Cielo Infernal

Capítulo 3

Los monstros son reales estaban entrenados para matar y verlos reírse de cómo me siento y todas mis desgracias en conjunto, la idea era sobrevivir sin dejar que me atrapen, mis monstros son reales de nombre y apellido uno más grande que el otro.

Contuve la iría, las malditas lagrimas que estaban por salir, me ardían los ojos, me temblaban las extremidades inferiores y de nuevo contuve la respiración antes de tragarme todo lo que quería decir, pero, que importa lo que los demás decían sobre mí, podría ser cierto o no, luego de días había perdido la noción del tiempo. Las lágrimas ya habían brotado y es una pena que no pueda cubrir sus necesidades.

Los muertos están muertos, pero es bien cierto que no se han ido o no son tan encantadores los recuerdos que ahora albergan en mi corteza cerebral, alguien me dijo ¿Quieres sentirte como nunca te has sentido? —No eres mas que un desastre, —y sabía que tenía razón. Vivo como un fantasma solitario, que se esconde en la noche, me imaginaba en ese mismo momento sobre el suelo sangrando antes de jalar el gatillo de la pistola sobre mi cabeza, pero al mismo tiempo rogaba por aguantar un día más. ¿Se pueden sanar aún todos mis huesos rotos? En mis sueños estuve bajo las llamas buscando desesperadamente mi alma perdida, si bien las cuchillas y todos los cortes en la piel nunca te arreglaran, pero sentir dolor puede confundirte, aún pueden rezar por mí, si es que merezco el infierno, tal vez este así jodidamente para siempre sé que debí darme cuenta hace mucho tiempo, ya no quiero seguir desgarrándome, pero aun así es difícil que a alguien más le importe, quizás mi destino siempre ha sido desaparecer y sabía que solo éramos una casa llena de extraños buscando quien nos salve y ahora lo se después de vernos solos pero juntos, nos morimos por vivir o vivimos para morir, cuantas veces jure por dios que jamás me verían caer, al mismo tiempo intente venderle al diablo mi alma, me condene de mil formas para mejorar, soy más bien como una especie de horror, nunca se detendrá y no puedo erradicar esos pensamientos suicidas que se formaron cuando apenas tenia diez años, he arrancado cientos de paginas de mi propia historia ¿Dónde quedo mi esperanza?, estoy sola muchas veces lo he dicho y puedo seguir repitiéndomelo y debo gritarlo “Estamos solos”, no hay peor lugar que aquel que llamamos hogar, sin embargo nadie entendería cual difícil es lidiar con los monstros de nombre y apellido, a pesar de que están muertos regresan para llevarme al ayer ¡Ayuda!, si alguien pudiese escucharme entendería mi posición, lo más difícil es que te salven de ti mismo, y ahora más que nunca tengo miedo de verme a mi misma, estoy insensible día o noche estoy luchando contra los sentimientos que escondo detrás, muchas veces me hablan de aquella luz que aún está dentro de mí, es la última esperanza ya no puedo fingir que veo el final, cada decisión que tomo es como una semilla que siembro, me enfermo con mi propio dolor, si bien la sombra se acercaba nuevamente, podía escuchar sus pasos que provenía de la habitación de alado, cada paso que daba me hacía pensar que todos los momentos buenos estaban mal y todas aquellas piezas preciosas se habían marchado todo lo que importaba era mantener la calma, tan pronto se acercaba me hundí sobre las sábanas sin hacer ni un solo un ruido, el sonido del apagador me hizo ponerme en un estado de alerta. —¿Estas escondida? —susurro cerca de mí, en ese mismo momento comencé a sudar frio, no sabía si descubrirme, si lo hacía notaría que estaba nerviosa y con unas ganas inmensas de seguir llorando así que inhalé profundo para luego intentar calmarme y le respondí estúpidamente. —No lo estoy, ya me estaba quedando dormida, —Nuevamente metí aire y así poderle seguir respondiendo. —¿Puedes apagar la luz? —fue lo único que se me ocurrió decir, no pude ser más estúpida al preguntar, pero había sido un éxito mi ocurrencia, la suerte siempre ha estado de mi lado, pero solo quería seguir llorando hasta más no poder esa noche. Daban mas de la media noche y seguían resbalando las lágrimas desenfrenadamente no sabía cómo contenerlas, fui a la ducha me eché agua sobre el rostro luego me observé a mi misma por el espejó y al ver mis ojos enrojecidos e hinchados me hizo seguir derramando más lagrimas corrí hacia la cama y de nuevo me hundí sobre la almohada gritando en silencio hasta quedarme dormida.        

La mañana siguiente antes de que el despertador sonara ya había despertado, me senté sobre el borde de la cama, me dolían los ojos apenas y podía abrirlos, la luz de la bombilla molestaba y me costaba abrirlos por completo así que apague la luz y a oscuras me fui al baño, la escuela era lo único que me daba motivos de seguir de pie, odiaba por completo los días miércoles y lo odia por una simple razón no podía vestir y calzar a mi gusto a pesar de que mi closet estuviera sin poder cerrarse de ropa, mi madre desde un día antes ya tenia predestinado lo que me pondría, era el único día que podíamos llevar ropa casual a la escuela, que importaba como me viera, que importaba como me sentía, inclusive ya no sentía vergüenza alguna, pues solo me importaba salir de casa y ver a mis amigos, la risa escandalosa de Ángel, me hacia sentir que todo era mejor, cuando estaba con ellos, éramos como los tres mosqueteros, no había quien nos separará y la idea de entrar a la secundaria nos aterraba sabíamos que un día ya no estaríamos juntos y que todas esas tarde de películas de princesas podrían acabar de un día a otro y eso me daba un poco de miedo. Ese día mascábamos goma hasta más no poder y nos las estallábamos sobre el rostro, las carcajadas nunca faltaban durante los recesos nos sentábamos justo detrás de nuestra aula para almorzar, recuerdo a Carla y su intolerancia al jitomate, cada vez que sacaba el jitomate de su almuerzo me era inevitable hacer una mueca de horror, mi madre siempre me había obligado a apreciar todos los sabores inclusive algunos desagradables eran parte de mi dieta.




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