Daniel
Desde que Emma había compartido su historia, algo dentro de Daniel había cambiado. Había sentido cómo la conexión entre ellos se hacía más fuerte, más auténtica, como si al fin hubieran roto las barreras que los separaban. Pero al mismo tiempo, su propia carga parecía más pesada que nunca. A pesar de sus intentos de ignorar la presión que sentía desde siempre, sabía que no podía seguir evitando lo inevitable.
Daniel había pasado toda su vida tratando de encajar en el molde que su familia había construido para él. Su padre, un hombre de éxito inquebrantable, siempre había sido el ejemplo que Daniel debía seguir. Su hermano mayor, por otro lado, había tomado un camino diferente, lo que sólo aumentaba las expectativas sobre Daniel. La carga de ser el "último heredero" del legado familiar había caído completamente sobre sus hombros.
Esa tarde, mientras caminaba solo por las calles de la ciudad, Daniel sentía la presión acumulada dentro de él como una tormenta a punto de estallar. Los rascacielos que lo rodeaban parecían reflejar su estado de ánimo: imponentes, fríos y distantes. Se preguntaba si alguna vez podría ser el hombre que su familia quería que fuera y, al mismo tiempo, seguir siendo el hombre que Emma necesitaba.
El teléfono en su bolsillo vibró, sacándolo de sus pensamientos. Era su padre. Daniel se quedó inmóvil durante un momento, observando el nombre en la pantalla. Sabía lo que venía: una nueva conversación sobre el "futuro", sobre sus "responsabilidades" y las "decisiones correctas" que debía tomar. Había tenido tantas de esas conversaciones que ya conocía cada palabra que iba a escuchar antes de que su padre siquiera abriera la boca.
Con un suspiro, Daniel deslizó el dedo por la pantalla y aceptó la llamada.
— Daniel, hijo, ¿dónde estás? —La voz de su padre sonaba tan firme como siempre, directa al grano, sin espacio para lo trivial.
— Caminando, necesitaba un respiro. —Daniel intentó mantener su voz neutral, aunque una parte de él quería colgar antes de que la conversación avanzara más.
— Espero que estés tomando en serio lo que hablamos la última vez. Tu hermano no pudo cargar con el peso de las responsabilidades, pero tú sí. Tienes que entender lo importante que es para la familia que sigas el camino correcto.
Daniel apretó la mandíbula, el resentimiento burbujeando bajo la superficie. Era siempre lo mismo: las responsabilidades, el legado, las expectativas. Nunca había espacio para hablar de lo que él quería, de lo que lo hacía feliz. Era como si su padre no pudiera concebir la idea de que Daniel tuviera sus propios sueños, diferentes a los que la familia había trazado para él.
— Lo estoy tomando en serio, —respondió con una frialdad calculada, aunque por dentro luchaba por mantener la calma—. Pero también tengo mi vida fuera de todo esto.
Un silencio incómodo se instaló en la línea. Podía imaginarse la expresión de su padre al otro lado del teléfono, esa mezcla de decepción y autoridad que siempre lo hacía sentir pequeño, como si estuviera fallando sin importar lo que hiciera.
— No puedes permitirte el lujo de vivir una vida "fuera" de esto, Daniel. Lo que haces afecta a todos nosotros. No se trata solo de ti, sino de la familia entera. No lo olvides.
Esas palabras golpearon a Daniel como una descarga eléctrica. Sabía que era cierto, al menos en los ojos de su padre. Cada decisión que tomaba, cada paso que daba, parecía estar ligado a una responsabilidad mayor, una que no había pedido, pero que le había sido impuesta desde el día en que nació.
— Tengo que irme, —murmuró antes de que su padre pudiera continuar—. Nos hablamos luego.
Cortó la llamada sin esperar respuesta y guardó el teléfono en el bolsillo. Durante un largo momento, se quedó de pie en medio de la acera, observando cómo las personas pasaban a su alrededor, cada una inmersa en su propia vida, sus propios problemas. Daniel sintió una punzada de envidia. ¿Cómo sería vivir sin esa presión constante? Sin el peso de las expectativas aplastando cada uno de tus movimientos.
Sabía que tenía que tomar una decisión. No podía seguir dividiendo su vida entre lo que quería y lo que su familia esperaba de él. Pero el miedo a decepcionarlos, el miedo a romper ese frágil equilibrio, lo paralizaba.
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Horas más tarde, Daniel llegó al apartamento que compartía con Emma. Al abrir la puerta, el familiar olor del espacio lo envolvió, una mezcla reconfortante de su fragancia y la calidez del hogar que habían construido juntos. Emma estaba sentada en la mesa del comedor, con una taza de té en las manos, mirando por la ventana. La luz del atardecer pintaba su rostro con un brillo suave, y por un instante, Daniel sintió una paz momentánea al verla allí.
Emma levantó la vista y le dedicó una pequeña sonrisa cuando él entró, pero había algo en su expresión que lo inquietó. Era como si pudiera ver más allá de la fachada que él llevaba puesta, como si supiera que algo no estaba bien.
"¿Todo bien?" preguntó ella, su tono tranquilo pero lleno de preocupación.
Daniel asintió, aunque sabía que no estaba siendo completamente honesto. "Sí, sólo tuve una conversación con mi padre".
Emma entrecerró los ojos, estudiándolo con esa mirada que siempre lograba atravesar cualquier muro que él intentara levantar. Sabía que ella podía sentir cuando algo lo afectaba, y por eso le costaba tanto esconderse de ella. Con otras personas, podía fingir, podía actuar como si todo estuviera bajo control. Pero con Emma, todo se desmoronaba.