Las manos de Lucas estaban temblorosas y frías. Hacía más de una hora que Kamille estaba ahí dentro y aún no le daban noticias. Se rascó la nuca impacientemente. Todo había salido bien ese día, hasta que esa chica lo complicó todo.
¿Tendría que contarle a alguien lo sucedido? ¿Debería llamar a sus padres? ¿Cómo demonios él iba a hacerlo si no tenía su número telefónico? ¿Con qué cara iba a decirles que su hija...?
El corazón se le detuvo cuando vio aparecer por la puerta al mismo doctor alto y canoso que los había recibido al llegar. Tenía cara de póquer.
― ¿Usted es familiar de la joven? ―le preguntó el señor al acercarse.
―No―respondió Lucas medio aturdido―. ¿Cómo está ella?
―No tiene lesiones ni contusiones.
― ¿Entonces por qué no responde? ―Lucas lo interrumpió con impaciencia.
―Está en una especie de shock momentáneo. Puede que haya tenido una experiencia traumática o haya experimentado emociones muy fuertes.
―Casi la atropella un coche.
―Bueno, eso lo explica casi todo―añadió el doctor sumamente calmado―. No todas las personas reaccionan de la misma manera ante el tipo de situación que me comenta. Pero su amiga parece tener algún tipo de sensibilidad.
― ¿Puedo verla? ¿Cuándo podrá irse? ― Frunció el ceño. No pensaba que fuera tan grave.
―Sí, pero tenga cuidado de no hacer o decir nada que pueda empeorar su estado actual―respondió la primera pregunta, e ignoró la segunda.
―De acuerdo. Muchas gracias.
Lucas
Unas horas atrás...
Sucedió más rápido de lo que tarda un parpadeo. Seguí mi camino cuando ella me apartó de su camino y pasó junto a mí, furioso por su repentino ataque de agresividad. Yo no le había hecho nada para que me tratase así, al menos no aún. No me merecía ese trato.
De pronto el inconfundible pitazo de un coche me alertó. La calle. El libro. La chica. Un grito ahogado. Tardé un milisegundo en reaccionar y un segundo más en recortar las tres zancadas que me separaban de Kamille. No sabía de dónde había sacado aquella determinación, pero tiré de su brazo lo más fuerte que pude, echándome hacia atrás rápidamente. El auto no se detuvo, a pesar de que pasó a tan solo unos cuantos centímetros de nosotros.
Mi espalda aterrizó en el frío y duro concreto, mientras que la chica se desplomó sobre mi pecho. Su expresión era impasible.
― ¿Acaso eres estúpida? ―le recriminé a gritos.
Estuvo a punto de ser arrollada por un insulso libro. ¿Acaso algo tan miserable era más valioso que su propia vida? ¿Cómo podía ser tan descuidada? ¡Aish! Estaba realmente molesto.
Me erguí, fastidiado, levantándola a ella también e ignorando mi espalda adolorida. Seguí reprochándole sin parar, pero no parecía oírme; la chica tenía la mirada perdida en alguna parte. ¿O en ninguna parte? Como fuera, no tenía tiempo para desperdiciar con ella.
―Vaya, vaya. El gran Lucas Vayne liándose con Spud―Kane apareció de repente frente a nosotros, sonriente, aplaudiendo de modo exagerado. Justo lo que faltaba. Pensaba que él ya se había largado.
―Deja de decir idioteces―le advertí deshaciéndome de Spud y poniéndome de pie rápidamente para que él viera su error.
―Nunca debiste meterte conmigo―replicó Kane soltando una risita mientras me mostraba la pantalla de su móvil―. Ahora puedes atenerte a las consecuencias.
Demonios. Tenía una foto de nosotros dos en el suelo que podía malinterpretarse perfectamente. Sentí unas ganas locas de darle una paliza en ese preciso instante, pero me contuve. Apreté los puños y me abalancé sobre él con un solo objetivo en la mira: su móvil. Sin celular no habría fotos, y sin fotos no habría nada. Forcejeamos en el suelo todo lo que los dedos débiles de Kane resistieron. Apoyé mi brazo sobre su cuello mientras lo forzaba con la otra mano a soltar el móvil. Al principio se resistió, pero cuando su cara empezó a ponerse morada no tuvo otra opción que ceder. Él se lo buscó.
―Puedes hacer lo que quieras―bufó él tosiendo, mientras yo me ponía de pie de un salto. ¿Por qué estaba tan tranquilo? Enseguida obtuve la respuesta―. Ya se las envié a Ginny. Es solo cuestión de tiempo antes de que todo el colegio se entere―me dedicó una sonrisita socarrona.
Una de mis sonrisitas socarronas.
―Imbécil―le lancé el teléfono con fuerza hacia su estómago, movido por la ira.
Esto definitivamente me lo iba a pagar. Miré a Spud con cara de pocos amigos. No se había movido ni un centímetro de donde la dejé. Y en ese instante de distracción, un golpe del puño de Kane encajó justo en mi estómago. Me doblé en dos apretando los dientes y acabé en el suelo debido al dolor.
―Aún puedes cambiarte de colegio―masculló acercándose a mí―. Aprovecha la oportunidad que te estoy dando. La próxima vez no tendré compasión, ni lo pensaré dos veces antes de acabar contigo―concluyó para luego largarse.