien no es suficiente cuando el pasado ya ha dejado cicatrices tan profundas.

"Emma, lo entiendo", le dije, eligiendo mis palabras con cuidado. "Sé que no es fácil para ti. Y no espero que te abras de la noche a la mañana. Pero quiero que sepas que estoy aquí, que quiero caminar este camino contigo, a tu ritmo. No voy a empujarte. Pero tampoco me iré".

Ella me miró, y en sus ojos vi una mezcla de gratitud y miedo. Era evidente que mis palabras la aliviaban en algún nivel, pero también que aún había mucho que la mantenía a raya.

"No quiero que sientas que te estoy excluyendo", dijo, su voz apenas un susurro. "Pero a veces no sé cómo enfrentar lo que siento. Es como si parte de mí estuviera atrapada en el pasado, en el dolor, y no puedo avanzar sin arrastrar todo eso conmigo".

"No estás sola en eso", respondí, tomando suavemente su mano. "Todos cargamos con cosas del pasado. Pero no tienes que enfrentarlo sola. Podemos hacerlo juntos".

Emma miró nuestras manos entrelazadas y, por un momento, me preocupó que retirara la suya. Pero en lugar de eso, apretó mis dedos ligeramente, un gesto que parecía más significativo de lo que las palabras podrían expresar. Había algo entre nosotros que, a pesar de las dudas y los miedos, seguía siendo fuerte, un vínculo que ninguno de los dos podía ignorar.

Nos quedamos en silencio un rato, observando cómo los patos se deslizaban por el agua del estanque, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor. El momento de tranquilidad nos envolvía, y aunque el peso de nuestras confesiones seguía presente, sentía que habíamos dado un paso importante.

"¿Alguna vez has sentido que no puedes ser suficiente para las expectativas de los demás?", pregunté de repente, casi sin pensar, rompiendo el silencio. Era algo que había estado rondando mi mente desde hacía tiempo, pero que nunca había tenido el valor de expresar.

Emma levantó la vista hacia mí, sorprendida por la pregunta. "¿A qué te refieres?"

"Mis padres", empecé, sabiendo que era un tema delicado para mí. "Siempre han esperado tanto de mí. Buen estudiante, el hijo ejemplar, el hombre de éxito. Y aunque lo he intentado, siento que siempre me quedo corto. Nunca es suficiente. Y últimamente me pregunto si alguna vez lo será".




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