Siete días atrás…
―Lo siento―se disculpó el chico, pasándose los dedos a través de sus cabellos claros―. Creí que sería mejor hablar en persona―agregó sonriendo, lo cual hizo que Kamille recordara lo que había dicho por teléfono.
―No has respondido a mis preguntas―desvió el tema, removiéndose incómoda desde su cama.
Cuando lo vio entrar por su puerta, había estado tan anonadada que solo atinó a subirse la cobija hasta el pecho. Llevaba puesto su pantalón de pijama a rayas grises con una camiseta enorme de los Red Socks que le había robado a su hermano, y el cabello suelto que le caía a ambos lados de la cara. Quizás no era el mejor de sus aspectos.
― ¿Puedo? ―inquirió él, señalando la silla del escritorio de la chica, que se encontraba justo al lado de la cama.
―Eh, sí, supongo―respondió ella sin moverse.
Lucas se sentó en silencio y así permanecieron por un largo instante, sin mirarse ni saber qué decir o cómo iniciar aquella conversación. De hecho, el chico había aparecido en casa de los Wheeler con muchas cosas que decir; pero al quedarse a solas con la artista, todas las palabras se habían desvanecido de su memoria.
―Yo...―dijeron finalmente, al mismo tiempo.
Debería haber sido una situación jocosa, debido al hecho de que hablaron sincronizados; sin embargo, ninguno de los dos se rio. Estaban con las mentes perdidas en universos distintos.
―Tú primero―cedió Kami.
―No, tú primero―replicó el chico de ojos marrones.
Estaba nervioso, pero lo disimulaba bien. Había salido de su casa con grandes intenciones de hablarle a Kamille de sus sentimientos hacia ella, muy seguro de sí mismo, pero ahora ya no se sentía tan seguro.
Ella no dijo nada por un momento. No sabía exactamente qué decir en realidad., así que su subconsciente decidió por ella. Se quitó la cobija y bajó de la cama para dirigirse descalza hacia su mochila. Lucas la siguió con la mirada, sin comprender de qué se trataba aquello.
Todo adquirió sentido cuando surgió entre ambos lo que estaba buscando Kamille en su mochila. El librito rojo de trigonometría.
Kamille
Me sentía como una loca bipolar. Un momento estaba feliz, luego avergonzada, y ahora quería ahorcarlo. ¿Es normal tener tantos sentimientos contradictorios hacia la persona que te gusta?
Ya estaba, mi mente lo había admitido. Me gustaba Lucas Vayne con todas y cada de sus virtudes y sus defectos también. Por eso me sacaba de quicio que siguiera dándome motivos para desconfiar de él.
Quizás una parte de mí quería olvidarse de los dichosos cien días y estar finalmente con él.
―Puedo explicarte―se apresuró el chico, poniéndose de pie muy firme, como si de un militar se tratara.
Era un tanto gracioso verlo así tan asustado.
―Te escucho―me limité a decir.
Él me siguió con la mirada mientras volvía a sentarme en la cama, esta vez en el borde, justo frente a él, que volvió a sentarse también. Mis pies desnudos tocaban el piso y mis rodillas casi rozaban las suyas. La intimidad que se sentía en el ambiente me hacía estremecerme un poco y sentir cosquilleos en el estómago. ¡Dios! Estaba loca, demencial y absolutamente enamorada de ese chico.
―No fue intencional, ese día...tú debes recordarlo―explicó vagamente.
Sí lo recordaba, yo sabía que él lo había tomado aquel día, pero él lo había negado rotundamente e incluso me había tratado de loca.
―Me dijiste que no lo tenías―el tono de mi voz no era acusador, sino más bien tranquilo e imperturbable. No tenía intenciones de discutir.
―Sí, lo sé y lo lamento. No supe qué hacer en ese momento, yo era un imbécil―se excusó con voz arrepentida.
―Tú... ¿lo viste?
―Lo siento.
Mi respiración se aceleró y mis dedos se apretaron sobre el libro.
― ¿Lo viste todo? ―insistí, sin quitar la mirada de aquel librito rojo que me hacía sentir tan vulnerable.
―Lo siento―repitió.
―No importa, no es nada importante―mentí soltando mi libro en el suelo y apartando la mirada.
Para mi sorpresa, Lucas se hincó en el suelo para recogerlo. Pensé que volvería a su sitio de inmediato, pero en vez de eso se quedó justo ahí, alzando la vista hacia mí con una mirada tan encantadora que si hubiera estado de pie me hubieran fallado las piernas.
―Estoy seguro de que este libro es muy valioso―dijo con tanta dulzura en sus palabras que me ahogaba por completo―. Sus páginas viejas y gastadas forman parte de tu pasado y eso las hace especiales solo por el hecho de tratarse de ti. Nunca menosprecies este libro―añadió sacudiendo el polvo del ejemplar para luego colocarlo delicadamente sobre mi regazo―. Este libro vale mucho porque cada una de sus páginas tiene un pedacito de ti.