Cimientos de Cristal

CAPÍTULO 2: La Doctrina de Ricardo

La casa de Ricardo era un santuario a la modernidad cálida. Tras una cena exquisita, donde el lomo al vino tinto y las risas habían fluido sin esfuerzo, el grupo se trasladó a la zona del salón. El aroma a café recién hecho y el crujido de la leña en la chimenea creaban una atmósfera de seguridad absoluta.

Julián y Ricardo se hundieron en los sofás de cuero italiano, mientras Elena y Sofía, la esposa de Ricardo, compartían confidencias en el otro extremo de la estancia.

—...y la estructura de la Torre Zen requiere un refuerzo en los cimientos del ala norte —decía Julián, gesticulando con las manos como si dibujara en el aire—. Si no ajustamos el presupuesto de los materiales ahora, tendremos problemas en el tercer trimestre.

Ricardo asintió, pero antes de que pudiera responder, una carcajada de las mujeres los interrumpió. Elena se giró hacia ellos con esa sonrisa tierna que siempre iluminaba su rostro.

—¿Lo ven, Sofía? —dijo Elena, señalándolos con tono burlón—. No importa si es un lunes por la mañana o un sábado por la noche. Estos dos no saben hablar de otra cosa que no sean vigas y presupuestos.

—Tienes razón, Elena —rio Sofía, levantándose—. Vamos a la terraza a ver las plantas nuevas que compramos, antes de que empiecen a hablar de coeficientes de fricción. Dejemos que los "grandes arquitectos" salven el mundo a solas.

Julián observó a Elena alejarse. Se veía tan frágil y hermosa bajo la luz tenue, tan incondicional. Cuando la puerta de la terraza se cerró, un silencio denso cayó entre los dos hombres.

—Es una mujer increíble, Julián —dijo Ricardo, rompiendo el hielo mientras servía dos copas de coñac—. No sé cómo te aguanta el ritmo.

Julián suspiró, recostándose en el sofá. La fatiga mental de la que no hablaba con nadie empezó a asomar. —Lo es. Es perfecta. A veces... asusta lo perfecta que es. Sabes, pasó algo extraño hace dos semanas, en la cena de Le Baroque.

Ricardo arqueó una ceja, genuinamente interesado. Julián le relató el episodio del mensaje de su exnovia, cómo bloqueó el número frente a Elena y cómo dejó el teléfono en su bolso como una ofrenda de paz.

—Lo hiciste bien, supongo —dijo Ricardo, tras un largo trago—. Pero, ¿por qué me lo cuentas con esa cara de duda?

—No lo sé. Fue... la sensación. Elena confía tanto en mí que me dio escalofríos. Siento que vivo en una caja de cristal donde no se permite ni un rasguño.

Ricardo sonrió de lado, una sonrisa experimentada que Julián no supo descifrar. —Mira, Julián, eso es normal. A todos nos pasa. A mí me pasó algo similar hace unos meses. Un contacto del pasado, una mujer que no veía hace años. Me escribió.

Julián lo miró sorprendido. —¿Y qué hiciste? ¿La bloqueaste?

—No —respondió Ricardo con naturalidad—. Le respondí.

—¿Le respondiste? ¿A espaldas de Sofía? —Julián se incorporó, inquieto—. ¿No crees que eso puede dar lugar a un malentendido? Si Elena viera un mensaje mío respondiendo a una ex, se rompería. No podría soportarlo.

Ricardo dejó la copa sobre la mesa de cristal con un golpe seco. Se inclinó hacia Julián, bajando la voz. —Escúchame bien, socio. En este nivel de vida, la transparencia total es una utopía que solo causa ansiedad. Le respondí solo para saber cómo estaba, por curiosidad humana. No somos robots de diseño.

—Pero la intención... —intentó decir Julián.

—La intención no importa, Julián —lo interrumpió Ricardo con firmeza—. Lo que importa no son los mensajes que envías, sino la acción que realizas con respecto a ellos. Un texto es aire, es ruido digital. La traición es un hecho físico, una obra construida. Mientras tú sigas siendo el marido que Elena necesita, ¿qué importa un mensaje? No puedes vivir con miedo a tu propia sombra.

Julián se quedó callado, mirando las llamas de la chimenea. Las palabras de Ricardo resonaban en su cabeza como un eco distorsionado: "Lo que importa es la acción, no el mensaje". Era una lógica arquitectónica cínica: mientras la fachada se mantuviera sólida, los cables internos podían cruzarse sin que el edificio colapsara.

En ese momento, las mujeres regresaron de la terraza, trayendo consigo el aire fresco de la noche y el aroma de los jazmines. Elena se sentó al lado de Julián y, con esa naturalidad que él encontraba tanto reconfortante como asfixiante, apoyó la cabeza en su hombro.

—¿Ya terminaron de construir rascacielos? —preguntó ella con voz dulce, buscando la mano de Julián.

—Sí —respondió él, entrelazando sus dedos automáticamente—. Ya hemos salvado la ciudad por hoy.

Ricardo se puso en pie para servir una última ronda de café, pero antes de que la velada se disolviera en las despedidas de cortesía, miró a Julián con una chispa de entusiasmo profesional.

—Por cierto, Julián, casi lo olvido con tanta charla existencial. En diez días es la Gran Convención Arquitectónica. Este año es aquí, en la ciudad, y viene cargada de nuevas firmas internacionales y proyectos de una escala que no hemos visto antes.

Julián asintió, conocía el evento, pero siempre lo había considerado un trámite más.

—Es una oportunidad de oro, socio —continuó Ricardo, gesticulando con la taza en la mano—. No es solo para dar conferencias. Es el lugar donde se cierran los proyectos antes de que salgan a licitación. He oído que hay un grupo inversor europeo buscando una firma local con "visión moderna pero raíces clásicas". Básicamente, están buscando nuestro nombre. Tenemos que estar allí, con nuestra mejor cara.

Elena levantó la vista, entusiasmada. —Eso suena maravilloso para el estudio, Julián. Deberías ir. Sabes que te desenvuelves mejor que nadie en esos entornos.

—Iremos los dos, Julián —sentenció Ricardo con una sonrisa—. Será el escenario perfecto para consolidar lo que empezamos con la Torre Zen. Prepárate, porque esa semana la ciudad va a ser el centro del mundo para nosotros.

Al despedirse en el umbral de la puerta, Ricardo le dio un último apretón de manos a Julián, uno más largo de lo habitual.



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En el texto hay: culpa, traicion infidelidad, pareja perfecta

Editado: 29.12.2025

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