Dustin pensó que no le quedaba otra opción. Estaba desesperado y Lasey simplemente se negaba a escucharlo.
«No fue mi culpa» Intentó convencerse mientras bebía un trago de whisky tras otro, aunque, aun así, su conciencia no dejaba de torturarlo. Se estaba volviendo loco. Había decidido faltar a aquel ridículo campamento para dedicarse a hacer entrar en razón a Lasey, aprovechando que Kami estaba fuera de su radar. Aunque las cosas no ocurrieron como él esperaba. A cada instante, su subconsciente traía de vuelta a su mente el desenlace de aquella terrible discusión.
―Deja a Kamille en paz―demandó Dustin.
Quería recuperarla, quería dejar todo el pasado atrás y volver con ella. No podía permitir que Lasey y el bastardo que llevaba en su vientre interfirieran en sus planes. De ninguna manera.
―Ni lo sueñes―rechazó ella con determinación―. Kamille merece saber la clase de sabandija irresponsable que eres―casi escupió las palabras con repudio.
Sus lágrimas se habían secado y aquella debilidad que se había atado a ella finalmente quedó atrás. Dustin era un imbécil, siempre lo había sido.
¿Cómo fue que no se dio cuenta antes? ¿Tuvo que llegar todo a este extremo para que por fin abriera los ojos? Le repudiaba saber que en su vientre crecía el hijo de ese desgraciado, pero a la vez sabía que la pobre criatura no tenía la culpa de su sucia procedencia. Le asqueaba incluso recordar la expresión del chico en cuanto le dio la noticia. Él no la quería; tan solo se había aprovechado de ella y ahora ella era la que lo estaba pagando caro mientras él seguía con su vida como si nada.
―Lo que tengas que decir dímelo a mí. Deja a Kamille fuera de esto―exigió el pelinegro, apretando sus hombros con una mirada desquiciada.
― ¡Suéltame! Me estás haciendo daño―se quejó Lasey. La respiración de Dustin se aceleró, dejando ver que no estaba pensando con sensatez―. ¡Te dije que me sueltes! ―exclamó la chica con desesperación―. Mis papás van a llegar en cualquier momento―le advirtió.
―No le vas a decir nada a Kamille.
― ¡Sí que lo voy a hacer!
― ¡No! ―rechazó él, apretando sus hombros con más fuerza.
―Me estás lastimando, Dustin.
―Mantén tu boca cerrada.
― ¿Qué? ¿Tienes miedo? ―lo desafió Lasey con una sonrisita descarada. Estaba jugando con su suerte.
― ¿Quieres dinero? Dime cuánto quieres para largarte de una vez de Ontario.
―Estás loco―declaró la chica intentando deshacerse de sus manos, pero le resultó imposible―. No hay manera de que me hagas cambiar de parecer
Tenía que pagar por todo el daño que le había hecho. Había arruinado su vida.
―Lasey, te lo estoy pidiendo de buena manera―masculló Dustin, aunque era obvio que no había nada de cordialidad en ese encuentro.
Empezando porque el pelinegro llegó a la casa de Lasey sin avisar. Como la puerta no tenía seguro, entró sin tocar y subió las escaleras para encontrarse con ella como si de su propia casa se tratara. Ese chico sí que desconocía el significado de la palabra respeto.
―No vas a conseguir nada, así que lárgate de mi casa.
―No hasta que te deshagas de ese bastardo.
―No lo voy a hacer. He estado ocho meses arrepintiéndome cada día por haber creído tus mentiras. ¿Crees que será tan fácil para ti librarte de mí?
En ese instante Dustin perdió completamente su sano juicio. Para él no había otra salida.
Kamille
Sus manos aprisionaron mis brazos contra el árbol que me sostenía. Aún en medio de la oscuridad, podía sentir el peso de su mirada sobre mí y el fuerte olor a alcohol que traía. ¿Qué quería? ¿Por qué vino hasta aquí? ¿Cómo supo que estaba en el bosque? ¿Había estado bebiendo? ¿Y por qué mi estúpido corazón estaba latiendo tan fuerte?
En medio de mi distracción, Dustin se inclinó sobre mí e intento besarme. ¿Qué demonios…? Aparté el rostro con fuerza, pero igual sus labios alcanzaron mi mejilla, luego mi cuello. Un remolino de emociones tormentosas se apoderó de mí y ya no supe qué hacer.
―Te quiero, Kami―me susurró al oído.
Por un segundo, tan solo un diminuto segundo, acabó con todas mis defensas y mis piernas temblorosas amenazaron con flaquear.
―Estás ebrio, imbécil. Solo estás diciendo estupideces―expuse en cuanto pude recomponerme, aunque no pude decirlo con la determinación que hubiese querido.
Intenté forcejear y alejarlo de mí, pero mis fuerzas contra él eran diminutas.
―Kami, con alcohol o sin alcohol te sigo amando igual―insistió negándose a ceder.
― ¿Esperas que crea que me amabas mientras te acostabas con mi mejor amiga? ―solté con rencor, sintiendo cómo mi corazón se apretaba hasta tal punto que sentía que me ahogaba por dentro.
No era fácil decir estas palabras en voz alta. Odiaba sentirme así.