Cien días nos separan

Estrella 27: ¿Quieres?

El sonido del timbre estremeció todas las paredes del Jules Watson, la cual era la señal para que todos se dirigieran al auditorio, tal como había ordenado el director. Kamille y Maggie bajaron sin apuro, a sabiendas de que todo el mundo seguramente demoraría una eternidad en llegar.

     ―Espero que no se trate de otro campamento; no tengo energía para lidiar con las tonterías del director―suplicó Kamille con aburrimiento.

     ―Yo espero que no sea un examen sorpresa―pidió Margaret a su vez, causando un estallido de risa a su amiga. Era imposible que anunciaran un examen sorpresa en aquellas circunstancias.

La chica de cabello oscuro se abrió paso entre la multitud, con Maggie pisándole los talones. Iban tomadas de la mano para no perderse entre tantas personas. Mientras andaban, la mirada de la chica se paseaba alrededor de todo el recinto, buscando una figura en particular. A pesar de que sus ojos registraban el sitio en busca de una cabeza castaña clara; sus ojos, sin embargo, se toparon con una cabeza pelinegra.

 

 

Kamille

En ocasiones sentía que me odiaba a mí misma; por el simple hecho de ser como era, por no poder controlar mis pensamientos, por dejarme llevar por las circunstancias. Pero, sobre todo, por tener estos sentimientos tan contradictorios luchando en mi interior. Yo lo odiaba, lo aborrecía por romperme el corazón. No obstante, mi subconsciente seguía encontrándolo entre la multitud. Me sentía una verdadera estúpida.

     ― ¿Por qué te detuviste? ―Maggie habló con dificultad, sacándome de mis pensamientos.

Seguía detrás de mí, sosteniendo mi mano mientras trataba de zafarse de entre un par de chicas que se apretujaban entre sí.

     ―Nada―respondí sacudiendo los pensamientos de mi cabeza―. Ve primero, busca a los chicos―añadí enseguida, tirando de ella para apartarla del grupo de chicas.

     ― ¿No vienes conmigo? ―inquirió desconcertada.

     ―Necesito ir al baño, te alcanzo luego―me excusé.

Tenía que salir de allí y aclarar mi cabeza. Me abrí paso a empujones entre la multitud, con la cabeza gacha para no encontrarme con nadie en el camino, o más bien para que no me reconocieran. Entre la prisa y el jaleo, no me di cuenta que alguien había alargado su pie frente a mí a propósito. Y yo, por supuesto que me caí, como la torpe que era.

     ―Oops.

Alcé la vista para encontrarme la cara burlona de Spencer. Por fortuna nadie parecía prestar atención, así que simplemente me levanté con una mirada fulminante y seguí mi camino hacia la salida. Hasta ahí todo bien, pero me equivoqué al pensar que había logrado superar todos los obstáculos. Todavía me faltaba uno; el más complicado de todos.

     ―Nadie puede salir hasta que haya terminado el anuncio del director―gruñó el prefecto Rulborn, bloqueándome el paso.

De inmediato, tuve que poner todas mis neuronas a trabajar. De pronto sentía mi garganta cerrándose e impidiendo el paso del aire hacia mis pulmones. No se trataba de ninguna enfermedad, simplemente me faltaba el aire cuando me encontraba en aquel tipo de situación que me provocaba ansiedad. Eso. Esa era la excusa perfecta. Mentalicé todo mi cuerpo para el pequeño espectáculo que estaba a punto de montar. No podía cometer errores, sino tendría que quedarme allí dentro y aparte quedaría como estúpida.

Inhalé con fuerza excesiva, llevándome la mano al pecho. Encorvé mi cuerpo hacia adelante, avanzando torpemente hasta quedar colgando del brazo del prefecto. Volví a inhalar y exhalar con dramatismo.

     ―Pre…fecto…― Hice que mi voz sonara como un suspiro apagado―. Yo…as…ma…inha…

     ― ¿Tienes asma? ―dudó, sosteniéndome con expresión aterrorizada.

Asentí débilmente, pidiendo perdón a Dios en mi interior por mentir con algo tan serio como lo es una enfermedad. Luego señalé hacia la salida e hice un gesto hacia mi boca, simbolizando un inhalador. Entonces, el prefecto se hizo a un lado y le pidió a una chica desconocida que me llevara a la enfermería. Me sentía un poco mal por la chica, pero de todos modos le seguí el juego.

Me colgué de su brazo, tratando de no echarle mi peso encima y trastabillamos juntas por el pasillo hasta alcanzar una distancia prudente.

     ―Gracias, hasta aquí está bien―dije irguiéndome de golpe.

Revisé rápidamente que no hubiera moros en la costa y salí corriendo hacia la azotea. Me fui tan rápido que ni le presté atención a la expresión de la chica, ni alcancé a entender las maldiciones que estaba soltando.

 

 

Lucas

     ―Al fin los encuentro―dijo Maggie uniéndose a nosotros en el auditorio.

Teníamos dos asientos reservados entre Brandt y yo. Ambos en el medio, luego de que yo insistí encarecidamente en que no éramos amigos; y, por ende, no tenía caso sentarnos juntos.

El irlandés y yo habíamos llegado hace ya un rato porque estábamos cerca cuando sonó el timbre. Lo extraño era que Margaret venía sola. Miré alrededor, pero no hallé rastro de mi futura novia.



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En el texto hay: juvenil, desamor, amor

Editado: 18.08.2022

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