Cielo negro

Azul

Azul

 

Positivo: estabilidad, confianza, calma, tranquilidad.

Negativo: frialdad, reserva, falta de emoción, tristeza.

 

– He hecho lasaña para cenar, ¿quieres?

 

Perséfone estaba en el sofá, abstraída, sin que su cerebro fuera capaz de procesar la pregunta ni tampoco el aburrido programa de reportajes de investigación que ponían en la tele. El mensaje que acababa de recibir en el móvil había sido como un golpe seco en la cabeza, y cuanto más lo releía, más oprimida por dentro se sentía.

 

– ¡Hermana! ¿Quieres o no?

 

Esta vez respondió la pregunta:

 

– ¡Sí, claro!

 

Perséfone, desganada, puso el móvil a cargar y se levantó del sofá. Fue a la cocina, donde estaba su hermano Jaime sacando la lasaña del horno. Se sentaron a cenar y, mientras esperaban a que se enfriase la comida, comenzaron a contarse sus preocupaciones cotidianas, como hacían diariamente a modo de ritual nocturno. Como cualquier otro chico de dieciocho años, Jaime se encontraba lleno de dudas, no sabía si estudiar o trabajar, y había una chica que le gustaba pero no tenía claro si era correspondido... Perséfone, por su parte, le escuchaba y le daba consejos de hermana mayor.

 

Sin embargo, Jaime no notaba a su hermana con las mismas ganas de hablar, y sentía que había algo más que la perturbaba. Por más que lo intentara ocultar, Perséfone era demasiado expresiva y su cara de consternación delataba una preocupación más profunda que sus pequeños problemas diarios. Jaime tuvo un presentimiento:

 

– Alfonso, ¿no? Te ha escrito.

 

Jaime estaba en lo cierto.

 

Perséfone llevaba varios meses sin saber absolutamente nada de Alfonso, y, desde hacía tiempo, ella había comenzado a aceptar que tal vez sus vidas debían transcurrir por caminos distintos, que aquel era el orden natural de las cosas. Pero, por otra parte, también le conocía bien – quizás mejor que a sí misma – y sabía que siempre volvía.

 

Aquella vez, Alfonso le había enviado un largo y confuso mensaje pidiéndola perdón, diciendo que las cosas se le habían complicado, pero jurando que en ningún momento había dejado de pensar en ella. Que la echaba de menos. Y el mensaje terminaba con una proposición inesperada como una puñalada por la espalda: él había conseguido un trabajo en América y pedía a Perséfone – casi con súplica – que se marchara con él.

 

Terminaron de cenar, y Jaime, sin mediar palabra, se levantó y se puso a fregar los platos.

 

Perséfone volvió al sofá, cogió el móvil y volvió a leer el mensaje, esta vez más calmada, e intentó responder algo, pero ni siquiera era capaz de ordenar sus propias ideas. Levantó la vista hacia el viejo sillón de enfrente, y por su mente se cruzó la imagen del Abuelo, allí sentado, bebiendo apaciblemente su vaso de vino de todas las tardes. “No confíes en él”, le había dicho el Abuelo a Perséfone, refiriéndose a Alfonso, como una última advertencia pocos días antes de morir, aunque en teoría él no sabía nada de la relación que existía entre ellos dos.

 

Sin embargo, aquellas sensatas palabras resonaban ya en un eco de lejanía. Las cosas habían cambiado, Perséfone había cambiado, y ya no se sentía tan frágil e ingenua como cuando el Abuelo aún vivía.

¿Y si merecía la pena arriesgarse?

 

Al fin y al cabo, ella también sentía, desde hacía tiempo, una frialdad, una cierta necesidad de huida, una urgencia de un giro drástico en el guion de su existencia. Se sentía como si fuera la gárgola de una catedral, que contempla desde las alturas, con una infinita apatía, cómo pasan los siglos sin poder desaferrarse de sus negras paredes de piedra.



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En el texto hay: romance, drama, intimista

Editado: 18.01.2020

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