Cielo negro

Violeta

Violeta

Positivo: misterio, espiritualidad, serenidad, sensualidad.

Negativo: decadencia, negatividad, melancolía.

 

Perséfone llamó a la puerta.

 

Un gesto que estaba tan terriblemente acostumbrada a hacer cada día, y que sin embargo, esta vez, la llenaba de inquietud y desesperanza.

 

Tras unos instantes que a Perséfone se le hicieron eternos, Valeria abrió la puerta. Tras pensarlo, Perséfone había decidido, finalmente, dar el paso y conocer a la hermana de su padre biológico.

 

Valeria tenía una sonrisa cálida, de una familiaridad que a Perséfone le resultaba extraña. Su cerebro aún no acababa de asimilar que aquella mujer de rostro afable y alborotado pelo teñido de rubio, que no aparentaba ser mucho mayor que ella, era en realidad su tía.

 

Perséfone se adentró en la oscura y penetrante atmósfera de la casa, la cual olía profundamente a incienso. A lo largo del pasillo había pequeños estantes con velas y altares, lo que hizo pensar a Perséfone que Valeria, seguramente, creía en la magia. Perséfone también se quedó mirando con una fascinación casi religiosa – impropia de su condición de atea – las miles de estampas de vírgenes que cubrían las paredes y que Valeria parecía coleccionar.

 

Tía y sobrina atravesaron una cortina de abalorios de colores y entraron en el salón, en el cual había una niña sentada en el suelo jugando.

 

– Es mi hija – explicó Valeria a Perséfone – . ¡Nerea! Mira, esta chica es tu prima, Perséfone.

 

La niña miró con desinterés a Perséfone y, sin mediar palabra, volvió a su juego.

 

– Qué tímida es – dijo Valeria, que es lo que suelen decir los padres cuyos hijos en realidad son antipáticos –. ¿Te apetece tomar algo? Tengo un té ecológico de menta muy bueno.

 

Perséfone aceptó y, cuando su tía regresó de la cocina con el té preparado, ambas fueron a sentarse al sofá de la esquina. La amabilidad que había mostrado Valeria hasta el momento comenzó a tornarse en incomodidad, y sus serenos ojos verdes ahora miraban ahora a Perséfone con un cierto halo de amargura.

 

– No, no te pareces a mi hermano… Yo creo que te pareces más a tu madre.

 

¿Cómo se llamaban sus padres? ¿Quiénes eran? ¿Qué aspecto tenían? Las respuestas a aquellas preguntas, que tanto habían atormentado a Perséfone a lo largo de su existencia, le fueron reveladas de la mano de su tía Valeria como rayos de una luz cegadora y asesina para unos ojos que han vivido siempre en las tinieblas.

 

Su padre se llamaba Juan Manuel, “Juanma” para los amigos, y su madre se llamaba María. Ambos aparecían en la primera foto del álbum que Valeria le estaba enseñando. En la foto era de noche y parecían encontrarse en una feria, y al fondo salía la misma Valeria, que aún era una niña pequeña.

 

Perséfone y Valeria continuaron ojeando aquel viejo álbum de tapas rojas desgastadas, en el cual había algunas otras fotos en las que salían sus padres. En una de ellas, ambos salían mirando a la cámara mientras estaban sentados en un portal fumando, en otra, más espontánea, salían junto a otros amigos en la piscina jugando a las cartas.

 

Perséfone examinó con una atención casi obsesiva el aspecto de sus padres. Ciertamente, ella se parecía más a su madre, la cual tenía un rostro bastante común, que sin embargo tenía algo de gracia por el contraste entre la piel pálida y los ojos y el pelo profundamente oscuros. Su padre, en cambio, sí que llamaba más la atención, y, en palabras de su tía, “tenía locas a todas las chicas de la feria” (más tarde le contaría que su padre era feriante). Efectivamente, él era guapo de una forma casi insultante, tenía el pelo largo y castaño y una piel morena y lisa que contrastaba con sus ojos azules rasgados.

 

También se fijó en la diferente expresión de sus caras: en todas las fotos, su padre aparecía con una sonrisa vivaz y burlona – y algo de aquella sonrisa sí que había heredado Perséfone –. Su madre, en cambio, salía mucho más seria en las fotos, y tan sólo había una en la que aparecía sonriendo: justo la última del álbum. En ella, aparecían los dos con un bebé recién nacido, que, según le explicó su tía Valeria, era ella misma. Y, al juzgar la expresión de alegría absoluta de sus caras, Perséfone tuvo una cierta sensación de alivio: sus propios padres en algún momento se habían sentido felices de tenerla.

 

– Tengo que llevar a la niña a gimnasia rítmica – dijo Valeria. – Enseguida vuelvo, y te sigo contando…

 

Perséfone intuyó que lo que su tía le iba a contar era una especie de cuento triste.



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En el texto hay: romance, drama, intimista

Editado: 18.01.2020

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