“Cuando el humor no alcanza”..
El siguiente papel tenía una pequeña carita dibujada en la esquina. Una carita llorando… y riendo al mismo tiempo.
Tamia soltó una risa nerviosa.
—Yep… definitivamente es mi hija.
El papel decía:
“La primera vez que te vi olvidarte de algo importante, fingí que no me dolió.”
Tamia sintió un peso inmediato.
Recordó un día en el supermercado. Su hija había ido a buscarla y Tamia se había confundido, creyendo que era alguien más por un par de segundos.
Un par de segundos que habían dolido como minutos.
El papel seguía:
“Pero luego lo manejaste como siempre: hiciste un chiste. Me dijiste que era tu ‘actualización del sistema’, versión humana.”
Tamia se llevó la mano a la frente.
—Ay no… ¿yo dije eso?
Lo dijo. Lo sabía.
Se rió en ese momento para evitar asustarla.
Pero ahora entendía que su hija también se había reído para no llorar.
Al final del papel, había una frase que la dejó quieta:
“Mamá, no quiero que te pierdas. No otra vez.”
Tamia apretó el papel contra su pecho.
Este dolía más que los otros.
Mucho más.