Las sesiones de terapia de Emma habían comenzado de manera tranquila, casi superficial. Durante las primeras visitas, se había centrado en hablar sobre su vida actual, sobre las responsabilidades del trabajo, las discusiones con Daniel y los pequeños miedos cotidianos. Sin embargo, tanto ella como la terapeuta sabían que había mucho más por desenterrar. En lo profundo de su ser, las cicatrices que Lucas había dejado seguían latentes, y aunque no se lo había dicho aún a Daniel, Emma sabía que era hora de enfrentarlas.
En la sesión de esa mañana, Emma se sentó en el cómodo sillón de la consulta, con la terapeuta observándola atentamente. Sabía que no podía seguir evitando el tema que tanto le costaba abordar. Había mencionado brevemente a Lucas en sesiones anteriores, pero nunca había profundizado en lo que significó para ella esa relación, ni en cómo su ruptura había moldeado sus miedos.
— Hoy me gustaría hablar sobre Lucas — dijo Emma, con una voz firme pero temblorosa. La terapeuta asintió, dándole espacio para que continuara cuando estuviera lista.
Emma tomó aire y dejó que las palabras fluyeran. Empezó por los buenos momentos, por lo enamorada que había estado. Recordó cómo Lucas había entrado en su vida cuando ella estaba más vulnerable, ofreciéndole lo que parecía ser una relación perfecta. Pero poco a poco, mientras hablaba, la fachada de ese "romance ideal" se desmoronaba.
— Me hizo creer que no era suficiente — dijo, con un nudo en la garganta—. Siempre decía que me quería, pero también me dejaba claro que había algo en mí que nunca iba a ser capaz de complacerlo por completo.
A medida que Emma hablaba, los recuerdos se volvían más dolorosos y más claros. Lucas no había sido el monstruo que ella había llegado a imaginar, pero sí había sido alguien que, en sus propias inseguridades, la había lastimado profundamente. Era manipulador de formas sutiles, haciéndola dudar de sí misma. La forma en que sus palabras la reducían a nada, los silencios prolongados que llenaban de ansiedad cada conversación, y el constante temor a no estar a la altura.
— Me hacía sentir como si todo lo malo que sucedía entre nosotros fuera culpa mía — continuó Emma, con los ojos llenos de lágrimas—. Y yo lo creía. Creía que si me esforzaba lo suficiente, si cambiaba lo suficiente, él sería feliz. Pero siempre pedía más, y yo... yo me perdí en el proceso.
La terapeuta la dejó desahogarse, ofreciendo contención sin interrumpirla. Emma estaba desenterrando capas de dolor que habían permanecido enterradas durante mucho tiempo, capas que, hasta ese momento, no había compartido ni siquiera con Daniel.
Mientras Emma hablaba, empezó a darse cuenta de los patrones que había arrastrado de esa relación a su vida con Daniel. Aunque sabía que Daniel era alguien completamente distinto, sus miedos y heridas aún la hacían reaccionar de formas que no entendía del todo.
— Me di cuenta de que cuando Daniel no me dice lo que está pensando, o cuando parece distante, inmediatamente creo que está molesto conmigo o que hice algo mal. Como si volviera a ser esa chica que trataba de complacer a Lucas a toda costa — dijo Emma, bajando la mirada.
La terapeuta le habló suavemente, ayudándola a ver que esos temores no eran un reflejo de su relación actual, sino ecos del pasado.
— Es natural que las heridas del pasado resurjan en las relaciones presentes — dijo la terapeuta—. Pero reconocer esos patrones es el primer paso para sanar. No se trata de ignorar esos sentimientos, sino de aprender a diferenciarlos, a decirte a ti misma que ahora estás en un lugar diferente, con alguien que te valora por quien realmente eres.
Emma se fue de la sesión con una mezcla de alivio y agotamiento emocional. Había enfrentado algo que durante mucho tiempo la había mantenido prisionera en su propia mente, pero aún quedaba mucho trabajo por hacer. Sabía que este proceso no sería sencillo, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía las herramientas para enfrentarlo.
Esa noche, cuando llegó al apartamento, Daniel ya estaba en casa, sentado en el sofá. Lo observó por un momento antes de entrar. Había algo en su presencia que la reconfortaba, y se dio cuenta de que él era el opuesto de todo lo que Lucas había representado. Daniel no la hacía sentir insuficiente ni la llenaba de dudas. Con él, Emma sentía que podía ser ella misma, con todos sus defectos y cicatrices.
— Hoy fue un día difícil —dijo Emma, acercándose a Daniel y sentándose a su lado.
Daniel la miró con ternura, tomando su mano. — ¿Quieres hablar de ello?
Emma asintió, aunque sabía que no podría contarle todo de golpe. — Hablé de Lucas en terapia. Por primera vez. Me di cuenta de muchas cosas... de cómo aún me afecta. Y de cómo algunas de esas heridas las he traído a nuestra relación, sin querer.
Daniel la escuchó en silencio, sin interrumpirla, con una mirada que reflejaba empatía y comprensión.
— No tienes que cargar con ese peso sola —dijo, finalmente—. Estoy aquí para ayudarte a llevarlo. No eres la misma persona que eras con él, y nuestra relación no tiene que seguir esos mismos caminos.
Emma sintió una mezcla de gratitud y esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió creer que era posible dejar atrás esas sombras del pasado, que sus cicatrices, aunque siempre estarían ahí, no tenían que definir su futuro.