Arisha Cervantes
El trabajo externo nunca fue una opción para mi, siempre estuve rodeada de este mundo. Desde que tengo 17 años sólo he visto estos muros invisibles.
No se si realmente puedo buscar otro trabajo o simplemente renunciar a este mundo. No se nada más que cantar, es lo único que sé hacer.
Me siento encerrada, cautiva por este mundo.
Pero mi desesperación es mayor, mi angustia supera a mi miedo y necesito conseguir una alternativa, una solución.
Aunque, quién en su sano juicio contrataría a una mujer que sólo sabe cantar y que su única experiencia es en un bar de mala muerte donde las mujeres entregan su cuerpo por un poco de dinero. Donde yo soy parte de ese ambiente.
Miré todos los negocios que hay en la avenida, en el centro de la ciudad. Pregunté en 5 lugares diferentes y todos tenían la misma respuesta. "No".
Las ideas se me agotan.
Tengo mis exigencias y eso me dificulta las opciones. No puedo trabajar tan temprano, ni tan tarde. No puedo dejar el bar, debo dormir y llegar a los ensayos.
Las horas pasan y ya tengo que caminar a mi casa para ir al ensayo.
§§§
Luego de refrescarme caminé al paradero donde tomo la micro qué me lleva a mi lugar de trabajo. No es la única que pasa, además de esas lo hacen 3 micros más y sólo me sirve esa, así que tengo que ir con tiempo porque siempre se demora en pasar.
Cuando llegué noté que sólo estaba ese hombre y no entiendo porque siempre está ahí fumando si es evidente que no toma ninguna micro.
Caminé con calma y antes de que llegara él se dio vuelta, posó su mirada en mí y pude ver una pequeña sonrisa de satisfacción, como si hubiera logrado algo.
—Hola señorita — dijo levantando su mano sin moverla —un gusto en poder volver a verla.
Yo sólo sonreí levemente.
—¿Otra vez silencio? — él río.
—Hola—dije simplemente.
Él sonrió amplio, mostrando todos sus dientes y pude notar que se veían sus encías.
Lindo.
—Gracias por dejarme escuchar tu voz. Se acomodó el cabello —¿Está vez me dirás tu nombre? Tu sabes el mío, sería justo.
—Nunca te pregunté tu nombre—digo sin más.
— Hice trampa, es cierto. —Él comenzó a reír y me deleité con su risa ronca.
—No deberías fumar.
—¿Por qué? —parecía desconcertado.
—Tu voz es ronca.
—Ah, no te preocupes señorita, siempre tuve la voz así —sonrió de lado—gracias por preocuparte por este pequeño servidor.
—Ah.
—Tu micro debería estar por llegar, revisé poco antes de que llegaras.
—No tenías que hacer eso.
—Pero quería—se encogió de hombro—¿Y me dirás tu nombre?
¿No se cansaría verdad?
No estaba muy contenta como darle información a un desconocido, pero algo me decía que no se daría por vencido tan fácil.
Suspiré.
—Arisha, me llamo Arisha.
—Wow—abrió su boca impresionado. —Que lindo nombre, te viene totalmente.
—No sabes nada de mi muchacho como para decir eso.
Me di media vuelta y miré a la calle para ver si venía la micro.
— ¿Puedo saber por qué venía con un rostro afligido?
—¿Por qué te interesa?
—¿Por qué no? —sonrió a labio cerrado —Tú me interesas.
No tuve tiempo de responder cuando ya debía detener la micro. Levanté mi mano haciéndome notar.
—Qué tengas una muy buena tarde señorita, la veo mañana. —Él se levantó del asiento y se marchó.
Yo no podía dejar de ver su espalda ancha, había algo en el que me atraía como un imán.
—¿Se va a subir? —preguntó el conductor.
—Si, perdón.
Tenía que salir de la ensoñación y vivir en esta oscura realidad. No sacaba nada imaginando cosas que no servían para nada.
No merecía sonreír por unas palabras dulces, no merecía la felicidad. Eso me recordaba los momentos alegres y eso dolía.
Era un círculo vicioso.
Me senté en uno de los asientos desocupados y miré por la ventana como las personas iban con prisas a sus hogares.
¿Qué se sentirá tener ese tipo de vida?
§§§
Las oportunidades así no se desperdician, no se niegan, no cuando llegan a tu vida de una manera tan espontánea.
O tal vez Dios si existe.
—Entonces. ¿Qué dices muchacha? —dice el hombre avejentado tras el mostrador.
Caminaba por la calles cuando miré el lugar, una ferretería antigua, y sentí la necesidad de entrar. Estaba llena de polvo y olía a metal, fierro y pintura. Tras el mostrador estaba un señor que rondaba los 75 años, mirando con una tranquilidad que envidiaba.
—¿Qué necesita señorita? — dijo calmado.
Y no pude evitar pensar en el muchacho del paradero y su necesidad de llamarme señorita, a pesar de que ya sabe mi nombre.
Yo guardé silencio.
—¿Estás buscando trabajo? — Él miró los papeles en mis manos. — Ven, ven.
Yo caminé más al interior.
—Pásame uno de los curriculum.
Le extendí uno de los papeles casi por inercia.
—No has tenido experiencia en atención al cliente — murmuró — trabajas como cantante en un bar nocturno, terminaste el colegio al menos — Él seguía mirando la hoja con concentración. —Arisha te llamas, ¿Verdad? —yo asentí —No tienes mucha experiencia. ¿Pretendes dejar el trabajo de cantante?
—No puedo dejarlo, pero necesito otro trabajo.
—Entiendo.
—¿Conoces las herramientas y los materiales de construcción? — preguntó.
Yo negué.
—No tengo ese conocimiento más que lo básico de una persona que vive sola.
—Algo es algo. ¿Cómo pretendes trabajar aquí si trabajas en un bar de noche? ¿Cómo dormirás?
—Salgo a las 4 de mi trabajo, alcanzaría a dormir sin problemas. Necesito encontrar otro trabajo, estoy desesperada.
—Si te aceptara tendría que enseñarte mucho.
—Estudiaré incluso por mi cuenta, por favor considéreme.
Él se quedó en silencio meditando en mis palabras.
No podía perder esta oportunidad, necesitaba comer, necesitaba llenar mi refrigerador con más que un huevo, necesitaba tener una vida mejor sin importar que tuviera que dormir menos horas, aunque tuviera que correr.