Cien días nos separan

Estrella 22: El color de la suerte

El chico de ojos marrones se negaba a creerlo, se negaba a aceptar aquello; hasta que vio con sus propios ojos la lápida donde descansaba su madre, Elise Vayne. Y entonces ya no pudo negarlo más. Había conducido por más de dos horas por la carretera vacía para llegar a reunirse con su padre.

Qué más daba la hora. Qué más daba todo. Había perdido a su madre. Realmente había perdido a su madre en menos de un parpadeo. Sentía como si en tan solo una exhalación le hubieran arrebatado todo lo que de verdad le importaba.

Ahora más que nunca quería sus recuerdos de vuelta. Necesitaba sus recuerdos de vuelta. Haría y daría todo lo que estuviera a su alcance para recuperarlos.

El martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo pasaron como una exhalación. Así, cinco días se fueron como si se tratase de uno solo.

 

 

Kamille

De pronto, los días se me hicieron demasiado cortos. No lograba encontrar nada, ni hacer nada que me sirviera para probar la inocencia de papá. Después de todo, ¿qué gran cosa podía hacer una adolescente?

Y para acabar, el abogado parecía estar escondiéndose de nosotros. Nunca imaginé que ese señor que me había ayudado tan amablemente una vez, resultara ser así de despiadado. Desde aquel día del juicio había apagado su móvil y no lo había vuelto a encender. Cobarde. Lo había llamado un centenar de veces a pesar de las protestas de mi madre.

En parte sentía que nuestro hogar estaba volviendo a convertirse en un campo de batalla entre mamá y yo. Yo quería luchar hasta el final por papá, mientras ella quería que simplemente lo dejáramos y siguiéramos adelante con nuestras vidas. No la comprendía para nada. ¿Acaso seguía con ese pensamiento de que papá era culpable?

El regreso al colegio el miércoles, luego del campamento, suponía ser mi única esperanza para encarar a Lucas y exigirle una explicación al respecto; pero todo se fue al traste cuando no vi su coche en el aparcamiento, ni lo vi a él en los pasillos, ni en las clases, ni en ningún lado. Lo mismo ocurrió los días siguientes. Incluso intenté llamarlo, pero su teléfono estaba apagado también. Era como si ambos, padre e hijo, se hubieran esfumado del mapa.

 

 

Lucas

     ―Necesito que te concentres―me repitió el terapeuta, quizás por millonésima vez desde que me empecé a atender con él.

Quién diría que tendría tantas ganas de mandarlo al demonio con solo haberlo visto dos veces. Pero no podía, porque lo necesitaba. Realmente lo necesitaba. Y si esta era la única manera en la que conseguiría recordar a mi madre, pues tenía que aguantar.

Aquel "no hay nada importante que necesites saber" de mi padre no me convencía para nada. Algo debió haber ocurrido para que mi memoria se bloqueara de esa manera. Definitivamente no era normal.

     ―De acuerdo, estoy concentrado―dije más malhumorado de lo que pretendía. Sí, había venido y me había apuntado a sesiones de reconstrucción de memoria por mi propia voluntad, pero empezaba a frustrarme no ver resultados. Debía existir alguna otra manera.

     ―Doctor Potts, se acabó el tiempo―interrumpió su amargada secretaria, que también resultó ser su esposa―. Hay otra paciente en la sala de espera.

     ―Un placer, Sr. y Sra. Potts―dije abandonando el diván de un salto. No tuve que pensarlo dos veces siquiera. Sonreí al hombre calvo de mediana edad y a su esposa de cabello esponjoso y me retiré de allí, con la repentina certeza de que no habría una siguiente vez.

     ―Puedes entrar―anunció inmediatamente la mujer, asomándose por el marco de la puerta.

Y en ese momento la vi. Su cabello castaño oscuro que apenas tocaba sus hombros, su cara lavada, jeans ajustados y camiseta de mangas largas. Ella se dirigió al interior sin detenerse, pero estaba seguro de que me vio. Hubo al menos un milisegundo de contacto visual.

Pasé junto a ella haciendo un esfuerzo sobrehumano para no mirar hacia atrás.

 

 

――*――

     ― ¿Hasta cuándo seguirás ahí encerrado? ―inquirió su madre desde el otro lado de la puerta.

Él no respondió. Tan solo se hundió un poco más entre sus cobijas, donde estaba seguro que estaría a salvo. Y es que no podía sacársela de la cabeza. La discusión, los gritos y aquel fatídico desenlace.

Estaba acabado. No había esperanzas para él. Tenía los ojos rodeados de círculos grisáceos. Había perdido la cuenta de los días que llevaba sin comer ni dormir bien. Hasta el mínimo sonido que escuchara lo hacía sobresaltarse. Tenía miedo de que vinieran por él. Sabía que en cualquier momento aparecería un auto patrulla frente a su puerta.

"No hice nada malo" Se repetía a sí mismo una y otra vez, mientras la escena se rebobinaba en su mente. Y es que de tanto pensarlo había logrado modificar el recuerdo que tanto lo atormentaba, planteando un escenario en el cual él era la víctima.

 

 



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En el texto hay: juvenil, desamor, amor

Editado: 18.08.2022

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