Cien días nos separan

Estrella 3: Pasado

Primera clase de la semana. Qué tedioso era empezar los lunes con clases de Matemática. Para Kamille, para Lucas, para Shay, para Maggie; no importaba el grupo social al que pertenecieran; todos detestaban las matemáticas por igual. Y mucho más a esas horas de la mañana.

Si alguien tenía asegurado su lugar en el infierno, ese debía ser el encargado de confeccionar los horarios. En eso nadie difería. Bueno, excepto algunos nerds que amaban todo lo relativo a los cálculos y números, como Brandt.

Kamille solía decirle que era uno de los nerds más agradables que había conocido jamás. Aunque a pesar de ser un gran genio en las materias consideradas las más difíciles, la verdad es que el irlandés no tenía ni una pizca de aspecto nerd, a diferencia de Bernard, quien lucía todas las características típicas de un sabelotodo.

     ―Hola Kami―la saludó el chico de ascendencia irlandesa, al tomar el asiento junto a ella; el mismo puesto que Lucas había ocupado durante toda su ausencia.

     ―Hey Brandt, ¿estuviste enfermo? ―le preguntó Maggie, mientras se acomodaba en su propio asiento.

Kamille los escuchaba, pero se negaba a añadir nada a aquellas conversaciones en las que no dejaba de ser incluida intencionalmente. Ambos chicos estaban en todas sus clases, excepto las de arte. Y por lo general solían ocupar los mismos asientos.

A veces le entraban ganas locas de volver atrás y que todo volviera a ser como antes, pero finalmente la voz de la razón ganaba la batalla. No podía volver a confiar en nadie, ni siquiera en ellos dos, que se habían vuelto tan importantes para ella.

      ―Sí, estuve un poco enfermo―confirmó Brandt, quitándole importancia al asunto.

 

 

Kamille

Eché disimuladamente una mirada de reojo al irlandés, en busca de señales de enfermedad, pero solo tenía su palidez habitual, lo cual me alivió. No debía preocuparme, pero tampoco podía evitarlo. En poco tiempo, Brandt se había vuelto como parte de mi familia. Mamá lo adoraba como si fuese su propio hijo. El sí que sabía cómo ganarse a los padres de sus amigos. También tenía encantados a los padres de Maggie, que constantemente le insistían en que saliera con él. Debía confesar que yo también les insistí un par de veces. Sinceramente hacían muy linda pareja, por más que lo negaran.

     ― ¿Qué tenías? ―continuó preguntando Maggie.

     ―Un pequeño resfriado, nada grave―contestó con naturalidad.

En esta ocasión yo habría dicho algo como: «Eres un debilucho, irlandés» pero en cambio, solo permanecí en silencio.

     ― ¿Por qué faltaste tantos días, entonces? ― la que solía ser mi amiga convirtió mis pensamientos en palabras.

Seguí moviendo mi lápiz a un lado y al otro sobre las hojas de mi gastado libro de trigonometría; en los espacios vacíos y sobre el texto también. Aunque no sabía bien qué estaba haciendo porque en ese momento prestaba más atención a la conversación de mis amigos que a cualquier otra cosa.

     ―La verdad es que fui a esquiar con mis primos―confesó con una risita―. Pero los últimos días sí estuve enfermo.

     ―Vaya, eres un verdadero tonto―le dijo Maggie resoplando―. Pudiste avisarnos al menos.

Me estremecí al escucharla hablar en plural. Habían pasado muchos meses, pero aún no me acostumbraba a esas conversaciones en las que era incluida, aunque no participara.

     ―Pero así me quieren―afirmó Brandt, utilizando también el plural.

Tenía que reconocer que no me molestaba, pero sí me incomodaba. Me hacía sentir débil y pensar que en cualquier momento me harían flaquear.

Con esto concluyó la conversación, así que me quedé absorta en el dibujo hasta que un sonoro carraspeo me sacó de mis pensamientos.

 

 

――*――

Lucas se encontró con una sorpresa nada agradable en cuanto llegó al salón de matemática. Y es que había un tipo, al que no había visto durante toda la semana anterior, ocupando su asiento ya habitual. A lo mejor era un alumno nuevo, como él.

     ―Es mi asiento―dijo Lucas inexpresivo, soltando su mochila sobre el pupitre del irlandés.

No con amabilidad porque obviamente era antinatural en él, pero tampoco con grosería porque la persona cuya confianza debía ganarse estaba apenas a un metro de la escena.

     ―Te equivocas, este siempre ha sido mi puesto―replicó Brandt, confundido. Era la primera vez que veía a ese tipo―. ¿Cierto, chicas? ―buscó apoyo en sus amigas.

Lucas volteó a ver a las chicas para confirmar que, efectivamente, se conocían. Kami se limitó a apartar la mirada de la escena, para no involucrarse en ese asunto. La que habló fue Maggie, luego de echar una ojeada a su amiga por el rabillo del ojo.

     ―Anda, Brandt, no seas así con el chico nuevo.

Brandt la miró boquiabierto y ofendido. ¿Acaso Margaret se acababa de vender por una cara bonita?

     ― ¿No vas a decir nada, Kami? ― El irlandés intentó con su otra amiga, ya herido por la respuesta de Maggie. La chica se encogió de hombros sin mirarlo y le dio la espalda, como si no hubiera escuchado nada―. Bien―se rindió, claramente enfadado, mientras se levantaba pesadamente para atravesar el salón y situarse en un asiento vacío de la otra esquina de atrás.



#2227 en Novela contemporánea
#16823 en Novela romántica

En el texto hay: juvenil, desamor, amor

Editado: 18.08.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.