Daniel no podía dejar de pensar en lo que Emma le había contado. Su confesión lo había desarmado, y no en la manera que él había esperado. Siempre había visto a Emma como fuerte, capaz, invulnerable, pero ahora la veía con otros ojos. Había escuchado cada palabra, cada detalle de su pasado con Lucas, y se había sentido abrumado por la intensidad de su dolor.
Aquella noche, tras escucharla, había hecho lo que cualquier hombre en su lugar habría hecho: la abrazó, prometiéndole que no estaba sola, que estaría a su lado sin importar lo que viniera. Pero en la quietud de la madrugada, cuando Emma dormía a su lado, Daniel seguía despierto, incapaz de apartar de su mente lo que ella le había contado. Había algo en esa historia que lo golpeaba profundamente, como si de alguna manera, su propio miedo de fracasar estaba reflejado en las cicatrices de Emma.
Daniel siempre había sentido que no estaba a la altura de las expectativas de los demás. Su familia, especialmente su padre, había depositado en él sueños que nunca pudo cumplir. El peso de no haber sido la versión "ideal" de sí mismo lo había acompañado durante toda su vida. Y ahora, con Emma, sentía que las expectativas habían cambiado de lugar: no era su familia la que esperaba algo de él, sino ella. Aunque no lo dijera, aunque no lo pidiera directamente, Daniel sentía que estaba asumiendo el rol de protector, de alguien que tenía la responsabilidad de no hacerle daño, de no repetir la historia de Lucas.
El problema era que no estaba seguro de ser capaz.
A lo largo de los días siguientes, algo sutil comenzó a cambiar entre ellos. Emma, ahora más liberada de su carga emocional, parecía más abierta, más presente. Sonreía más, aunque todavía llevaba en su mirada un rastro de vulnerabilidad. Sin embargo, Daniel no podía evitar sentirse desconectado, atrapado en su propia cabeza. A pesar de que deseaba estar ahí para Emma, sentía que cada gesto, cada palabra que compartían, lo alejaba más de ella.
Una tarde, mientras tomaban café en su apartamento, Emma le preguntó si todo estaba bien. Daniel la miró a los ojos, pero no encontró las palabras para explicarle lo que pasaba por su mente. Simplemente asintió y le sonrió, pero en su interior, un muro invisible seguía creciendo.
Aquella noche, Daniel salió a caminar solo. Necesitaba despejar su mente, entender qué era lo que lo atormentaba tanto. El aire fresco de la ciudad moderna lo envolvía, pero no lograba calmar la tormenta que se agitaba dentro de él. Sus pasos lo llevaron a un parque cercano, donde solía ir de niño con su familia. Ahí, bajo la tenue luz de una farola, recordó las palabras de su padre.
“Siempre esperé más de ti, Daniel. Siempre supe que podías ser grande, pero parece que te falta ambición, te falta empuje”.
Esas palabras lo habían perseguido durante años, como un eco que nunca se apagaba. Y ahora, se preguntaba si no era lo mismo con Emma. ¿Qué pasaría si no era lo suficientemente fuerte para ella? ¿Qué pasaría si, en lugar de sanar juntos, él solo le añadía más cicatrices?
Mientras se sentaba en un banco del parque, Daniel cerró los ojos. Respiró profundamente, dejando que el silencio lo envolviera. Quizás, solo quizás, la respuesta no estaba en ser el "salvador" que su padre siempre había querido que fuera, ni el protector perfecto que pensaba que Emma necesitaba. Tal vez, lo que realmente debía hacer era aprender a estar presente, sin pretender resolver los problemas de los demás, sino simplemente acompañarlos en su camino.
El amor, pensó, no era sobre ser suficiente o cumplir expectativas. Era sobre ser real, estar dispuesto a compartir las cicatrices propias y aceptar las de la otra persona.
Con esa claridad en mente, Daniel decidió que, por primera vez, dejaría de intentar ser perfecto para los demás. Se permitiría ser vulnerable con Emma, al igual que ella lo había sido con él.
Cuando regresó al apartamento, encontró a Emma despierta, leyendo en la sala. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, Daniel supo lo que debía decir.
— Emma, tenemos que hablar —dijo suavemente, sentándose a su lado—. Hay cosas que no te he contado... y creo que es momento de que lo haga.
Emma lo miró con preocupación, pero asintió, lista para escuchar.
Así comenzó una nueva fase para ellos. Esta vez, sería Daniel quien se abriría, compartiendo sus propios miedos y las cicatrices que llevaba consigo. El amor no era perfecto, pensaba. Y tal vez, la verdadera sanación vendría de aprender a caminar juntos en medio de las imperfecciones.