Arisha Cervantes
Corrí la última cuadra que me faltaba para llegar al bar, estaba atrasada 20 minutos, lo suficientemente para que me llegara un reto.
Nunca llegaba tarde, siempre estaba de las primeras, pero eso no significaba que Eduardo sería indulgente.
Me había quedado dormida, lo que significó correr para bañarme, correr para vestirme, correr para arreglarme lo suficiente para no espantar con mi rostro.
No era fea, tenía que ser una cínica para no admitir que era bonita, pero mi estado de salud hacía que se notarán demasiado mis pómulos y la vida nocturna marcaba mis ojeras, por eso no creía que fuera un ángel.
El apodo que me habían dado.
"El ángel de las alas rotas".
No era un ángel, pero sí tenía las alas rotas.
Cuando llegué abrí la puerta con violencia por la adrenalina que llevaba y todos se voltearon a verme y dejaron de tocar la canción que estaban ensayando.
-¡¿Dónde estabas?! 25 minutos de atraso Arisha - gritó Eduardo.
Yo me asusté, no por su grito, sino porque a su lado estaba Nicolás con su rostro avejentado mirándome sin expresión.
Él se dio media vuelta y entró a su despacho.
-Una explicación - dijo - ahora.
-Lo siento - dije acercándome - tuve un problema.
No podía decir que me había quedado dormida, eso sería poco profesional y culpar a la micro sonaría a excusa.
-Más te vale que no se repita mocosa - dijo él hombre.
Eduardo era mucho más mayor que yo, debía tener 40 años, pero su actitud era la de un hombre de 70. Siempre molesto, alegando por todo. Todo a su alrededor estaba mal, todos estábamos mal.
Pero Nicolás confiaba en él para ser el encargado de la banda y de cualquier espectáculo que se montara.
Porque a veces tenía noche de descanso, en donde tocaba solamente la banda o venían grupos de bailes.
Pero esos días bajaban las ventas, así que no tenía muchas noches libres. Nicolás alegaba que mi presencia era indispensable para el bar. Pero no era capaz de pagarme más, y yo sentía mucho miedo de pedir un aumento.
A estas alturas estaba considerando buscar otro trabajo que me ayudara a solventar gastos fuera del arriendo - que apenas me daba - sobre todo comida.
Aunque el terror de saber que Nicolás se enterara me limitaba, pero si no hacía algo pronto moriría de hambre.
El costo de vida en la capital cada vez se hacía más caro y los vendedores ponían demasiadas excusas para subir los precios. Aludiendo incluso a conflictos extranjeros. Yo no era experta, pero me olía a puro chamullo.
-Ponte en tu lugar - dijo Eduardo, yo asentí y dejé mi bolso a un lado.
La banda comenzó a sonar y sonaban hermosos, la melodía de Fireflies era suave. El piano era el protagonista. Luego entraban los platillos de la batería.
Comencé a cantar lo que había estado ensayando durante toda una semana.
No creerías lo que ven tus ojos
sí diez millones de luciérnagas
iluminarán el mundo mientras me duermo
porque llenan el aire
y dejan lágrimas por todas partes
pensarías que soy grosero, pero solo me quedaría parado y miraría fijamente.
Seguí cantando, la letra me gustaba.
Sonó la trompeta con un sonido fino, casi como silbido. ¿Cómo lograba eso?
Nosotros cantábamos todas nuestras canciones en inglés, pero me gustaba estar preparada y buscaba siempre la traducción para sentirla, pero esta vez no sentía nada.
De hecho, cada vez sentía menos en general.
Me sentía muerta en vida.
Practicamos esa canción unas 10 veces, puliendo cada error que aparecía y después seguimos con Ain't Talkin' bout Love.
Entre tanto ensayo llegaron las 10 de la noche y todos nos dispersamos para prepararnos para que el bar abriera.
Me senté en la silla maltrecha de mi camerino y me serví una infusión de manzanilla con miel. Una infusión conocida por muchos cantantes para calentar la voz, era necesaria después de varias horas de ensayos.
Esta vez decidí usar un negro con un listón dorado en la cintura. Llegaba abajo de la rodilla y caía en forma de campana. Me puse un cintillo, el collar de siempre. Y los zapatos negros más altos de todos.
Me gusta este vestido, era el más recatado de todos, ya que caía recto y no acentuaba mi figura esquelética.
Me levanté de mi asiento y me acerqué al costado del escenario, esta vez no iba a demorar, ni podía hacerlo enojar dos veces.
-Por fin algo de responsabilidad - dijo Eduardo
Yo me quedé en silencio, no tenía fuerza para discutir.
Nunca la tenía.
-¿Cuál van a cantar?
-Las mismas de hoy. Hoy las lanzamos - dije.
-¿Y tú decidiste llegar tarde?
-No volverá a ocurrir.
-Eso espero. Ahora sube y canta bien - me miró con furia.
Seguía molesto, podía notarlo y estaban todos pagando. Todo por mi culpa, no era la primera vez que la cargaba con todos por el problema con uno.
Comencé a cantar y sentía como mi voz fluía suave gracias a la infusión, podía cantar mejor que en el ensayo y eso era un alivio.
Escuché la melodía y me dejé llevar por el ritmo, sobre todo de la batería - me ayudaba a no perderme - el piano me hacía sentir en las nubes y el bajo le daba ese estilo que tanto gustaba a las personas.
El bar recibe a mujeres y a hombres, aunque no abundan tanto las chicas, sobre todo en la semana, pero en el fin de semana hay más variedad de público.
Yo prefiero que vengan más mujeres, gritan menos vulgaridades y los hombres se controlan más.
Pero no puedo elegir, solo soy una herramienta.
Estoy aquí desde los 17 años, igual que Leyla, por eso la entiendo. Yo ya me acostumbre a este ambiente y si ella no se va pronto también lo estará y ya no podrá irse.