Emma
Emma no había dejado de pensar en las palabras que le había dicho a Daniel la noche anterior. Sentada frente al espejo esa mañana, mientras intentaba poner en orden sus pensamientos, se preguntaba si había sido completamente honesta con él. Siempre había sido más fácil para ella ofrecer apoyo a los demás que enfrentar sus propios miedos. Pero ahora, las cicatrices que ella misma cargaba, que había mantenido ocultas durante tanto tiempo, empezaban a pesar.
Cada vez que miraba a Daniel, veía sus propias heridas reflejadas en las de él. Lo amaba profundamente, de eso no había duda, pero había algo más, algo que la ataba a él de una manera que ni siquiera podía explicar. Quizás porque, al igual que ella, Daniel estaba roto. Ambos compartían ese tipo de dolor que nadie más podía comprender, un dolor que los conectaba en silencio, como una cuerda invisible.
Sin embargo, había partes de su historia que aún no le había contado a Daniel. Fragmentos de su pasado que seguían ardiendo como brasas bajo la superficie, esperando a ser desenterrados. Emma sabía que si quería que su relación con Daniel avanzara, si quería ser realmente libre, tendría que enfrentarse a esas heridas de una vez por todas.
Con ese pensamiento en mente, se levantó del tocador y caminó hacia el pequeño balcón del apartamento. El aire fresco de la mañana la envolvió mientras observaba el ajetreo de la ciudad a sus pies. El cielo estaba nublado, y un viento suave movía las ramas de los árboles cercanos. Todo parecía tan tranquilo desde allí arriba, tan distante. Pero su mente estaba muy lejos de esa calma.
Apoyada en la barandilla, Emma cerró los ojos, permitiendo que los recuerdos comenzaran a emerger.
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Cinco años atrás
Había sido una época diferente, un momento en su vida en el que pensaba que lo tenía todo resuelto. Se veía a sí misma caminando por las calles de otra ciudad, más joven, ingenua, con sueños grandes y un corazón completamente expuesto. En ese entonces, Emma había estado enamorada. Pero no del tipo de amor que compartía ahora con Daniel, sino uno diferente, uno que la había consumido y dejado vacía.
El nombre de él seguía apareciendo en su mente con una claridad dolorosa: Lucas. Lucas había sido todo lo que Emma creía querer en aquel momento. Carismático, apasionado, lleno de energía. Desde el primer instante en que se conocieron, Emma había sido arrastrada a su órbita, cegada por el brillo de su personalidad y su aparente devoción. Nunca había experimentado algo así antes. Se había sentido viva, vista, como si cada momento que pasaba con él fuera una explosión de emociones.
Pero la verdad era que lo que compartían no era amor. Emma había aprendido eso de la peor manera. Lucas era intenso, sí, pero también destructivo. A medida que pasaban los meses, la relación había comenzado a deteriorarse, volviéndose tóxica, agotadora. Emma había empezado a perderse en el proceso, sus propios deseos y necesidades siendo eclipsados por las demandas y manipulaciones de Lucas.
"Tú no serías nada sin mí", le había dicho una vez, y aunque en ese momento ella lo había desmentido, una parte de esas palabras había dejado una marca en su interior. Había empezado a creerlo, a creer que sin él no era suficiente. Eso fue lo más dañino de todo: cómo su identidad, su autoestima, se había desmoronado lentamente, hasta que Emma no podía reconocerse en el espejo.
Los recuerdos la golpearon con fuerza mientras permanecía en el balcón. La forma en que había terminado todo había sido abrupta y devastadora. Lucas había desaparecido de su vida de la misma manera que había entrado en ella: rápidamente, sin previo aviso. Había sido un día lluvioso cuando Emma descubrió que él había decidido irse, dejándola con nada más que un mensaje frío y distante. Había llorado durante días, preguntándose qué había hecho mal, cómo había permitido que alguien tuviera tanto poder sobre ella.
Emma se había reconstruido lentamente después de eso, ladrillo por ladrillo, pero las cicatrices aún estaban allí, visibles solo para ella. Había prometido no volver a amar de esa manera, no volver a entregarse a alguien más sin mantener una parte de sí misma protegida.
Y, sin embargo, aquí estaba con Daniel, vulnerable de nuevo. Aunque la relación con él era diferente, más sana, más honesta, Emma no podía evitar sentir un miedo persistente, como si las sombras de su pasado pudieran regresar en cualquier momento.
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De regreso al presente
Emma abrió los ojos, mirando al horizonte. No había hablado de Lucas con Daniel. No porque quisiera ocultarlo, sino porque una parte de ella temía que hacerlo pudiera cambiar lo que tenían. Pero ahora entendía que si quería avanzar, si quería construir algo sólido con él, no podía seguir escondiendo esa parte de su historia.
Con la resolución firme en su mente, Emma decidió que era hora de enfrentar el pasado, de compartir con Daniel lo que le había ocurrido, lo que la había marcado y lo que la había llevado a ser quien era hoy. Sabía que él la escucharía, sabía que, si alguien podía comprender su dolor, era Daniel. Ambos cargaban cicatrices, ambos habían sido heridos de maneras diferentes, pero tal vez, juntos, podían sanar.
Entró de nuevo al apartamento, decidida a hablar. Daniel estaba sentado en el sofá, absorto en sus propios pensamientos. Emma respiró hondo antes de hablar.